ENCARCELADOS EN EL INFIERNO
GORKA CASTILLO
La cárcel fue la
pesadilla que sacó a Francisco Javier de la carcoma del narcotráfico. Él es uno
de los miles de españoles, hoy hay 978, encarcelados en países extranjeros pero
gracias a los acuerdos de extradición está terminando su condena en España. De su
tobillo izquierdo prende la pulsera telemática. Sentado en la cálida sala de un
museo madrileño la muestra como el estigma de un pecado juvenil por donde le
brotan recuerdos amargos que antepone a la frialdad de las cifras. “No sabía
que había tantos presos”, apostilla. Francisco Javier, joven y fuerte como un
acebuche de Gibraltar, espera que su relato ayude a comprender el horror que
supone “estar encarcelado en un país que no es el tuyo”.
Tenía 29 años y dos
hijos pequeños a los que alimentar con el sueldo miserable que cobraba
trabajando en un bar de Algeciras cuando fue detenido en aguas del Estrecho.
“¿Por qué me metí en aquello? Pues para ganar dinero al instante. 2.500 euros
por cinco minutos y 30.000 por estar cuatro o cinco horas en el mar. Lo vi como
una oportunidad para salir de la ruina”, dice. Una bicoca extraordinaria para
él pero un jugoso cebo para la Ley de Murphy. Porque si algo puede salir mal en
los turbios negocios del hombre terminará saliendo mal, tarde o temprano. Y más
si eres un joven que duda entre el deber de una realidad humilde y el brillo
perverso de unas monedas de oro. “Jamás pensé en los riesgos ni en las
consecuencias de lo que hacía. Los niños desoyen esas cosas cuando se lo pintan
tan fácil y en aquel momento yo era un niño en todos los sentidos”, añade.
LA PRISIÓN
MADRILEÑA DE SOTO DEL REAL ES EL LUGAR DONDE CONFLUYEN TODOS LOS REOS ESPAÑOLES
QUE, COMO FRANCISCO JAVIER, SON EXTRADITADOS DESDE CUALQUIER PENAL DEL MUNDO
Su mundo estalló
una de esas tardes turbulentas en las que el mar de Alborán parece salido de un
óleo de Turner. A su regreso de Marruecos, en una lancha cargada con 500 kilos
de hachís, fue detectado por las autoridades magrebíes y todo se vino abajo de
forma estrepitosa. Sus hijos, su joven mujer, su inocencia, sus ideales se
cubrieron de tinieblas. Lo único que recuerda con precisión es la forma en la
que fue interceptado. Un barco de la Marina Real marroquí comenzó a
ametrallarle sin previo aviso mientras él, que salió indemne de milagro, se
deshacía del cargamento tirándolo por la borda. Fue el intento estéril de un
desesperado para sortear lo inevitable: cinco años de cárcel entre Tetuán y
Tánger.
Lo que ocurrió
entre rejas lo narra ya más pausado, con sombras de zozobra en sus palabras.
“En esos momentos no sabes qué pensar. Uno se siente vacío. No tenía miedo por
mí sino por el maltrato que iba a sufrir mi familia. Soy una persona fuerte
pero me agobiaba no poder arreglar aquello”, afirma abriendo y cerrando sus
manos tatuadas al tiempo que censura, con su cerrado acento gaditano, los
motivos que siguen empujando a muchos jóvenes a apostar en este arriesgado
juego ignorando el destino que les aguarda: “Para muchos, el tráfico de hachís
es la única salida viable porque no tienen otra alternativa. Y luego ven
películas como El Niño, que no entiendo cómo pueden hacerla porque incita a los
chavales a hacer lo mismo. Estamos destruyendo a nuestra propia juventud. El
otro día cayeron 15 chicos y el mayor sólo tenía 16 años”, cuenta.
La conversación se
produce gracias a la mediación de la Fundación de la Abogacía y la Secretaría
de Instituciones Penitenciarias que han organizado unas jornadas sobre los
presos españoles que cumplen condenas en prisiones extranjeras. Ahora mismo hay
978 pero llegó a haber 2.585. Fue en 2011, la dura época de la crisis económica
y el paro, cuando muchos se encontraron en el trance de optar entre la
emigración y el trabajo clandestino. Dolor sobre dolor. Francisco Javier, que
ha rehecho su vida a falta de que le liberen de la vigilante pulsera, detalla
el aislamiento que padeció en un celda de dos metros cuadrados durante días
eternos, protegido del frío con una manta y durmiendo en el suelo junto a un
agujero para excrementos. Pies descalzos. Helados. “El lugar perfecto para
maltratarte a ti mismo”, concluye sin el más mínimo rencor en sus palabras.
La prisión
madrileña de Soto del Real es el lugar donde confluyen todos los reos españoles
que, como Francisco Javier, son extraditados desde cualquier penal del mundo.
El director, José Luis Argenta, describe el protocolo específico al que son
sometidos en cuanto ponen un pie en España: “Se les examina a nivel higiénico y
psicológico. Luego pasan cinco días por diferentes pruebas para detectar si
tienen algún tipo de problema y, una vez concluye esta fase, son enviados a los
centros más próximos a su lugar de residencia”. A partir de ese instante, el
futuro lo miden como una cuenta atrás. Porque hay países donde las condenas se
convierten en una batalla contra el día del juicio final. Al entrar en la
cárcel ya no se les ocurre preguntar cuándo saldrán. No sólo deben aprender a
desenvolverse en un ambiente calamitoso. Hay que tener el temple de un buda
para aguantarlo. Las cifran ahogan.
Según los datos
oficiales que manejan en Instituciones Penitenciarias, de los 978 presos
españoles que hay en cárceles extranjeras, 855 son hombres. El ranking lo
encabeza Francia, con 186, seguido de Marruecos, con 90. El 76% de los
detenidos, la mayoría de entre 20 y 40 años con un origen socioeconómico
humilde, están condenados por tráfico de drogas. “No es únicamente por el
sistema penitenciario imperante, como sucede con muchas de las prisiones de
Asia y América Latina, sino por el régimen de conducta que rige en el
interior”, reconoce Argenta.
SEGÚN LOS DATOS
OFICIALES QUE MANEJAN EN INSTITUCIONES PENITENCIARIAS, DE LOS 978 PRESOS
ESPAÑOLES QUE HAY EN CÁRCELES EXTRANJERAS, 855 SON HOMBRES
El de Japón, por
ejemplo, es muy estricto, según el relato de Javier Casado, uno de los 400
voluntarios que tiene la Fundación +34, una organización que viaja por el mundo
ayudando a los presos españoles crucificados por el desasosiego de la soledad y
un realismo normativo espeluznante. Sólo hay que imaginar la cárcel como una
lentísima cámara de adiestramiento forzoso. En estos momentos hay siete
españoles en el correccional de Fuchu, uno de los más estrictos del mundo. “El
control mental es una de las herramientas que utilizan en esta cárcel para
vigilar a los reos que cumplen una condena. Al levantarse, los presos deben
recoger su cama estilo militar y sentarse en una silla de frente a la puerta en
posición de loto. Sólo cuando les dan una señal pueden hacer sus necesidades,
peinarse o lavarse los dientes. Luego marchan por las instalaciones en formación
militar con los brazos y piernas en 90 grados. Tienen 15 minutos para comer y
está prohibido que hablen entre sí. Los que trabajan de pie reciben un menú de
1.600 calorías exactas. Los que trabajan sentados, otro con menos calorías, y
los que trabajan en sus celdas un tercero con menor aporte calórico- No pueden
mirar a los ojos de los vigilantes en ningún momento y deben mantenerse siempre
a una distancia nunca inferior a metro y medio”, explica. Muchos no salen de
allí. Las estadísticas hablan de presos que no resisten y se quitan la vida. “Y
los que regresan, de Asia o Latinoamérica, lo hacen con problemas psicológicos.
Casi todos tienen dolencias de este tipo”, añade.
Javier Casado se he
recorrido casi todas las prisiones del mundo en los últimos años, visitando a
los reclusos en cualquier rincón del planeta para que no pierdan el ánimo.
“¿Sabes por qué empecé?”, pregunta ante el silencio de un testigo que se encoge
de hombros. “Porque el 11 del 11 de 2011 detuvieron a un buen amigo en
Australia y decidimos que algo había que hacer para ayudarle”. Entonces,
regentaba uno de los concesionarios de coches más importante de Valladolid y
ganaba un buen sueldo. Lo dejó todo y se puso manos a la obra. Colaboró en la
creación de la Fundación +34, “el prefijo telefónico internacional de España,
algo que nadie olvida, un nexo identificativo”, y hoy asegura ser una persona
feliz. Asesoran a las familias afectadas, mitigan los vacíos del preso, se
estudian los convenios de extradición, buscan médicos. “Si ir a la cárcel es
terrible, imagínate estar en una asiática donde por 3 kilos de metanfetamina te
pueden condenar a 15 años de reclusión pero quienes más sufren son las
familias”, asegura.
Como Mónica, 30
años, a la que una noche de 2012 despertó su propia madre Isabel para
anunciarle por teléfono que estaba retenida en Ecuador. El motivo: una bolsa
que llevaba en su maleta con 350 gramos de clorhidrato de cocaína. La pena:
cinco años en la megacárcel de Guayaquil, un correccional pavoroso. El
desconcierto se entrelazó con el drama en sus adentros y se convirtió en un
doloroso nudo. Embarazada, maltratada, desempleada y al cuidado de su hermano
de 13 años, se enfrentó sola al desahucio de su casa, la causa última por la
que su madre decidió jugársela a la ruleta rusa. Solo una vez y al trullo. “¿De
verdad quieres que te cuente lo infernal que fue para mí no ver a mi madre
durante los dos años siguientes?”, pregunta Mónica. “Todo es jodido en la
cárcel, pero allí, en Ecuador, mucho más”, dice. Sus grandes ojos negros se
nublan, le tiemblan los labios y se echa a llorar. Entonces, una amiga se
acerca y le acaricia la mejilla, después la abraza y le dice palabras cariñosas
al oído. Los recuerdos, a veces, deben excluir cosas para digerir el dolor.
Pero tanto Mónica como Francisco Javier se han reconstruido. A base de voluntad
han recobrado el aura, como si hubiesen vuelto a nacer.
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