ORO, INCIENSO Y NÚCLEOS IRRADIADORES
ANÍBAL MALVAR
Y al final el
errejonismo era esto: «Y al entrar en el portal, los magos vieron al niño José
Luis Martínez Almeida con su madre María, y, postrándose, lo adoraron; y
abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y núcleos
irradiadores». O sea, el apoyo de Más Madrid a los presupuestos del zangolotino
y negacio-ecologista alcalde de Madrid. La iluminación navideña de Madrid
alumbró la tierna estampa de Íñigo Errejón postrado ante Almeida, aunque Rita
Maestre fue la única con suficiente sensibilidad como para correr a colocarla
encima del televisior. Pero tampoco salió bien: nadie puede equilibrar ninguna
estampita en los lomos de un plasma.
Se anuncia una
travesía en la que Íñigo Errejón y su mermado equipo van a tener que centrar
todos sus esfuerzos en pelear contra la irrelevancia. Si Ciudadanos nació como
el Podemos de derechas que había que inventar, Errejón, entre chupito de
transversalidad y parrafito de Gramsci, quiso inventarse el Ciudadanos de
izquierdas. Y ahora pretende ejercer como tal pactando a diestras y siniestras
cual metrónomo glotón. Desde que se retiró Albert Rivera, las veletas de las
torres de nuestras iglesias quedaron huérfanas de referentes. Ahora parece que
ese papel lo desea asumir Errejón. Que le vaya bonito.
Los analistas
catódicos han querido minimizar el daño heho por Errejón a la izquierda
española contando votos, que no dañaron demasiado, concluyen, las perspectivas
de Podemos. Discutible. Los resultados electorales hacen sospechar que Más País
distribuyó adormidera abstencionista entre muchos votantes de Podemos,
desanimados por el divorcio de los inseparables Epi y Blas. Con programas
idénticos, soluciones idénticas, discurso idéntico y solo carteles diferentes,
Podemos y Más País enfatizaban como nunca la pertinaz disgregación de la izquierda,
su ingobernabilidad suicida.
Ahora que Errejón
le quiso regalar a Almeida su apoyo a unos presupuestos con recortes sociales,
sanitarios, educativos, de libertades y de respirabilidad, ya sabemos la
radiactividad que puede desprender esta escisión del núcleo, que para algo era
irradiador.
Errejón, tan
modernuqui que se ha puesto de look y de principios, creía que la simpatía
catódica que despierta entre las grandes cadenas sería suficiente para camelar
señoras, jóvenes y armadillos. Como es hombre de feraz inteligencia, tenía
también que ser consciente de que su ascenso a los carteles iba a aportar un
arma arrojadiza más, a los grandes y miedosos medios, contra Pablo Iglesias. El
plan saldría primoroso si el votante de izquierdas fuera imbécil.
Ahora, con su
insignificancia parlamentaria, el futuro de Más País depende de cuánto tiempo
tarden las televisiones en cansarse de Errejón. La jugada de apoyar a Almeida a
cambio de que el PP madrileño se libere de Vox no es más que un brindis
histriónico, ruidoso e inane. Un movimiento en el tablero ingenioso pero fútil.
Un titular que se diluyó en borrón a la siguiente mañana lluviosa.
Como todo el auge y
domesticación de Podemos ha sido televisado en directo en plan Gran Hermano,
nos queda a los votantes como un poso de nostalgia telenovelera que nos hace
añorar aquella pareja tan bonita y dulce que formaban Pablo e Íñigo, ahora
convertidos en dioscuros, irreconciliables, desidealizados de sí mismos.
Observar cómo un
referente del 15-M, un fundador de Podemos, un agitador de la España ya casi
eterna del 78, se nos echa en brazos de un tipo como Almeida, caricatura de la
derecha menos leída, provoca una melancolía enorme. Aquello que nació con la
esperanza de rejuvenecer el régimen, se nos ha envejecido de repente, como esos
pobres niños afectados de progeria que se convierten en ancianos antes de
aprender a hablar.
A los que os guste
la tele os quedará, más temprano que tarde, un consuelo: la izquierda ha
perdido un gran político, pero ha ganado un solvente tertuliano. Menos
política, más periodismo, o sea.
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