DUNIA SANCHEZ
La marea rompe por debajo de la cueva. Nunca llega a ella solo salpica
su boca con el salitre. Que los aires de estancia en esta vida columpien
sirocos evanescidos, vientos idos donde la realidad sea presencia de mis ojos
cuyo color desconozco. Oye unos pasos, es la comida que desciende en una
cuerda. Ella la coge y la retorna a su lugar. Ya no le importa quién es, sabes
que es prisionera de alguien que siente miedo…mucho miedo, sabe es prisionera
de una mente desordenada, rondando el desequilibrio. Un ser que no llega a saber de sus correrías
con la madre tierra, que no sospecha de sus entradas y salidas. Ella disimula,
calla y solo conversa con sus libros, con su cavilar. Mientras Anne, Agatta y
delfine quedan sorprendidas ante la claridad de la jornada, ante el jardín
frente ahora de ellas.
Gallinas con los
pescuezos retorcidos están esparcidas en ese territorio. No comprenden, no
llegan a entender a que es debido. Delfina agudiza su lengua , su mente y es un acto de brujería. Anne y Agatta no
salen de su asombro, del ensimismamiento que produce la desagradable,
repugnante y la maldad de la acción. No es cosa buena quien vive aquí, se
dicen. Las tres aleladas en la congoja no saben qué hacer. Una fuerza las
magnetiza y entra en el jardín. Esta vez no piensan tocar la puerta en esa casa
desconchada de cristales rotos. Aprovechan que todo es silencio para rodearla.
Sabe que su flanco norte da al
acantilado. Un acantilado que saborea la mar tranquila, allí se dirigen. Miran
por los cristales rotos y no ven nada, todo es sosiego, calma, oscuridad. Voy a
salir, dice la superiora. No sé a la hora que estaré de vuelta pero si aquellas
tres vienen tarde decídmelo. Coge su abrigo y se va de la residencia, su paso
es seguro como si supiera lo que tiene que hacer, como si supiera donde tiene
que ir. Por un momento cierra sus ojos y suspira. Espero que estén bien, se
dice para ella misma. No me perdonaría que les ocurriese algo fuera de mis
manos. Continúa con la presura del viento que se ha levantado, con la agresividad
de poder enfrentarse al todo aunque le cueste la vida. Sé a dónde han ido. Las
tres continúan merodeando la casa y de repente un canto, un canto con cierta
armonía. Una armonía entendible donde se narraba una leyenda de dos amantes,
dos aves de mundos diferentes que concurrían a la isla helada para el calor de
sus cuerpos. Aves de dos existencias, enamoradas en su tonada a la naturaleza
conjugada con boscajes, desiertos y océanos. Aves que en su final se
convirtieron en una sola y al unísona como aves plata aparecían en las noches
de luna llena como sombra de esta. Pero de donde, donde venía esa balada bien
bella, bien benevolente. Es como si el mar cantará esta melodía que llegaba a
sus oídos. Agatta, Anne y Delfina oían y
oían quedando imantadas por esta tonada
melancólica. Sonaba a placer, sonaba a pena, sonaba a soledad, sonaba a
pérdida. Rasgada a los vientos nortes, rasgadas a las palabras del océano,
rasgada al sentido de su imaginación, así, se sentía ella ¡Oh, el otoño¡
acogido por salvajes vientecillos quebrando los rostros en estáticos cuando su
incógnita es reveladora del futuro…CONTINUARÁ
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