PRESENTANDO “DE AQUELLA
ZAFRA”,
DE VÍCTOR RAMÍREZ
POR OSVALDO RODRÍGUEZ
Hace ya unos cuantos
años, cuando presenté en el Club Prensa Canaria la reedición de su novela NOS
DEJARON EL MUERTO, decía que Víctor Ramírez es un autor de pocas obras,
pero cualificadas. El autor parecía no tener premura por salir a la calle sin
antes haber pasado por el cedazo de la reflexión y del perfeccionamiento formal
cada una de las líneas narrativas de sus novelas o cuentos.
Género, este último, en el que el escritor se
desenvuelve con más que notable soltura. Algunos de ellos, que se sepa, han
sido traducidos y publicados en Italia y Turquía. Tal es el sentido que le doy
a la afirmación de Isaac de Vega, publicada en el periódico La
Provincia ("Cultura", VI, 18-1-90), respecto de la
naturaleza con que fluye la narrativa de Víctor Ramírez. De Vega decía en esa
oportunidad lo siguiente: "Víctor Ramírez es un escritor nato, que
ya salió así desde sus comienzos".
Tal "naturalidad" es, a mi juicio,
el resultado de un laborioso proceso de escritura. Eso explica que Víctor
Ramírez no sea un autor prolífico, porque entre él y la escritura literaria
existe una auténtica relación de orden cualitativo. Las pruebas están a la vista:
pocas obras publicadas, pero cualificadas. Y esa "naturalidad" a la
que se refiere Isaac de Vega yo la trasladaría al terreno de la percepción
literaria más que a la creación propiamente tal.
El mundo creado por su
narrativa no tiene artificios, es percibido naturalmente por el lector como si
fuera un mundo propio que compartimos. Es, por tanto, una cuestión de efecto,
de procedimientos literarios minuciosamente elaborados para que resulte
así, aunque el mismo autor no quiera reconocerlo explícitamente. No hay, a mi
juicio, improvisaciones en literatura; y, si las hay, no las conozco aún.
Lo que pasa es que, desde sus inicios, Víctor
Ramírez autor huyó de todo experimentalismo vacío, de aquel que intenta
sorprender por la novedad.
Tampoco el escritor utiliza
la literatura para dar lecciones a nadie, sino para inventar un mundo que surge
así, naturalmente, sin artificio alguno.
De este modo la visión del mundo del hombre
canario, intransferiblemente arraigada en su narrativa, se expresa con un
lenguaje propio y desde su propia manera de ser, socarrona y fatalista a la
vez. Es socarrona por el humor guasón del que hace gala. Es el caso, por
ejemplo, del personaje Jeromito Pulido (en NOS DEJARON EL MUERTO), cuyo
perfil queda perfectamente delineado con las siguientes palabras que aluden al
canario arribista que, por prestigio social, intenta hablar como los de la
Península. Con la más estricta economía lingüística el narrador lo define así: "Hablaba
peninsular sin serlo".
Y es fatalista porque el mundo recreado en la
ficción novelesca está poblado de personajes que actúan como si estuvieran
marcados por un "fathum" o destino ineludible, de manera que lo que
prevalece en ellos es la resignación, de sello cristiano o no, pero fatalista e
inactiva resignación al fin, donde no cabe sino una rebeldía sorda que muchas
veces el autor aligera con una nota de humor negro.
La narrativa de Víctor
Ramírez es, en este sentido, un gran ideologema; pero no cae en el
discurso omnipotente de un narrador que alecciona. El escritor sabe mantener el
justo equilibrio entre el mensaje y la organización estética de la obra.
Lo que sí se pone en evidencia en su
producción literaria son los procedimientos narrativos, que sitúan a
este autor en el contexto de una literatura que hace de ella misma su
propio objeto; esto es, una metaescritura que se vuelca sobre sí
misma, sin perder por ello su condición fabuladora, ligada a un referente
implícito.
Véase, por ejemplo,
los siguientes recursos narrativos: el narrador aproxima el tiempo de la
escritura al de la lectura, busca la complicidad del lector para la
construcción del imaginario novelesco. Se inventa, por tanto, un narratorio
cómplice en la escritura-lectura.
La frase inicial de esta novela que nos ocupa
(DE AQUELLA ZAFRA) que, como el título, comienza con minúsculas, como si
fuera la continuación del devenir discursivo, es un ejemplo: "en
principio procuraremos que sea la media mañana de un día extremadamente
calimoso", le dice el narrador al lector constructor y desconstructor
de la ficción.
En cuanto a la
historia, desde un principio comienza a aparecer el perfil del mundo marginal y
periférico recreado en la ficción novelesca. Es el mundo del barrio que en esta
novela se llama "Los Laureles", porque los barrios, como las personas,
tienen nombre.
Es el barrio montañoso "y más
alejado de Siete Sitios", situado, como dice el narrador, en el "centro
cumbrero de nuestra isla", con una "única vía
asfaltada" (p. 12). Allí hacen su aparición Azucena Arraiz, el
"Cangrejo chico" -el chiquillo que cuelga un escapulario de la Virgen
del Carmen al cuello del chivo borracho--, las mujeres cuarentonas apoyadas en
el mostrador de piedra del negocio del pueblo, el hombrón dueño del cafetín y
su mujer, la voz metálica de Juan Liborio, ínclito tío materno y paterno de
Azucena Arraiz, aquel sahariano de aspecto...
No podía faltar Pepe el de Lola, con guitarra
y armónica para introducir la música sea con el motivo que sea: fúnebre o
festivo.
Todo ese mundo
marginal, situado en el límite del espacio rural y urbano, en el terreno de
nadie, porque no es ciudad ni campo, se define en relación al Centro urbano
desde donde se ejerce el poder. La ironía corrosiva del narrador se muestra
entre los pliegues de su discurso cuando compara la escuelita de pueblo con el
"orden" imperante en el "Colegio de religiosos ricos".
Es interesante señalar, por otra parte, el
juego intertextual que se trae el autor con escritores particularmente
progresistas, como Pérez Galdós. A él lo reescribe evocando el último de los
EPISODIOS, el titulado "CÁNOVAS". También hay reminiscencias
textuales de Nicolás Estévanez y Secundino Delgado -éste último, líder
independentista de Canarias. La inclusión de tales intertextos no resulta
postiza en la novela DE AQUELLA ZAFRA porque se integra naturalmente en
el contexto de este mundo elemental, sin principios teóricos ni posturas
falsamente revolucionarias.
Por razones muy
personales "María Indígena" es uno de los personajes más entrañables
para mí. Ella, la hermana menor de uno de los personajes-narradores, expulsa al
sexto de sus novios con las siguientes palabras, palabras que revelan el
carácter de muchos personajes femeninos del novelar de Víctor Ramírez: "óigame
usted bien, don Adrián Vidino Martel Medina-García: mejor se nos va a la mierda
con sus porquerías de bardago y no aparece más por esta casa (empleó mi hermana
María Indígena el tono más meloso de su entonación habitual)".
Podría seguir hablando
de esta novela que se me presenta como es su autor, sin pretensiones. Pero en
esa falta de pretensión radica su calidad.
Sólo quiero señalar, por último, uno de los
procedimientos narrativos más curiosos utilizados por el autor. Se trata del
que los especialistas llaman, con Genette, "metalepsis", esto
es, la ruptura de los niveles de la ficcionalidad. En este caso
mediante la introducción del autor y de varios de sus amigos en el universo
novelesco.
Con esta novela, DE
AQUELLA ZAFRA, y con las anteriores y posteriores, podemos estar seguros de
que la literatura de Canarias no necesita de la venia del Centro, de las
metrópolis culturales, para imponerse por sí misma. Y no digo esto en el
sentido de una literatura que se baste a sí misma, reducida el ámbito
insularista, sino todo lo contrario: en el sentido de una narrativa que
por sus propios medios y calidad necesariamente tiene que trascender nuestros
límites insulares.
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