A contracorriente
LOS QUE ODIAN A ESPAÑA
Enrique
Arias Vega
Se puede odiar a España, por
supuesto. De hecho, durante toda la Edad Moderna así lo ha hecho la mayor parte
de los países europeos: Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda… El suyo era un
odio racional y lógico, basado en la premisa de los vasos comunicantes: cuando
más se vacíe el potencial de España, más crecerá el mío.
Los enfrentamientos con esos enemigos
—a veces también aliados coyunturales— fueron simultáneamente contra dos,
contra tres, contra cuatro de ellos… Menos mal que la trifulca nunca llegó a
generalizarse ni en los peores momentos, si no, ignoro de qué estaríamos
hablando ahora.
Ahora, lo cierto es que mientras los
extranjeros cantan a pleno pulmón “¡Que viva España!” quienes más odian a
nuestro país son precisamente bastantes españoles, lo que viene a ser como si
alguien se disparase un tiro en el pie o incluso apuntase directamente a su
cabeza para curar así sus presuntos dolores de barriga.
Con resultar eso peculiar y
paradójico —y característica exclusiva, además, de la nación más antigua de
Europa—, sucede también que esos mismos compatriotas que quieren acabar con
nuestro país —por distintas vías, eso sí— están dispuestos a encabezar desde
dentro su demolición en un totum revolutum de neocomunistas, anticapitalistas
en varias versiones ácratas, separatistas,… y hasta una minoría radical que se
ha apoderado del PSOE, en palabras del antiguo dirigente socialista Joaquín Leguina.
Todo eso, sin más horizonte que la
fragmentación nacional en cuatro, ocho o nueve entidades políticas, el
debilitamiento de todas, la exposición a diferentes dictaduras en varias de
ellas y el previsible deterioro económico de todo el conjunto.
No se trata, ni si quiera, de que nos
hallemos ante una legítima opción de izquierdas frente a otra de derechas. Eso
es lo que pasa, en cambio, en Portugal y ya ven que no hay trauma en ello: el
Gobierno del socialista António Costa
va como un tiro, las inversiones y el turismo suben, el empleo crece, los
impuestos se frenan y bastantes españoles, empresarios y trabajadores, contemplan
la posibilidad de establecerse allí.
Claro que los portugueses no nos
odian como nos odiamos nosotros y mucho menos, por supuesto, se odian a sí
mismos. Así de bien les va y, sobre todo, les irá.
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