martes, 24 de diciembre de 2019

VÍCTOR RAMÍREZ: UN INGENUO, SÍ


VÍCTOR RAMÍREZ: UN INGENUO, SÍ 
POR RAFAEL INGLOTT DOMÍNGUEZ
Tras la lectura de uno cualquiera de sus artículos, alguien que no conoce personalmente a Víctor Ramírez me devuelve el periódico y sentencia con aire displicente: "Un buen escritor, lo reconozco, pero sobre todo un gran ingenuo". No me molesto en contestarle; la verdad, como ocurre tantas veces, se ha puesto a hablar por su boca sin apenas él saberlo.

         "Ingenuo", "ingenuidad", son expresiones con un hermoso pasado. Los romanos les acordaron una denotación muy precisa -tanto, que con el tiempo se nos ha vuelto bastante arcaica-, pero añadieron connotaciones que todavía hoy sobreviven en los diccionarios.

         Lo denotado remitía en primera instancia a la voz ingignere, cuya acepción más vulgar es la de "nacer". Ingenuus era el nacido en el lugar, es decir, el nativo. A partir de aquí la lengua del imperio, con esa querencia de verdad que sin duda alienta en cada lengua, alcanza una estatura muy superior a los designios del hablante.
         Me explico. Entre los innumerables entresijos que componen la historia de la civitas -esa historia que irremediablemente nos marca y nos ordena- hay dos formas complementarias de degradación que el nativo inexpugnado todavía no ha llegado a conocer. Una de ellas es el doblegamiento. Otra, su pariente más cercano, la doblez.
         Con el correr de los siglos, la expresión ingenuus pasará a connotar este binomio que tan cabalmente caracteriza la integridad primordial del hombre no colonizado: por un lado la nobleza, por otro la libertad. Paradojas de la lengua. La de los conquistadores acabará por reconocer en el nativo esas dos condiciones que la metrópolis irá volviendo definitivamente raras, excelsas, impagables, a fuerza de destruirlas con su maquinaria de sometimiento. 'Libre' y 'sin malear' son todavía dos acepciones que la Real Academia recoge de forma inequívoca bajo la locución "ingenuo".

Esta vertiente más acreditada y cada vez más improbable del ingenuus -la que nos muestra al hombre sin ataduras ni solapamientos- se manifiesta con asombrosa pujanza en Víctor Ramírez. No es la suya, ni remotamente, la ingenuidad del buen salvaje.
         Quienes lo hemos visto moverse con el balón entre los pies sabemos de su infinita malicia en anticiparse a las intenciones del contrario, de su discernimiento al leer contra corriente la marcha del partido, de su facilidad para inventar huecos clamorosos que la obcecación, la codicia, la petulante impavidez de otros delanteros no siempre supo reconocer ni aprovechar.
         (Conste que no todo es metáfora. Víctor aporta una sabiduría penetrante e implacable a todo aquello que se ha propuesto ser en la vida: futbolista, narrador, compañero, ensayista, contertulio, docente, crítico social, dibujante, luchador de las ideas, padre, amigo, maestro...).

Y sin embargo hay quienes piensan que es un ingenuo por creer en lo que cree, por repetirlo a todo trance y a todas horas. Y se le desdeña, se le silencia o se le compadece por "sacrificar de forma tan ilusa" un talento que nadie se atreve a poner en duda.
         Por eso, aunque no siempre me identifique con los pronunciamientos que figuran en las páginas de este libro, opto por prologarlo antes que ningún otro de Víctor Ramírez: para honrar en la antesala del debate a un hombre que siempre ha dicho lo que piensa, y celebrar que ese hombre sea mi amigo y mi paisano; para rebelarme contra aquéllos a los que perturba su rectitud, su sagacidad, su contundencia, pero que se tranquilizan al pensar que quien les habla es un simple iluso; para borronear en fin, a conciencia y a contrapelo, este modesto elogio del verdadero ingenuo.
         Más allá del personalísimo escritor que todos admiramos en Ramírez, o del visionario que algunos pretenden delimitar y acordonar en su persona, o del intelectual que nunca, bajo ningún concepto, él habrá de resignarse a ser, lo que bulle en estas páginas se resume en un puñado de letras. Siento tener que acudir para juntarlas a un autor que probablemente nos divida, pero los dedos se me van solos hacia las teclas: Víctor Ramírez Rodríguez, nada más que todo un hombre.


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