“LA ESCUDILLA”, DE VÍCTOR
RAMÍREZ: EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA
POR
OSVALDO RODRÍGUEZ PÉREZ
Después de degustar con auténtica
fruición el contenido de esta Escudilla que hoy Víctor Ramírez ofrece a
sus lectores, no puedo sustraerme a la seducción de una escritura que actualiza
la memoria como si de una crónica viva se trataras. Cuando llegué a Canarias
como profesor de Teoría Literaria, allá por el año 1987, conocí a Víctor
Ramírez como se conocen a los escritores: por su obras.
Compartí
con mis alumnos de entonces la lectura del relato "El Aplauso"
(1971), incluido en su libro "Lo más hermoso de mi vida"
(1982). Luego leímos "Cada cual arrastra su sombra" (1971,
reeditado en 1989) y "Nos dejaron el muerto" (1984, con varias
reediciones). Invité al autor para que fuera a mi clase en la Universidad;
allí, en un diálogo abierto, franco, motivados por la palabra auténtica de
Víctor -fiel reflejo de su modo de ser-, mis alumnos pudieran compartir, quizás por primera vez muchos de ellos, la
experiencia de la literatura con uno de los escritores más representativos de
Canarias.
Desde ese momento inicial no sólo
he seguido la pista de su obra, a la que le he dedicado varios de mis escritos,
sino que he disfrutado de esa amistad fraternal que sólo gente como Víctor sabe
brindar cuando se trata de acoger en su tierra -que ahora es la mía- a los que
por diversas circunstancias han tenido que abandonar la suya propia. Por eso,
¿cómo no voy a alegrarme cuando el mes pasado, después de impartir yo un
Seminario de Literatura en la Universidad de Milán, los profesores allí
presentes me preguntaron, con verdadero interés, por Víctor Ramírez y su obra
-a quien conocían por la traducción de algunos de sus relatos en Italia? No voy
a negar aquí cierto grado de orgullo, además de satisfacción, porque me
preguntasen por un autor cuya voz narrativa es, instransferiblemente, canaria.
Hoy Víctor nos invita a compartir
su Escudilla, colección de cien escritos más cinco artículos de prensa
que, censurados, no fueron editados en su momento. En realidad, este libro de
poco más de un centenar y medio de páginas, es una continuación del anterior
volumen titulado Respondo, también constituido por los artículos que el
autor ha publicado en el Diario de Las Palmas -fechados, en este caso,
entre el 16 de septiembre de 1993 y el 12 de marzo, de 1994.
A
primera vista el libro parece una miscelánea de escritor de la más diversa
índole: política local, nacional, internacional, crónica de sucesos, cultura y
arte, literatura, deportes, etc. Sin embargo a poco de introducirnos en su
lectura el texto en su conjunto comienza a revelar su unidad interna. Hay un
principio rector de la escritura, un particular punto de vista sobre la
heterogénea realidad que nos presenta como motivo de reflexión.
No
son, por lo tanto, los hechos mismos los que interesan como noticia, sino su
derivación reflexiva, su paso por el tamiz del pensamiento que aproxima estos
artículos al ensayo. Víctor no es periodista; él es, sobre todo, maestro
y escritor. Como tal, reconoce un magisterio fundamentalmente ético, cuyos
principios libertarios -declaradamente independentistas- son los módulos
esenciales de su escritura articulista.
Víctor llega al periodismo por la
vía del escritor y esto se nota en sus artículos. Son inevitables las
referencias o autorreferencias a su obra narrativa: en su artículo "La
permanente huida hacia el abismo", cita las siguientes palabras de
un personaje de su cuento "Ojo de Pulga" refiriéndose a
la realidad canaria: "aquí me ves, contemplando de pie el derrumbe
manso de nuestro pueblo" (p.69). En otro de sus artículos titulado "Marcial
Lafuente Estefanía” dice; "revisando yo la reciente edición de "Nos
dejaron el muerto", cuando me tropecé con que Macario Damián (uno
de los hermanos del narrador de la novela) prefería los de Lafuente Estefanía” (p.132).
Pero
la autorreferencia más explícita a su papel de escritor es la de su articulo "La
tiranía de la escurridiza relativización", donde señala el
imperativo moral en el que se funda su escritura: "Una de las más
sutiles trampas para los que fabulamos mediante la palabra (escribiendo
novelas, cuentos, teatro...) es la de acabar relativizándolo todo (...). Estoy
convencido -agrega más adelante- de que es un imperativo moral. Porque a
fin de cuentas, la relativización conduce inevitablemente al silencio o al masculleo
inaudible, lo que equivale conceder la razón al Poder..." (p. 101).
Reflexión de índole ética y aguda
conciencia crítica frente a la realidad de su pueblo constituyen el cauce por
el que discurren estos artículos donde el escritor se retrata tal como piensa y
es. La referencia a otros escritores y artistas canarios es siempre positiva
cuando se trata de obras que no traicionan la naturaleza de lo propio.
Así
se ponen de relieve las novelas de Carlos Guillermo Domínguez, Agustím Millares
Torres, Victor Doreste (su "tocayo"), las crónicas de Luis Garcia de
Vegueta, del mismo modo como lo hace cuando se trata de pintores tales como
Santiago Santana y Jorge López. Pero la lectura que Víctor hace de las obras
pictóricas delata su visión de escritor. Cuando describe, por ejemplo, la obra "Orilla"
de Juan José Gil, lo hace como si se tratara de una imagen literaria, con esos
diminutivos tan caracteríticos de su estilo: "Es el filito de mar que
ahí vemos y oímos llegando a la playa, a la costa llana..." (P. 78).
La fina percepción artística de
Víctor, que él siempre traduce en términos literarios, se transforma en grave
advertencia cuando se refiere a la escritura alienadora, aquella que adormece la
conciencia de su pueblo. En su articulo "La españolidad como síntoma de
erudita cobardía", nos dice lo siguiente a este respecto: "aquí,
en Canarias, aprender de los libros ha sido y continúa siendo para casi todos
una manera más de justificar la falta de arrestos, la ancestral cobardía. Y lo
más cómodo -agrega-, para tal justificación, es sentirse españoles"
(P. 29).
La
escritura de Víctor también adquiere un notable matiz de irónica socarronería
en artículos como el titulado "La princesa consiguió un trabajito",
pero se transforma en auténtica diatriba cuando se trata de denunciar sucesos
tales como el asesinato de Pablo Espinel Vera (pp.108-109) o asuntos puntuales
de la vida pública o política local, nacional o internacional.
Particular relieve tienen en este
libro la multiplicidad de figuras que desfilan en sus páginas como si se
tratara de una auténtica galería de personajes. Desde el revolucionario
mejicano Emilio Zapata (p. 105), pasando por las "Notas y
Recuerdos" (1891) del "Primero de los tantos grandes
compatriotas Millares" (P. 122), o la evocación del amigo muerto Juan
Valiente Marrero hasta Jorge López Rodríguez ("Moreno de sol
vivificante y negado a que los años lo conviertan en viejo", p. 50),
Ricardo García Luis, Emilio Gómez o Salvador Sagaseta, el gran periodista
(también a mi juicio) de quien Víctor Ramírez dice lo siguiente: "Estoy
plenamente convencido de que hay mayor solidaridad en uno sólo de sus artículos
que en toda la actividad política de cualquiera de esos mandarines que andan
por ahí inflados de vanidad y codicia ..." (p. 140).
No podía quedar fuera de este
libro-testimonio algunas otras de las múltiples facetas de este autor fiel,
como ninguno, a lo que es su pensamiento y su escritura. Sabemos que Víctor es
un gran aficionado al fútbol, aquel deporte popular por excelencia. Desde esa
atalaya en su articulo “C. D. Tenerife como instrumento colonizador"
dice lo siguiente, como refiriéndose al pasado: "era un equipo de
fútbol que no alineaba tan siquiera a un canario" (P. 27).
No
sé si Víctor seguirá jugando al fútbol, pero otra de sus declaradas aficiones
es la música mejicana y, por supuesto, la canaria. En este contexto alaba el
programa radiofónico "Parranda" que realiza Emilio
Gómez, con la colaboración de Lidia Quevedo y Teófilo Gijón, sobre todo cuando
le dedican un pograma al mexicano José Alfredo Jiménez, la gran debilidad de
nuestro escritor (P. 112). Afición esta que Víctor difunde a través de su
programa también radiofónico "Que te vaya bonito", al
que también hace referencia en su libro (p.74).
Como si esto fuera poco, con su
estilo directo y campechano, nos cuanta su propia experiencia como cantante: Lo
llama Manolo González, del grupo musical "Mestisay", para
preguntarle "provocón" si se atreve a cantar algunas rancheras con
ellos en la Plaza de Santa Ana en noche de Navidades. Cuando sale al escenario
a cantar dos canciones de José Alfredo Jiménez, precisamente, ante un "gentío
de mil demonios" nuestro autor confiesa su "acojono y
temblique de piernas", pero termina su experiencia de cantante yéndose
satisfecho porque incluso lo aplaudieron en demasía. Después del temblique se
vuelve a casa acompañado de su público más ferviente, sus mujeres -como él
dice: "mi madre, mi esposa y mis dos hijas" (PP. 95-96).
En fin, estamos ante un libro que
no es una simple suma de artículos periodísticos. Es una obra donde se anula la
distancia entre el autor y el público lector. Es un diálogo íntimo y a la vez
abierto fundado en sucesos puntuales de la realidad personal y social que se
ponen de relieve con humor, con ironía, con sarcasmo o con dolor, pero siempre
en el marco de una esencial reflexión crítica sobre su tierra y su gente. En
definitiva, de su "patria”: como él la llama y asume desde su
visión independentista.
De
este modo el libro que hoy nos presenta el escritor con el nombre de "La
Escudilla", junto con rezumar
canariedad por todos los poros nos muestra el pensamiento de un hombre a carta
cabal, como él define a una de las personalidades citadas, para dar testimonio
o "dejar constancia escrita (...) del reflexionar de un canario
independentista que también a veces ejerce de escritor, y con la esperanza de
que a otros sirvan para algo esas reflexiones" (p.9)
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