LAS MENTIRAS MATAN EL PERIODISMO
JUAN TORTOSA
¿Quién promueve el
amplio despliegue de miembros de OK Diario allá donde exista una tertulia?
¿Quién sostiene a Jiménez Losantos para que día tras día insulte a tirios y
troyanos sin mayores consecuencias? La mentira es uno de los principales
instrumentos de trabajo de medios como estos, pero no el único. Otro es usar
las intervenciones en cualquier foro para desviar el foco de lo que realmente
interesa; utilizar la provocación y con ella conseguir marcar la pauta en los
debates.
Torea Inda en todas
las plazas, ya pertenezcan a Mediaset o Atresmedia, con la soltura de quien
sabe que pisa sobre seguro. Esgrime informes falsos que luego son
desacreditados pero da igual, el director de OK Diario continúa con su siembra
de la discordia sin que nadie parezca nunca interesado en pararle los pies. No
hablo de claves judiciales, que en ese campo ya hay suficientes doctores, sino
estrictamente informativas. ¿En qué clase de universo periodístico nos estamos
moviendo desde hace ya años para que los reyes del mambo sean Inda, Losantos y
compañía?
Las ideas y
consignas que difunden buscan complacer a una clientela muy definida, enervar
los ánimos y agitar el patio, sea o no verdad lo que dicen. Y si en alguna
tertulia hay quien rebate sus infundios con datos, en el fondo lo que acaba
descubriendo es que les está siguiendo el juego, con lo que se contribuye a que
cumplan sus objetivos. Es la escuela de la amoralidad, que Pedrojota instauró
en el diario El Mundo, tras ser despedido de Diario 16 por un editor, Juan
Tomás de Salas, que todavía creía en el periodismo honesto.
Queda lejos ya
aquel tiempo en que una veintena de periodistas se conjuraron en Marbella
(verano de 1994) para trabajar por el advenimiento de Aznar a la Moncloa. Dos
años de trabajo les costó y ahora, décadas más tarde, sus más aventajados
alumnos han conseguido crear el caldo de cultivo necesario para la resurrección
de una peligrosa ultraderecha que creíamos amortizada para siempre. Lo han
hecho de una manera más sofisticada que entonces: a los métodos de sus mentores
han incorporado el uso de las redes sociales con un trabajo de zapa en el que
la insidia y el embuste se reproducen por esporas. Hay quien responsabiliza a
Catalunya de buena parte de todo este lío, pero yo discrepo: el huevo de la
serpiente anidaba en el PP y la corrupción de este partido rompió la baraja
creando un río revuelto en la derecha donde, gracias a la complicidad de
periódicos, radioactivistas y telepredicadores varios, han acabado pescando los
avispados promotores de Vox.
“Hay que darle a la
gente lo que quiere, aunque no sepa lo que quiere; la gente no quiere estar
informada, quiere sentirse informada; les daremos una visión del mundo como
ellos quieren que sea”. El autor de este tipo de sentencias, como queda
reflejado en la miniserie televisiva “La voz más alta”, fue Roger Ailes,
fundador y presidente de Fox News, cargos de los que se vio obligado a dimitir
tras ser acusado de acoso sexual. Los modos y maneras de este sujeto quien,
entre otras muchas lindezas, obligaba a sus redactores a llamar a Obama “Barack
Hussein”, son los que lamentablemente hemos acabado importando a nuestro país,
donde el odio a quienes piensan diferente, ya sean partidos políticos, mujeres,
menores, inmigrantes u homosexuales, ha acabado adquiriendo dimensiones
inimaginables hace solo unos años. ¡Valiente precursor, Roger Ailes, de
políticos instalados en la mentira compulsiva como Donald Trump, Bolsonaro,
Boris Johnson u Ortega Smith!
No puede ser que
los amantes del frentismo controlen la narrativa porque, contra la falta de
prejuicios, el periodismo decente lo tiene muy difícil para abrirse paso.
Estamos consiguiendo acabar con la corrupción, luchando para que los usos y
costumbres del bipartidismo pasen a la historia, ¿y no vamos a ser capaces de
atajar el empleo de la mentira en los periódicos, las radios y las televisiones
de nuestro país?
No es bueno seguir
así. Urge una toma de conciencia donde la ética sea la prioridad, urge también
que asociaciones y colegios profesionales dejen de ponerse de perfil y afronten
este asunto con mucha más contundencia de lo que hasta ahora han demostrado.
Las empresas periodísticas no pueden acunar desestabilizadores en nombre de la
libertad de expresión, y esta a su vez no puede ser sinónimo de ley de la
selva. Hay que desenmascarar a los profesionales de la agitación y defender a
muerte la información ponderada y honesta. No es tan difícil, solo hace falta
que perdamos de una vez el miedo a denunciar a quienes desprestigian nuestra
profesión usándola para mentir a sabiendas. ¡Ya está bien!
J.T.
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