ENTRAMBASAGUAS, LOS HIJOS DE
MONTERO E IGLESIAS Y LA HIGIENE DEMOCRÁTICA
DAVID BOLLERO
Montero
e Iglesias a su llegada al juicio. - Eduardo Parra
El juicio contra el generador de contenido para OKdiario, Alejandro Entrambasaguas, ha quedado visto para sentencia. Se le acusa de un presunto delito de acoso a los hijos de Irene Montero y Pablo Iglesias entre noviembre y diciembre de 2019. Los testimonios expuestos ante el tribunal no pueden ser más dispares: mientras Entrambasaguas resta importancia a sus interacciones con los progenitores y la cuidadora, éstos hablan de hostigamiento, ansiedad, miedo... Incluso los agentes de Policía admiten que la situación sugirió que la seguridad de los menores estaba comprometida.
Entrambasaguas no
sólo se hace llamar "periodista", sino que se autocalifica
"periodista de investigación". Sin embargo, su calidad profesional es
tal que para confirmar si la relación laboral entre la cuidadora y la pareja
Montero-Iglesias era o no irregular no dudó en recurrir al acoso, según relatan
los querellantes. A eso parecen limitarse sus recursos como periodista de
investigación.
Profesionalmente,
me duele que Manuel Cerdán, jefe del acusado en OKdiario, se haya visto
salpicado por estos lamentables sucesos. Él sí tiene el recorrido, la
experiencia y los reportajes que le atesoran como un buen periodista de
investigación que, inexplicablemente, ha recalado en un medio como el que
dirige Eduardo Inda. Supongo que cada uno es preso de sus circunstancias y el broche
que Cerdán está poniendo a su carrera es una verdadera lástima. El juicio a
Entrambasaguas así lo demuestra.
Esta causa no es
una cuestión de ideologías, de derecha contra izquierda, por mucha carga
política que traiga consigo. Es una cuestión de derechos, de salvaguardar la
privacidad y la seguridad de las personas, máxime cuando se trata de menores.
Según describen Montero, Iglesias y la propia cuidadora, que refiere un mes de
acoso, la situación creada por el supuesto periodista originó tal miedo e indefensión
que obligó a cambiar de rutinas, limitar las salidas de los menores al parque
e, incluso, terminar por cambiar la guardería y optar por la del Congreso por
motivos de seguridad.
A este respecto,
las consideraciones deberían ser idénticas se trate de los gemelos de Montero e
Iglesias, de Pablo Casado y su cónyuge o de Perico el de los Palotes y su
pareja. Es indiferente, ese derecho a la seguridad y a la privacidad es
universal y bajo ninguna circunstancia debería traspasarse el límite.
Se da la
circunstancia añadida de que tiempo después de los hechos que sientan en el
banquillo a Entrambasaguas, ya en 2020, se producirían meses continuados de
acoso y hostigamiento al domicilio de Galapagar de la ministra de Igualdad y el
todavía entonces vicepresidente del Gobierno. Un acoso, incluso, que
continuaría durante las vacaciones de la familia en Asturias.
Jamás en toda la
historia de esta que llaman "democracia plena" un servidor público ha
sufrido un hostigamiento semejante. No hay ni acción ni ideología que lo
justifique; ni siquiera José María Aznar, que metió a España en una guerra
inventada en contra de la opinión pública, lo ha sufrido ni lo merece
—merecería, eso sí, un juicio acusado de supuestos crímenes de guerra—.
Quienes hablen
ahora de "jarabe democrático" o comparen lo vivido por Montero e
Iglesias con escraches puntuales no sólo caen en la demagogia, sino que abren
una ventana muy peligrosa, porque ni las prácticas de Entrambasaguas cumplen un
mínimo de deontología periodística, ni se mueven por el legítimo derecho a la
libertad de información. Sus motivaciones son bien distintas, haciendo del
amarillismo su forma de vida, tanto, que ha acabado siendo protagonista y
víctima de su mala praxis.
Una condena a este
sujeto no ha de concebirse ni como venganza, ni como revancha; si me apuran, ni
siquiera como castigo al propio Entrambasaguas, pues ha de convertirse en una
línea roja, en un stop como una catedral a una forma de generar contenido
disfrazado de periodismo, que vive de la crispación, de la manipulación
parasitando las redes sociales. Es una cuestión de higiene democrática.
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