lunes, 23 de diciembre de 2019

SUMISIÓN Y TRANGRESIÓN EN NOS DEJARON EL MUERTO


SUMISIÓN Y TRANGRESIÓN EN 
NOS DEJARON EL MUERTO
Nos dejaron el muerto es un libro útil de hojear para pasearse a través de los entresijos y fantasmas de parte de la sociedad canaria. En tono familiar, unas veces campechano, otras irónico, el autor se vale de uno de los momentos claves de un grupo social que vive en un barrio popular para desvelar sus rencores, frustraciones y esperanzas. El libro en que el humorismo desnuda sentimientos y almas es a la vez una constatación, un testimonio y una denuncia.

         El asunto que da forma y vida al libro se cifra en esta advertencia de la madre del narrador:

         “Don Lucio está en la alcoba”, dijo ella… “Está muerto, en la caja, solo. Murió ayer. Eloisita Peralta me pidió si podía tenerlo en velatorio aquí, no se podía en su casa, no cabía la caja por el pasillo. Dije que sí” -pg 147.
        
La muerte del personaje mencionado actuará como un revelador. En torno a su cadáver van a girar sentimientos, situaciones divertidas y trágicas, puntos de arranque, de ruptura, encuentros, separaciones… La muerte va a ser el momento a partir del cual se observa una resquebrajadura entre mentira social y verdad del corazón, y ello levanta el telón sobre lo más recóndito del alma de varios protagonistas.
         Antes de la muerte de don Lucio Falcón, el barrio en que vivía estaba inmerso en las aguas de una rutina cotidiana y monótona. Las mujeres y los hijos obedecían a maridos y padres, y todo marchaba dentro de los cauces de la normalidad más corriente.

EL PESO DE LA NORMA

Don Lucio Falcón ha modelado el carácter de su mujer y el de sus hijas según su antojo. Ha deformado la sensibilidad de los miembros de su familia, y su mujer e hijas están presas de la imagen que el jefe de la familia que el marido y padre les ha impuesto.
         Han aceptado la autoridad del jefe de la familia y se han conformado con la idea que don Lucio Falcón tiene de ellas. Él se muestra brutal; castiga a su mujer bajo cualquier pretexto. Perfectamente acondicionadas, mujer e hijas aceptan su suerte sin reaccionar:
         Eloisita Peralta aprendió a llorar en silencio, procuraba no llorar que se oyera. Si lloraba y la oían, don Lucio Falcón se calentaba más aun y la golpeaba con saña, sin compasión ni a sus hijas enmudecidas por el terror. Las tres niñas habían aprendido a no llorar cuando veían a su padre pegar rabioso a mamaíta allí acurrucada en el rincón tras la cama –pg 20.

En el barrio los vecinos encuentran la conducta de don Lucio Falcón normal y abandonan a Eloisita Peralta e hijas a su malhadada suerte:
         Nadie del portón intervenía. Mi padre andaba siempre en altamar y el abuelo Ignacio Perpetuo se marchaba nada más oír que empezaban los gritos de don Lucio Falcón –pg 20.

Antiguo falangista, perseguido sin duda por una mala conciencia que le deja intranquilo, don Lucio Falcón no piensa dejar a su familia con vida si un día se cree erca de la muerte. Esa es otra carga que soportan los miembros de su familia:
         Don Lucio Falcón apoyaba las nalgas en las pantorrillas…, los ojos desorbitados por el horror a morirse sin haber matado antes a su mujer y a sus hijas, no soportaba la idea de dejarlas vivas –pg 108.

Hacer respetar las normas es cosa de hombres en Nos dejaron el muerto. El padre del narrador nunca se olvida de cumplir con su deber para con sus hijos y cuantos viven bajo su protección y techo:
         Mi padre le había prohibido tajantemente que se quedara cuidando a Cenicita Cameja con lo oscuro de la anochecida, le exigió sin más vuelta de hoja que estuviera de regreso en casa antes de que se pusiera el último sol. Mi prima Benigna Lucía iba ya para señorita demasiado guapa y en las chabolas del Llanito siempre hubo mucho hombre suelto desbraguetado –pg 71.

Preocupado está el padre del narrador por el respeto del decoro en casa:
         Mi padre obligó la decencia en mi casa, prohibió sin concesiones la palabrota innecesaria y el comportamiento procaz –pg 71.

Se ha aprendido en el barrio como comportamiento justo el acatar a los muertos, la observación escrupulosa de los ritos de un duelo; y cualquier desvío sancionado:
         En eso entró mi abuelo Ignacio Perpetuo, ya con la gabardina puesta para salir a la rutina de todos los días. Y preguntó a qué esas risas y cómo esa falta de consideración para un señor difunto –pg 89.

De toda la novela el personaje que más respeto siente por las leyes sociales será la madre del narrador. Es la confidente de la mujer de don Lucio y, por supuesto, le aconseja como manda la religión cristiana, que viva su suerte sin gritar ni desobedecer:
         Mi madre le recomendaba resignación y le garantizaba que todo tenía su pago tarde o temprano, que no había mal que tanto durase y que Dios estaba arriba y no desamparaba a quien lo merecía… Hoy recuerdo que el timbre de la voz de Eloisita Peralta poseía el encanto de la calidez que proporciona el sufrimiento –pg 107.

Ahí está la palabra: sufrimiento. La mayoría de los personajes de Nos dejaron el muerto sufren, sobre todo los personajes femeninos. No se expresa su feminidad, encarcelada por los deseos, los defectos o la angustia de los hombres que las rodean. Tampoco se desenvuelven los hombres a su antojo, ya que por todas partes la sociedad eleva trabas en su camino. Muy pocos de entre ellos logran franquear el muro de la soledad que los separa de sí mismos y de los demás.

INCOMUNICACIÓN, COHIBICIÓN Y SUFRIMIENTO

El escenario de Nos dejaron el muerto se caracteriza por sus escaseces. En el barrio faltan espacio y confort. Se vive en la promiscuidad. Todas las viviendas del portón tienen una sola habitación, excepto la del narrador. Una sola de esas viviendas cuenta con un ventilador:
         Nuestra familia era la única del portón que logró disponer de dos habitaciones –pg 63.
         En el portón había un ventilador, uno solo y muy bueno por cierto, daba bastante aire, el de Guadalupita Leonora, el que compró para los agobios de su hermano Metodio Alcántara, el Escondido –pg 108.

Las estrecheces morales son más acuciantes que las físicas. La palabra prohibido se repite varias veces en la novela. Así, Eloisita Peralta no debe hablar con los vecinos a causa de las exigencias de un marido celoso. A la violencia física le acompaña la violencia moral:
         Don Lucio Falcón le tenía prohibido a su mujer Eloisita Peralta que hablara con las vecinas, que saliera de su casa sin él. Ni con las niñas le permitía salir de su casa –pg 22.

Lo más curioso del caso es el carácter aceptado, interiorizado, de esa violencia. El autor insiste sobre el tema. Eloisita Peralta acoge sin reacción los castigos de un marido presentado como un tirano. Aquí se puede pensar en el refrán que reza “la mujer, la pata quebrada y en casa”:
         Su marido le prohibía salir de casa para nada, ni para comprar la comida, ni para comprar la ropa de ella y de las niñas, para nada. De esto se encargaría él en persona, compraba cuanto creyese necesario para la menstruación –pg 31.

Esa sumisión se vislumbra en la actitud del abogado encargado de defender a Aurorita María, violada por el hijo del general. En vez de tratar de demostrar que su clienta es una víctima, el abogado parece arrastrarse a los pies de quien debería oír sus ataques y reproches. Tanta falta de valor es increíble y uno tiene la sensación de que se han invertido los papeles. La cobardía del personaje abogado se nota a través de la repetición insistente y despectiva del vocablo perdón:
         Sí, fue cierto. Cada vez que intervino a lo largo del juicio por el estupro, sí fue cierto que más bien parecía que el abogado de Aurorita María pidiera perdón al señor hijo del general Samprieto Canales y Zamorano del Laurel, perdón por las acusaciones impertinentes que tenía la obligación profesional de emitir y esperaba que le pudiese disculpar –pg 34.

El padre de Aurorita María, que había conseguido un empleo gracias al General Samprieto Canales del Laurel, no tiene la misma actitud que su hija cuando el juicio. El autor pone de realce el contraste y nos percatamos de que no siempre sucedo lo “de tal palo tal astilla”:
         Confesó (ella) con la voz firme y sin el menor asomo de debilidad en sus ojos. Que la forzó borracho. Que deseaba la muerte. Guillermito Medina escuchó en silencio, no la miraba, chupando de la cachimba apagada. Luego, tras tragar saliva, recomendó paciencia y resignación a su hija –pg 31.

El miedo es un sentimiento compartido por varios personajes de Nos dejaron el muerto. Llena el corazón de Eloisita Peralta (peninsular ella), quien no se atreve a sacar dinero del pantalón de su marido después de muerto éste. Don Lucio Falcón sigue teniendo vida en la mente de su esposa, aun tras su fallecimiento. A tanto ha llegado el condicionamiento de la pobre mujer:
         Yo sudaba de terror, miré a todas partes, un sudor helado, picón, no me atrevía a meter mano en los bolsillos, sacar la cartera –contaba Eloisita Peralta dramatizando el miedo horroroso que habia sentido, fingiéndolo con los ojos cómicamente desorbitados y los labios fruncidos, así –pg 103.

La cúspide del sufrimiento y miedo tiene su cifra y letra en el personaje de sentimientos congelados, justamente llamado El Escondido. Es significativo el apodo del personaje. Este es una víctima más de don Lucio Falcón, que le infunde un terror alucinante. Los hermanos del Escondido murieron asesinados por don Lucio Falcón falangista, figura satánica de un poder opresor cuando la guerra civil. De modo que la opresión sufrida por el Escondido entraña diversos aspectos: físico, mental, moral, a la vez que temporal. El personaje se ha excluido a sí mismo para seguir en el mundo, percibido como una amenaza. La imagen del feto traduce claramente el estado de ánimo de Metodio Alcántara, suspendido varios años entre la vida y la muerte:
         Y eso le dijeron a Metodio Alcántara El Escondido. Que podría salir a la calle, salir sin miedo. Que nada le iba a pasar, ni le harían daño ya, ningún daño…
         Pero insistió en seguir oculto. Le resultaba imposible creer que nos mismos que botaron a sus hermanos y amigos a la Sima lo dejarían vivo a él, no podía creerlo, no le cabía en la cabeza –pg 84,

La vida de Metodio Alcántara fue una zozobra continua, un temblor perpetuo. Atormentado por la idea de morir entre las manos de un victimario que es vecino suyo, ha descendido simbólicamente a los infiernos al refugiarse tras un armario, lugar cerrado por definición e imagen de presido. Un muebla se ha transformado en tumba y Metodio Alcántra se ha amortjado vivo a sí mismo. Un encieroro voluntario y ptético de diz años acaba con cualquier noción de equilibio o medida. Los consejos bien intencionados de la hermana no consiguen corregir la condctat neutórica del personaje que se dabte on´riicamente en la cárcel de sus tormentos:
         La guerra terminó ya, Metodillo, mi niño –le decía hasta casnarse su hermana Guadalupita Leonora-. Nadie te va  dañar, hombre, sal de casa un raatito y coge un pocod e sol. Si semejas un purito difunto de lochupado y descolorido que estás –pg 125.

Y seá el sentimiento común, el miedo, inspirado por el mismo don Lucio Falcón lo que va a acercar a las dos víctimas del tirano: a raíz de la muerte de éste y del traslado de su cadáver, Eloisita Peralta conoce a Metodio Alcántar. El momento en que ambos personajes se encuentran por primera vez es uno de los más enternecedores del feroz Nos dejaron el muerto. Dos seres sometidos a los rigores de un tormento injustamente prolongado descubren que los que han sufrido son capaces de sonreír y experimentar sentimientos humanos positivos, sencillos, naturales:
         Fijó sus ojos agrandados por el continuo miedo en Metodio Alcántara del ánimo escurrido, que entretenía con ternura recobrada a las niñitas jugándoles la baraja con truquitos inocentes –pg 103.

La posibilidad de jugar y de dejar paso al brote de sentimientos naturales revela otra faceta de la manera de ser del desafortunado Metodio Alcántara. El contacto con las niñas y su madre, favorecido por la muerte de don Lucio Falcón, permitirá a algunos personajes descubrirse a sí mismos.
         Mientras vive, don Lucio Falcón aparece como una suerte de obstáculo para dichos personajes. En cuanto muere, se despeja el horizonte de éstos. Dejan brotar de modo repentino todo el magma de sustancias positivas dormidas en los más recóndito de sí mismos. Y el lector se entera de que otros diversos personajes encubrían en el fondo de sus almas ferocidades reprimidas o ternuras solapadas. Salen de sí y se muestran tales como son. La muerte de don Lucio Falcón vuelve posible una serie de catarsis.

EXPLOSIÓN DE LA INTIMIDAD

Al salir de sí mismos y mostrarse en su desnudez, los personajes tejen nuevas formas de relación entre ellos y los demás. Quiebran las leyes sociales habitualmente acatadas. Se ufanan de acraiturdes y comportamientos que valoraron como buenos. Así, Eloisita Peralta, que ha vivido cerda de veinte años con un hombre brutal, se atreve a confesar su odio por él. Y, al hacerlo, parece quitarse un inmenso peso de encima:
         Fue mi madre a quien primero le contó sin rodeos la alegría que estaba sintiendo en la sangre por la muerte de su marido don Lucio –pg 23.
         “Se lo digo a usted, Isabelita porque si no se lo digo reviento. Usted sabe mejor que nadie la vida maldita que nos daba el endino ese de los infiernos” –pg 24.

Simbólicamente, y para que todos los demás se den cuenta de la profundidad de su alegría, Eloisita Peralta deja la puerta de su casa abierta. Tal actitud significa que ha reconquistado la libertad perdida a causa de su matrimonio.
         Eloisita había dejado abierta la habitación…, la había dejado abierta por la emoción de sentirse libre y con dinero propio, era de comprender –pg 105.

Descubre la protagonista que no había amado a su marido. Y, como ya apuntábamos anteriormente, amará a un hombre con quien le hermana un miedo de idéntico origen. Se aligera de su carga de pudor y no vacila en dar una muestra concreta de los sentimientos candentes que experimenta. Se derrama hablando y oímos el lenguaje de su corazón:
         Ya aquí supe que nos íbamos a querer mucho, Metodio, muchísimo. Porque comprendí de alma que tu pena era más honda y taladrante que la mía, y le besó en la boca delante de mi madre, a la que siempre disgustaron sobremanera los enrales incluso entre casados –pg 136.

La alegría que experimentaba Eloisita Peralta por mor de la muerte de su marido la vive otro personaje –Ferminito Ñeca, el tendero- cuyo hermano y dos primos fueron también victimados por don Lucio Falcón o sus compinches falangistas. La ley tácita reza que los vecinos han de tener entre sí relaciones cordiales y se sabe que uno debe ayudar a las personas en peligro. Ferminito Ñeca, en cambio, viola esta hábito aceptado y justifica su violación en voz alta. Goza porque ha muerto un odiado enemigo suyo:
         También Ferminito Ñeca había tenido un hermano y dos primos cuando la guerra… Llegó Ferminito Ñeca al insulto limpio mientras se le rogaba por favor que trasladase al enfermo a la Casa de Socorro y él persistía en la negativa majader: “mejor reventara el asesino ese”, mascullaba Ferminito Ñeca olvidado momentáneamente de su mal de estómago –pg 110.

Ferminito Ñeca se burla de las normas sociales y, en vez de tener en cuenta que hay un duelo funerario en el barrio, demostrará su regocijo por la muerte del vecino:
         Esta tarde, para estupor de su mujer y de su cuñada Gasparita Argumeda, Ferminito Ñeca no abrió la tienda, celebraía la muerte de don Lucio Falcón –pg 112.
         Y fumando un puro de envidiar, así de grande, se paseó por el barrio para que la gente supiera de su contento y rencor meridiano –pg 113.

Notamos una conducta parecida a la de Ferminito Ñeca en otro elemento masculino y por los mismos motivos. Las frustraciones acumuladas a lo largo de años de sufrimiento silencioso saltan al aire cual lava incandescente. Esos personajes callados y sufridos de Nos dejaron el muerto pueden llegar a momentos de sinceridad espeluznante. Al desahogarse, Agapito Medrano, un zapatero de viejo, expresa su derecho instintivo –reprimido durante años- a la venganza y su reprobación de las violencias pasadas.
         “Para nuestro regocijo solamente nos queda alegrarnos y brindar por la desaparición de los hijos de puta esos, mi niño, y esperar irnos derechito al infierno para no tener que tropezarnos con ellos, mi niño, que por lo visto van al cielo” dijo a mi hermano Altamiro Benito cuando éste le preguntó si era verdad que había celebrado la muerte de don Eliseo Redondo Parral –pg 120.

Todos esos personajes cohibidos y acostumbrados a estrecheces interiores estallan en conductas que nos pueden sorprender. Llega un momento en que les traiciona su intimidad y sueltan la rienda a lo que les impelía desahogarse. Se vengan sus instintos y llegan a extremos singulares concretados en las confidencias, la borrachera, la alegría descomunal, la fiesta, la orgía…
         Solamente lograría sacar a Metodio Alcántara de su escondrijo aquella pasión llorona de felicidad incomprensible que sintió arrolladora hacia Eloisita Peralta y un par de semanas después del día en que ella y su hija Modesta Cecilia nos dejaron el cadáver de don Lucio Falcón –pg 52.
         Quien además se lo contó fue Expedito Luz, el cuñado, algo bebido en la boda exuberante de Metodio Alcántara con Eloisita Peralta, noche de fiesta linda con música de guitarras, timples, bandurria y acoreón –pg 125.
         Luego, solo, (Ferminito Ñeca, el tendero) alquiló caro a una de las francesas de Rosalbita Géminis y con ella se metió en el correíllo para Tenerife. Cinco días después apareció, y aparecería avejentado de vicio inhabitual y desaforado –pg 125.

Diversos personajes consabidamente tan comedidos se dejan poseer por un frenesí extraordinario en cuanto muere don Lucio Falcón. Esa muerte sería no motivo de duelo para los vecinos sino más bien una fiesta que abre vía para que se trasgredan varios de los valores que regían la existencia de la gente del barrio. Se observan conductas incluso aberrantes, en franca contradicción con los usos corrientes descaradamente ridiculizados. Se aflojan los lazos de la disciplina social, y los protagonistas rompen con los reflejos a los que solían obedecer.

TRANSGRESIÓN DE VALORES

Ya hemos aludido a Guillermito Medina y a su reacción ante la violación de su hija, que en nada se parece a él. No comparte ella la resignación que él le propone, ni se atiene de acuerdo con la decisión pronunciada por el tribunal judicial. Y rechaza el fallo del juez lo mismo que a las instituciones que funcionan en nombre de la defensa de la sociedad. Ajusta ella su conducta concreta con sus convicciones íntimas. Estima que la han ultrajado y escoge en consecuencia los recursos que permiten recobrar la dignidad perdida valiéndose de sus propios medios para ejercer lo que considera como justicia auténtica. Degüella a sangre fría a quien la violó después de haber premeditado y preparado su venganza.
         Aurorita María fue la que degolló al hijo mayor del general Samprieto Canales y Zamorano del Laurel; de todo me enteré por boca de mi hermana Cuaresma de la Concepción –pg 29.
         Y lo degollaría con una ligereza y precisión increíbles en una mujer de esta tierra. Aurorita María declaró después, cuando le correspondió a ella ser juzgada por asesinato, que lo había ensayado durante días y por si el señor juez cometía la injusticia –pg 30.

Confirmar la conducta con las convicciones íntimas es característica de otros seres de Nos dejaron el muerto. Uno de ellos, abuelo del narrador, parece rendir culto a la muerte. Pues, mientras habitualmente se le teme y se piensa en ella con horror o temblando, él se va acostumbrando a la idea de su propio fallecimiento. Lo prepara, lo aguarda y se siente listo para acogerlo en un lugar preciso. Para aprender a morir, el abuelo Ignacio Perpetuo aprende a vivir con la muerte. Se familiarizó con ella para no molestar a los miembros de su familia. El abuelo Ignacio Perpetuo ha escogido el lugar y el momento de adentrarse en la muerte: ¡qué victoria sobre el azar o el miedo!
         Le advirtió a mi madre que se iba a morir en una de las cuevas del Baladrón: me dejan tranquilo, no quiero visitas ni despedidas, nada de lamentaciones, es la hora de mi hora. Y que Cesarito Dávilas nos avisaría en su momento –pg 13.

Otro personaje, que vive en una chabola, ha decidido morir en la alegría, cantando una de sus canciones favoritas y acompañado por músicos de su elección. El canto que ha sido la felicidad del personaje sellará su muerte. La música se vuelve así el punto de enlace de los dos momentos clave de su existencia. No deja llegar a la muerte, va en su busca.
         …llamó a dos de sus mejores guitarristas, concretamente a Relicario Gutiérrez y a Belisar Ramírez. Y los llamó para despedir a la vida cantando el corrido mejicano que con más hondo sentimiento cantó siempre Cenicita Cameja, el corrido de Valente Quintero, poniendo la voz mi prima Benigna Lucía, que no podía atajar las lágrimas –pgs 56-57.

¡Felices personajes que saben cuándo y cómo van a morir! Don Lucio Falcón no forma parte de este grupo, no. Su defunción, como ya apuntamos antes, libera a algunos vecinos de las constricciones que solían rodear un duelo, el velorio del difunto. Aunque Eloisita Peralta y sus hijas quieran fingir dolor o pena por la muerte del cabeza de familia, no lo consiguen. Y por más que pidan a su apariencia, a su rostro, que desempeñen el papel adecuado, tampoco lo lagran:
         Con el muerto venían en la furgoneta color de hueso viejo, casi amarilla, su mujer Eloisita Peralta y la hija mayor, Modesta Cecilia. No traían cara de llorar ni de pesares… Eloisita Peralta y Modesta Cecilia más bien traían como cara de susto estupefacto, como si creyeran todavía que don Lucio Falcón no hubiera muerto del todo y en verdad –pgs 19-20.

La viuda no se preocupa por ningún detalle del luto. Lo deja todo a cargo de los demás, como si el luto no fuera suyo. Ni piensa en avisar a los parientes de su difunto esposo. La reconcome la idea de apartarse del lugar del velorio y divertirse:
         Supimos que Eloisita Peralta no había avisado a ningún familiar de su marido don Lucio Falcón –pg 114.
         …No pondría la noticia necrológica en ningún sitio, se fue a su casa a dormir un rato. Luego, a la tarde, se metió en el cine, del que saldría a las nueve y media de la noche –pg 124.

Naturalmente ignora la conducta de los niños que juegan en el lugar del velatorio y se muestran irreverentes con el cadáver de su marido: esos niños lo miran, lo tocan y su imaginación le presta vida y ademanes estrafalario:
         Estuvimos un rato quietos mirando por si se movía: “Miren, miren cómo se ríe”, insistía Pablo Montelongo y convenciendo a Lile Palangana, “es verdad, se ríe”, decía éste –pg 127.

Pero el personaje de actitud más síntomática para con el cadáver será sin duda Metodio Alcántara El Escondido. Al enterarse de la muerte del hombre que le tenía autoencerrado en su casa y en vida, toma una resolución singular y sorprendente. Él, que ha vivido tras la sombra de un armario a causa del miedo que le inspiraba la vecindad de don Lucio Falcón, aprovecha la densidad de la noche para acercarse al lugar donde descansa el difunto. Aquí desaparece cualquier noción de respeto hacia un ser humano aunque cadáver.
         El Escondido profana ritualmente el cuerpo presente de don Lucio Falcón, el hombre que ha empozoñado su vida. Ejecuta un sacrilegio. Se desprende física y metafóricamente de toda la carga de odio que había abrigado durante años, y la desprende no contra el hombre sino contra el cadáver. Y al mismo tiempo que mancha éste, se purifica él, se redime. Puede tal conducta calificarse de mágica o religiosa. Y no es gratuito –eso creemos- que el autor haya colocado el episodio siguiente en el centro de la creación novelesca:
         Se bajó los pantalones del pijama amarillo naranja, no llevaba calzoncillos, venía preparado con la intención. Y soltó una cagada grande, una cagada de ocasión, en el rostro de don Lucio Falcón cadáver, una cagada de vientre mal alimentado, casi diarrea y muy apestosa a perro podrido –pg86.

Después de lo que el narrador califica como “hazaña” de Metodio Alcántara, ya a nadie se le ocurre conformarse con las reglas del decoro, aunque se piense en ellas. La misma madre del narrador, el personaje femenino más conformista de la novela, no consigue resistir las ganas de reír, aunque discretamente, cuando se entera de lo ocurrido. Tanta irreverencia acaba por sorprender, sobrecoger, divertir:
         Al principio se enojó muchísima mi prima Benigna Lucía, maldijo con palabrotas rabiosas. Pero acabaría carcajeándose contagiada por el ataque de risa hiposa que le entró a mi hermana Cuaresma de la Concepción. Yo no logré reírme. Mi madre sí, pero con mesura y mandando a callar inútilmente a aquellas dos escandalosas –pg 87.

A la risa de los personajes le hace eco el autor, en nuestra opinión. En efecto, Víctor Ramírez se vale de una situación que hace pensar en la tragedia –la muerte- para reír a expensas de sus personajes y hacer reír a los lectores. En Nos dejaron el muerto abundan los episodios chuscos, las situaciones divertidas, y no faltan agudezas.

HUMORISMO

El autor ha cambiado los papeles de los personajes en su obra. El luto no se verifica en casa del fallecido. La esposa de éste se preocupa, no por el duelo sino por el modo de recuperar el tiempo perdido en encierros y sufrimientos. Las que vienen a visitar a la viuda pueden preguntarse legítimamente por si hay duelo, al no ser recibidas por quien debiera atenderlas según las reglas establecidas:
         En eso pasaron por casa algunos vecinos y vecinas a dar el pésame a la viuda, que no estaba –pg 141.

Por faltar un medio de locomoción el día del entierro, parece que no pueda transportarse el cadáver. El atraso surte un efecto cómico si se piensa que todo se había preparado antes:
         Mi padre diría luego, mientras mi madre servía la mesa, que para colmo el cementerio se encontraba cerrado. Por fin salió el sepulturero, hombre joven y de buen ver. “El entierro era para las diez. Yo no tengo la culpa”, su voz poseía el candor de la impudicia –pg 153.

¿Cuál puede ser el destino de don Lucio Falcón en el cielo? El narrador avanza una hipótesis apoyándose en una creencia popular. Según dicha creencia el marido de Eloisita Peralta irá al cielo. Nos agarra una duda cuando pensamos en víctimas como Ferminito Ñeca, Metodio Alcántara, etc… ¿Se reservará la gloria para los malos como don Lucio Falcón, que tanto ha dañado en la Tierra? Así lo da a entender un personaje  ducho en asuntos de brujería. La lítote empleada por el novelista puede hacer sonreír. Se imagina fácilmente que el autor piensa lo contrario de lo que dice su personaje:
         En eso caí en la cuenta de que los dos gatitos nuestros rehuían a don Lucio Falcón… Lo de los gatos se lo dije a mi madre y ella se lo contó una mañana de pilar a Candelarita Déniz, que afirmó sin el menor asomo de duda: se fue derechito al Cielo, los gatos son amigos del demonio, no soportan la cercanía del bienaventurado –pg 153.

Eloisita Peralta tiene conciencia de no haber cumplido con su deber de viuda a lo largo del duelo. ¿Es conveniente que una viuda se contente con un pesar interior? Para no cargarla de reproches, el padre del narrador trata de consolar a su vecina con falsas razones. La comicidad del pasaje que vamos a citar nace del desfase entre los sentimientos experimentados teóriamente y su materialización extrerior deficiente. Una disfunción especiosa se cuela entre el espíritu y la letra del duelo:
         Dejé a las niñas en el circo infantil. Parecerá feo por lo de su padre el mismo día, pero prefiero que se distraigan las criaturas. A usted ¿qué le parece, maestro Gabriel? ¿Cree acaso que he obrado mal dejándolas en el circo? Mi padre le aseguró que había hecho perfectamente, “el luto hay que llevarlo por dentro, Eloisita” –pg 165.

Víctor Ramírez no se contenta con guiños de ojo. A veces pone en boca de sus personajes unas réplicas que frisan con el humor negro. De este humor la principal víctima suele ser don Lucio Falcón cadáver.

HUMOR NEGRO

Una vez enterrado don Lucio Falcón, Eloisita Peralta se lleva una vida de placeres con Metodio Alcántara. Un día van al cine y se tropiezan con un hombre que vestía el terno con que habían amortajado y enterrado a don Lucio Falcón. La visión del traje de su difunto marido no hace pensar a Eloisita Peralta en un recuerdo grato o conmovido. La hace reír más bien, inspirándole chanza:
         ¿Recuerdas, Metodio Alcántara, pichoncillo mío, la vez que vimos al sepulturero en el cine y emperchado con el traje de don Lucio Falcón, al sepulturero afeitado y peinadito allí sentado con una muchachilla que parecía fina? En el descanso lo paré y le pregunté quién había confeccionado traje tan vistoso para mandarle a hacer uno que regalar a mi marido. ¿Y no respondió con toda seriedad que se lo había prestado un muerto? Me dejó muda, dio media vuelta y volvió a meterse en la sala. Eloisita Peralta reía hasta el atosigamiento y sin cesar de engullir los pastelitos que traía casi siempre que visitaban a mi madre –pg 138.

Asimismo otro personaje antes casado considera la defunción de su esposo como un milagro enviado por el cielo en vez de llorar o lamentarse por su supuesta desgracia. Al autor parece encantarle invertir los signos:
         Se quedó viudo (Cesarito Dávila) recién casado: “Me salvé, compadre”, respondía cuando alguno de sus íntimos le daba el pésame –pg 71.

Don Lucio Falcón muerto le cede involuntariamente su dinero a Metodio Alcántara El Escondido, el cual monta su negocio con la hacienda de quien le había vuelto desgraciado. El desquite a distancia, mientras está ausente el adversario: ¿quién podría podría pensar que el victimario enriquecería algún día a su víctima?
         Jamás había sido tan feliz antes –y volvió a apretarse contra el brazo fortalecido de Metodio Alcántara, que ya usaba gafas sin montura y reciente había abierto una ferretería en la zona turística y con el dinero que había dejado don Lucio Falcón en el banco.

El humor negro llega a sus límites cuando un hermano, borracho, del narrador penetra en el cuarto donde descansa el cadáver y baila con él. Lo que ha decidido hacer Altamiro Benito –ese hermano borracho- con el difunto sorprende a todos los presentes. La sacrílega actuación del personaje espanta a la madre del narrador; y el autor nos ofrece una escena digna de la literatura medieval. La danza macabra que presenciamos borra las fronteras que separan lo prohibido de lo permitido. Entre las manos de los niños el cadáver de don Lucio Falcón había sido un juguete. Ahora es pareja de baile que sabe danzar al compás de la música pedida por Altamiro Benito:
         Trincó por los sobacos al cadáver de don Lucio Falcón, con ligereza… Lo sacó de la caja, abrazado a él como para bailar. Y bailaron. Pidió un pasodoble y le cantaron “Islas Canarias” (‘Jardín de belleza sin par son nuestras Islas Canarias, que hacen despierto soñar…’)” –pg 170.

El atentado contra ciertos valores sociales fijos es una de las facetas de Nos dejaron el muerto. Al permitirles profanaciones y sacrilegios, el autor libera a sus personajes de las normas que vuelven su vida sufrida, insulsa y monótona. Al quedar así las leyes ordinariamente seguidas por todos, abre brechas que conducen a la explosión de sentimientos, al humorismo y hasta al humor negro.

CONCLUSIÓN

Nos dejaron el muerto constituye una muestra feroz y enternecida de los lazos complejos y ambiguos que unen transgresión y opresión dentro de una sociedad formada por los miembros de un barrio popular. Las almas ordinariamente encerradas en el ghetto de su marginalidad estallan a raíz de ciertas circunstancias. Los seres que ahogaban sus instintos más profundos respiran salud, inocencia, al descubrirse a sí mismos; y nos permiten sonreír o reír en cuanto saltan el muro de su incomunicación. Las rupturas violentas y las conductas escandalosas revelan la otra cara de la sumisión y resignación. Las conductas extremas (borrachera, orgía, profanación) son el reverso de las estrecheces interiores e interiorizadas que impiden una expresión sana a los personajes.
         En cuanto se siente la posibilidad de definir su propio comportamiento, su manera de vivir, el derecho de pertenecer a sí mismos, se liberan de principios y leyes, reconquistan su pasado e inocencia y se descubren hermanos. Las sombras de los personajes analizados descubren los mecanismos interiores férreos de una sociedad opresiva.
         Rebeldía y obediencia coexisten en Nos dejaron el muerto. El autor, al introducir reglas nuevas, una moral y una lógica distintas de las cotidianas, nos señala las zonas del humor y revela las lacras de la mentira social. Más allá de sus aspectos testimoniales y humorísticos Nos dejaron el muerto aparece como la reivindicación de libertad para el grupo social oprimido que nos ha presentado el autor en particular y para la sociedad canaria en general.

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