PLAÑIDERAS, EL NEGOCIO DE LLORAR
ANA SHARIFE
La fragilidad de la
existencia humana nos ha brindado un extenso ritual en torno a la muerte, y un
negocio que retorna con fuerza: las plañideras. En la tradición cristiana el
llanto facilita el ascenso al cielo, en la musulmana se abren las ventanas de
los hogares y se le ruega al altísimo permita al difunto navegar en la barca
divina surcando el reino celestial. Ambas religiones heredaron tales costumbres
de los hebreos: “Atended, llamad a las plañideras, que vengan; buscad a las más
hábiles en su oficio” (Jeremías, 9:17). Porque llorar penas ajenas no es sólo
un estado natural de empatía ante el sufrimiento ajeno, sino un oficio. Son
lágrimas bien pagadas.
En España empiezan
a proliferar las empresas que ofrecen servicios de lloronas. En La buena
muerte, por ejemplo, acompañan (o sustituyen al pariente) en cualquier rito
fúnebre laico o religioso. Cuidan la tumba y hacen “demostraciones públicas de
desconsuelo” en cementerios y tanatorios por precios en torno a los 20 euros la
hora, así como dan “el pésame, recitan panegírico u elegías” por un suplemento
de 10 euros. Los figurantes emprenden su dramático sollozo desde el comienzo
hasta el momento del sepelio. (Presupuesto sin compromiso).
Las empresas ofrecen
diferentes ritos según el dolor que se desee manifestar ante la pérdida de un
ser querido. El egipcio sería el más costoso, pues su servicio, al igual que
antaño resulta también más teatralizado. Consiste en la posibilidad de expresar
la tristeza y el dolor que embarga a
través de lamentos y gritos desconsolados, como hacían las sacerdotisas de la
diosa Hathor que “gemían dándose golpes en el pecho” mientras “se tiraban
tierra levantando las manos hacia arriba en señal de lamento, o hacia abajo,
rogando por el alma del fallecido”.
El rito medieval es
más económico por una razón muy sencilla. Las escenificaciones de los lamentos
exagerados manifiestan una actitud contraria a la creencia de la vida eterna,
la entrada en una vida más plena. Bajo esta idea las autoridades eclesiásticas
persiguieron tal costumbre durante siglos, y las mujeres que prestaban sus
lágrimas empezaron a realizar su oficio con mesura y discreción.
Nada ha cambiado. O
todo vuelve del mismo modo. Comenzó hace una década en Japón y Estados Unidos,
y ha irrumpido en Europa a través de Reino Unido, donde triunfa Rent a Mourner
(Alquila un doliente) especializada en este nicho de mercado. “Si simplemente
necesita aumentar el número de visitantes o introducir nuevas caras, podemos
ayudarlo”, anuncia la página. Presta servicios de “dolientes” que sirven para
“aumentar los visitantes a los funerales donde puede haber una baja
asistencia”. Los actores van marcando el acento de tristeza que se deba
manifestar en todo momento. Son las lloronas de antes, que van en luto
riguroso, y no solo sollozan sino que además acuden al sepelio perfectamente
informadas sobre la vida del difunto. Una vez allí, simulan conocerlo y
conversan con otras personas comentando detalles íntimos del ser querido.
Siempre hubo
plañideras. Mujeres a las que se contrataba para que lloraran e hicieran
público el lamento y el dolor de la familia. Cuanto más destacado era el
difunto, más plañideras acudían al velatorio y más intenso era su llanto.
Eugenio Alberto Rodríguez, doctor en Teología y máster en Doctrina Social de la
Iglesia señala que se trata de una práctica “en desuso”. Si se trata de un servicio que ofrezcan
funerarias o tanatorios no tiene constancia. Él celebra la misa en una
parroquia de la capital grancanaria y desconocía que esta “práctica de
representación” ante la pérdida del hálito de vida estuviera en auge en España.
Contactamos a
través de una funeraria capitalina con Cristina Gómez Santana, de 56 años,
plañidera profesional desde los 19 años en Telde (Gran Canaria). Su oficio
consiste en encargarse de los trámites de una defunción en nombre de los
familiares, desde el presupuesto del servicio mortuorio a informar sobre
traslados y acompañar en el duelo hasta el último momento. “Hay personas que se
ven incapaces de hacer estas tareas en momentos tan dolorosos”, explica.
También las hay que “se encuentran lejos del ser querido y no pueden llegar a
tiempo al velatorio”. Para la plañidera se trata de un trabajo “honroso”, pues
acompaña en el duelo, reconforta y reza sus oraciones “con fe”. La plañidera ayuda a que “el alma emprenda el
viaje en paz”, y el negocio refleja una oscura reflexión sobre la vanidad, la
brevedad de la existencia y la victoria de lo finito.
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