LA GUERRA BIOLÓGICA QUE EE.UU. LLEVÓ A CUBA
DOMINGO
GARÍ
Entre 1973 y 1984 Counterspy fue una revista estadounidense crítica con el espionaje, sobre todo con las acciones exteriores de la CIA, denunciando las operaciones que se saltaban cualquier norma de conducta decente en las relaciones internacionales.
Una de las principales obsesiones de los mandatarios norteamericanos fue el acoso permanente contra el gobierno de Cuba. Y el sabotaje a los gobiernos de la isla no comenzó tras la proclamación del carácter socialista de la revolución en 1961, como habitualmente se nos ha contado, sino que desde el mismo 1959, toma del poder por los guerrilleros, que aún no hablaban de socialismo sino de nacionalismo, el gobierno estadounidense comenzó con sus planes para liquidar a los dirigentes cubanos. Los intentos de asesinar a Fidel Castro fueron numerosos. La mayoría de las veces los planes eran ideas absurdas imposibles de llevarse a la práctica. Algunas invitan a la risa, como la pluma jeringa, el puro explosivo, el traje envenenado, o una caracola explosiva que Fidel Castro se encontraría en el fondo del mar mientras practicaba el submarinismo. Otra serie de desquiciadas ocurrencias no tenían intención de acabar con su vida, sino de dejarlo en evidencia ante su pueblo. Una consistía en un aerosol que se fumigaría con LSD mientras Fidel hablaba en directo por la radio, con el objeto de que el alucinógeno lo pusiera en ridículo ante los radioyentes, o bien intoxicarlo con sal de talio, potente depilatorio, para producirle la caída de la barba, porque la CIA pensaba que parte del poder del cubano residía en ese atributo capilar, y que si la gente veía que su barba iba desapareciendo lo entenderían como un síntoma de debilidad y falibilidad.
Esas payasadas de
los servicios de inteligencia estadounidense formaban parte de una política de
acoso sistemático contra el gobierno insular, y no todo fue ese tipo de medidas
extravagantes, porque la CIA participó en actos de sabotaje y terrorismo en
unas cuantas ocasiones. Aquí quiero centrarme en una denuncia por ex agentes de
inteligencia, que se sentían en el deber de informar a la opinión pública
acerca de las intolerables maniobras de injerencia que su gobierno acometía
contra terceros países. Uno de los ex-agentes que respaldó las denuncias fue
Philip Agee, el autor del célebre libro Inside the Company: CIA Diary. La
historia fue la siguiente.
En julio de 1981
Fidel Castro acusó al gobierno norteamericano de introducir virus en la isla
como parte de una guerra biológica. Dijo que a causa de ello habían fallecido
113 personas y otras 300.000 fueron contagiadas. El dirigente cubano pensaba
que el dengue hemorrágico, responsable de los daños, lo había introducido la
CIA. Manifestó que las extrañas plagas que venían sufriendo desde 1979 podrían
estar preparadas por la CIA, en concreto citó la peste porcina africana, la
roya de la caña de azúcar y el moho azul del tabaco. El gobierno cubano
sostenía que el ataque biológico tenía como finalidad dañar los productos de
exportación (azúcar y tabaco), así como a los cochinos, un alimento básico de
la dieta insular.
El gobierno
norteamericano, y los principales medios de comunicación, negaron las
acusaciones, y las tacharon de ridículas. Sin embargo, los ex-agentes de la CIA
dijeron que si era cierto que existían causas naturales para una epidemia de
dengue, no podían descartar la posibilidad de que la CIA hubiese hecho ese
trabajo sucio. Los ex-agentes eran perfectos conocedores de que la organización
tenía un largo historial en el uso de armas biológicas. Citaron un documento de
1956, en el que se instaba a que "las políticas, planes y directivas
operacionales militares que se ocupan del despliegue ofensivo de armas
biológicas (BW) contra objetivos específicos… (así como) el hecho de que
agentes vivos específicos o sus derivados tóxicos, identificado por nombre y/o
descripción específico, hayan sido estandarizados para uso militar ofensivo
debe mantenerse como ultrasecreto”.
Por su parte, el
famoso y premiado periodista de investigación Seymour Hersh, publicó un libro
sobre el asunto (Chemical and Biological Warfare-America Hidden Arsenal), en el
que detallaba como, tras la realización de un inventario sobre armas biológicas
llevado a cabo en Fort Detrick (Maryland), se contabilizaban “mosquitos
infectados con fiebre amarilla, malaria y dengue; pulgas infectadas con peste; garrapatas con
tularemia, fiebre recurrente y fiebre de Colorado; moscas domésticas con cólera, ántrax y
disentería”. Hersh decía también que: “Además, las instalaciones de Fort
Detrick, que han sido utilizadas tanto por la CIA como por el Ejército, incluían
laboratorios para la reproducción masiva de microorganismos patógenos e
invernaderos para investigar patógenos de cultivos, y varios químicos que dañen
o destruyan las plantas”.
Unos años antes de
la denuncia del gobierno cubano, la prensa norteamericana desveló que a
comienzo de la década precedente se había desarrollado un programa de
investigación “de guerra de los cultivos” dirigido contra varios países, y
aunque la prensa dijo que Nixon paró esos ensayos, los ex-agentes de la CIA nos
informan que tanto la Agencia como el Ejército siguieron con la investigación,
producción y almacenamiento de armas biológicas y químicas.
Que las denuncias
de Fidel de 1981 debían de tomarse con seriedad lo reforzaba el hecho de que
una década antes, según publicó el diario Newsday, "con al menos el
respaldo tácito de funcionarios de la Agencia Central de Inteligencia de los
Estados Unidos, operativos vinculados a terroristas anticastristas introdujeron
el virus de la peste porcina africana en Cuba en 1971”. La operación fue
celebrada como un éxito por la CIA, dado que unas semanas después de la acción
un brote de fiebre obligó al gobierno de la isla a sacrificar a medio millón de
cochinos. El relato sobre cómo se llevó a cabo la operación es este: “A un
agente de inteligencia se le entregó un contenedor sellado con virus de la
fiebre porcina en Fort Gulick en la zona del Canal de Panamá. En Fort Gulick,
la CIA opera un centro de entrenamiento paramilitar para personal de carrera y
mercenarios para operaciones encubiertas en el Caribe y América Latina”. Desde
Fort Gulick, el contenedor con el virus fue transferido a miembros de un grupo
cubano contrarrevolucionario, quienes lo llevaron en un viaje a la isla de
Navassa, una isla desierta de propiedad estadounidense entre Haiti y
Jamaica. Desde Navassa, el contenedor
fue llevado a Cuba y entregado en la base militar estadounidense de Guantánamo.
EE.UU. seguía
investigando con la guerra bacteriológica en el momento de la denuncia del
gobierno de Cuba. En 1980 trabajaban con la fiebre del Valle del Rift con la
intención de usarla como arma ofensiva en guerras futuras. Esa fiebre se
transmite por los mosquitos, y produce ceguera, sangrado severo y lesiones
hepáticas, inflamación del cerebro y la muerte. Dada la peligrosidad de ese
agente biológico, el virólogo del ejército norteamericano Gerald Eddy, comentó
que el mundo no estaba preparado para una guerra con esas armas, y que ni
siquiera los EE.UU. lo estaban en aquel entonces, porque sólo disponían de
vacunas para inmunizar a 100.000 personas.
Para finalizar este
artículo, hay que decir que el Director Adjunto de la CIA en 1980, Frank
Carlucci, que había sido nombrado para el cargo por Carter, y que luego sería
adjunto del Secretario de Defensa con Reagan, se mostró contrario a la
prohibición del uso de este tipo de armas, defendiendo que debían mantenerse
abiertas todas las opciones.
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