A contracorriente
ESTUDIAR EN ESPAÑA
Enrique
Arias Vega
Cuando yo estudiaba el Bachillerato,
hace más de sesenta años, los alumnos españoles íbamos por delante de nuestros
coetáneos de otros países. Modestamente, lo sé por propia experiencia. Claro
que entonces no se había generalizado la educación, como ahora, y el acto de
estudiar se reducía a los hijos de familias pudientes o a chicos de brillante
inteligencia que obtenían becas con las que hacerlo.
Así era más fácil quedar bien en la
comparación con los alumnos foráneos, aparte de que el rigor académico no se
andaba con chiquitas a la hora de exigir resultados. Por eso, aunque también
estudiaban hijos de papá que eran unos auténticos zotes, eso no empañaba demasiado
la media de excelencia docente.
Lo recuerdo ahora porque los
recientes resultados del informe PISA señalan un alarmante descenso en las
cualificaciones académicas de nuestros chicos, relegados a los puestos de cola
del pelotón escolar. Eso no quiere decir que en algún otro país no se hayan
hecho trampas en las evaluaciones, pues aquí no tenemos ni mucho menos el
monopolio de la picaresca y de la trapacería. Por supuesto. Pero esto es como
el dopaje en algunos deportes: si todo el mundo se droga, la clasificación
final de los participantes revela, no obstante, el orden de méritos entre
ellos, por fulleros que éstos sean.
En el caso de España, además, la
ideologización de la enseñanza, los vaivenes educativos según quién sea el
gobernante de turno, la falta de exigencia a docentes y discentes, el
“buenismo” didáctico que exime de responsabilidades a quienes se aprovechan del
sistema,… complican y empobrecen el resultado del aprendizaje en cualquier
nivel académico.
El último y clamoroso ejemplo lo
tenemos en las universidades catalanas que dispensan de asistir a clase a
quienes alborotan en pro de la separación de España. ¡Dios! ¡Y uno que creía
que no volverían nunca a producirse aquellos abominables “aprobados generales
políticos”, dados por algunos profesores a quienes se manifestaban al final del
franquismo y que acabaron produciendo los profesionales más incompetentes de
los últimos 80 años!
El colofón de todo esto es que si no
se vuelve de inmediato al rigor y la exigencia en la formación académica de
unos y otros, a nuestros ya crecientes males habrá que sumar el del retraso y el
empobrecimiento intelectual de las siguientes generaciones.
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