A contracorriente
GASTAMOS COMO NUNCA
Enrique
Arias Vega
Mis hijos han estado en Islandia,
Japón o Costa Rica, lugares que jamás podré visitar, aunque ellos no saben ni cómo
ni cuánto sobrevivirán el día de mañana. Felices ellos.
También mi pedicuro y hasta el
florista del barrio aprovechan en cuanto pueden para viajar a Malasia,
Vietnam o países igual de exóticos. Hay,
incluso, quien ha estado en las antípodas, viendo jugar al rugby a los maoríes.
Vaya por Dios.
Y no sólo viajamos, sino que nos
hemos pegado unas comilonas navideñas que no se las salta un galgo. Acabo de
oír: “El menú sólo nos costó 50 euros;
tirado de precio”.
No sé, pues, si tenemos dinero o no,
Tampoco si nos lo prestan para que nos lo gastemos en juergas y tal. Pero
parece que sí, ya que según las estadísticas seguimos en crisis de empleo, el
paro continúa, la brecha salarial persiste, nuestro trabajo es precario, los
contratos basura no constituyen ya una excentricidad…
No importa; nuestro único objetivo
vital consiste en pasárnoslo bien a corto plazo, sin más interés en el futuro
que el que manifiestan los políticos, cuya visión no va más allá de las
próximas elecciones.
Un ejemplo: hacemos nuestras todas
las tradiciones. Algunas, como el Olentzero
vasco, de hace cuatro siglos, u otras de ayer mismo, pero el común denominador
de todas ellas es gastar más dinero, acumular regalos y echar la casa por la
ventana.
O sea, pasárnoslo bien. En el sentido
de que eso equivale a gastar más. No nos interesan otros valores éticos o
estéticos, sino el acaparamiento de sensaciones consumistas que llevan a un
nieto a protestar porque el regalo de su hermano no es que sea mejor, sino que
resulta más grande.
A eso se ha reducido, pues, la
felicidad en nuestras vidas, no al valor de las cosas en sí mismas, sino a su
tamaño, su apariencia,… la frivolidad en suma.
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