CATALUÑA: FE DE ERRATAS
JUAN CARLOS MONEDERO
Cuando un grupo de
gente de mi generación decidimos hacernos insumisos en los años 80, entendíamos
que el corazón de la protesta estaba precisamente en aceptar la sentencia y
obligar al Estado a condenar a unos jóvenes que pedían pacíficamente algo que
era justo. Nos negábamos a hacer el servicio militar obligatorio, que duraba un
año, y nos negábamos igualmente a hacer la prestación social sustitutoria del
servicio militar, que duraba el doble para desalentar a los objetores de
conciencia. Despreciábamos una parte sustancial de la justicia, que venía del
franquismo, igual que del ejército, que seguía celebrando el 18 de julio, y de
la monarquía, que se crió a los pechos del dictador, o de la patronal, donde una
parte había financiado y organizado el 23F.
Pero entendíamos
que no era igual la democracia en los 80, con todas sus debilidades, que la
dictadura de Franco. Por eso aceptábamos ir a juicio y aceptábamos la condena.
Porque era tan injusto que nos encarcelaran que nuestro gesto era lo que hacía
crecer la conciencia en contra de un servicio militar con armas anacrónico e
innecesario.
La derecha seguía
como siempre, campando por sus respetos, siempre usando la ventaja
institucional a su favor, amenazando con una justicia que sentía suya, con una
policía que sentía suya, con un ejército, llegado el caso, que sentía suyo y
que, pensaban, haría lo mismo que en el 36 y saldría a defender los intereses
de burgueses, oligarcas, banqueros, latifundistas y obispos. Porque a los tres
estamentos los consideraban como un apéndice de su poder, igual que los medios
de comunicación, los colegios profesionales, la educación privada, los clubes
náuticos o los equipos de fútbol. Y, claro, como a la monarquía.
Esa vinculación
histórica entre el «poder» y los «poderes» explica en España el 23F, el caso
Almería, los GAL, el batallón vasco español, el archivo del caso Banca
Catalana, las amnistías fiscales, el indulto a los del 23F y a los de los GAL,
el archivo de la causa del máster de Pablo Casado o de Díaz Ayuso por
AVALMADRID, el papel de Villarejo o Inda, la acusación a los políticos
catalanes de rebelión y de sedición o la retirada de derechos políticos a Oriol
Junqueras que ahora ha declarado contraria a derecho el Tribunal Europeo de
Justicia.
Pero también es una
buena noticia que Europa le recuerde al juez Llarena que España no es un
cortijo de la derecha y que no pueden hacer lo que les dé la gana. Porque es
España la que ha decidido formar parte de la familia europea. Y lo que decide
la ley europea es ley en España, igual que lo que hagan los obispos pedófilos
ya no va a ser cuestión de la iglesia sino de la justicia de cada país. Asumir
la justicia universal es una señal de avance democrático. El PP sacó a España del
Tribunal Penal Internacional. Es una señal de que para la derecha el entramado
legal es válido solamente cuando les beneficia. Para la derecha, la justicia
realmente válida, en la que se sienten a gusto, es la ley de la horca, eso sí,
siempre y cuando tengan antes comprado al sheriff, al juez, al verdugo, al
enterrador y los linchadores.
Oriol Junqueras,
Puigdemont y los demás políticos catalanes presos o huidos desobedecieron, y lo
hicieron conscientemente como una manera de llamar la atención sobre sus
reivindicaciones. Los que no somos independentista no debemos deslizarnos en la
pendiente que ha cavado la extrema derecha. En nuestra democracia, los
independentistas, pese a que nos tengan cansados, deben poder protestar cuanto
quieran en virtud de los derechos que les asisten en el Estado español, sin que
les pongan penas como si hubieran asesinado o alzado en armas. Igual que debes
poder intentar parar un desahucio sin que la fiscalía te pida 23 meses de
cárcel.
La extrema derecha
tiene una rara virtud: arrastra a la inteligencia, a la democracia y al Estado
de derecho al abismo de su irracionalidad nacionalista rancia y excluyente. Hay
una España que se está volviendo otra vez un corsé donde no caben diferencias.
Esa España necesita víctimas sacrificiales, fusilar al amanecer y antes fusila
en sus medios de comunicación. Ha arrastrado a Ciudadanos, al PP y casi lo
logra con el PSOE. Pero no ha triunfado. Porque hay otra España que ha roto con
esas maldiciones visigodas y reclama una patria que vuela más con Lorca que con
Pemán, que está más cerca de Machado, Miguel Hernández,Margarit y Martí i Pol
que de Sánchez Dragó, Arcadi Espada, Jiménez Losantos o Sostres.
La última
convocatoria de elecciones fue un disparate porque obligó al PSOE a volver a
virar a la derecha y golpear a su izquierda. Con esa actitud, dejaba de ser un
factor de estabilidad y caía en manos del relato de odio de la derecha. El
resultado electoral volvió a dejar claro que ahora corresponde, a todos, buscar
otra salida. Estamos en otra fase. Ya se ha probado el unilateralismo y la
testosterona, la amenaza y la chulería, el tensamiento de la cuerda y las
fronteras del Estado de derecho. Toca dialogar, movernos dentro del Estado de
derecho, aprender a ser libres y no tener ningún miedo a la democracia. Porque
una democracia asustada tiene los días contados.
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