TODOS LOS DÍAS DEL INOCENTE
ANÍBAL MALVAR
Los periódicos ya
no publican inocentadas en el Día de los Inocentes. Era una costumbre estúpida,
además de políticamente muy incorrecta, pues ese día se celebra la matanza de
los niños de Belén ordenada por Herodes. Fue aquella una matanza más literaria
que otra cosa, pues los historiadores no encuentran prueba alguna que dé
veracidad al cuento. Pero, aun así, se explica mal que esa leyenda cruenta nos
haya servido para justificar bromas pesadas.
No sé si ha sido
por casualidad o por inteligencia que El País publique hoy un editorial que sí,
a su modo, celebra este día de los inocentes. De los niños asesinados por la
tiranía. Se titula Ansiedad juvenil y aborda un problema al que, entre tanto
fárrago político vacuo, no se le ha dado la importancia suficiente. Ni mucho menos.
«Un 11% de los
jóvenes de 15 a 29 años sufre ansiedad, crisis de pánico y diferentes tipos de
fobias sociales», informa el periódico de Prisa haciéndose eco de un estudio
realizado en 2017 por la Fundación de Ayuda a la Drogadicción. «Que haya tanta
ansiedad a edades cada vez más tempranas tiene que ver con la sensación general
de incertidumbre ante el futuro y con las exigencias de una cultura muy
competitiva y un horizonte profesional en el que hay más demandantes que
ofertas de empleo», continúan.
Todo muy correcto,
salvo por el hecho de que El País elude identificar al Herodes de esta historia
de jóvenes masacrados. Tampoco se hace mención alguna a la extracción social de
estos nínfulos y nínfulas trastornados, aunque es fácil sospechar que no se
trate de hijos de banqueros y otras beautifuls. O sea, que se evita politizar
el tema más político de todos, por encima de las cuitas catalanas, la ganas
locas que tiene la derecha de que ETA no haya desaparecido y otras gualtrapadas
de escaso recorrido intelectual.
Mientras la
política se ha convertido en escenificación barata con la complacencia de
medios de comunicación y público, problemas políticos como este se deslindan de
la acción gubernamental como si fueran fenómenos atmosféricos imprevisibles e
inevitables, orgías saturnales que el destino hace caer caprichosamente sobre
nosotros, plagas enviadas por un dios maligno, que es como son todos los
dioses. Y no es así. La ansiedad de los jóvenes es política. Viene provocada,
entre otras muchas cosas, por acciones como el feroz empeño de los gobiernos
populares en denigrar la educación y la sanidad públicas, o por medidas como la
reforma del artículo 135 de la Constitución por parte de José Luis Rodríguez
Zapatero, que antepuso la confortabilidad de la oligarquía al hambre y la sed
de la gente, por seguir con el tonillo bíblico que me está saliendo hoy para
contento de mi santa madre.
Pide El País, en su
editorial, «una mejor atención mental», como si el virus de la flojera
psicológica que padecemos todos, no solo los jóvenes, no tuviera una cura
druídica evidente: la igualdad de oportunidades. Esto pasaría por desposeer a
los oligarcas de lo robado y meterlos en las cárceles, aunque para ello hubiera
que liberar a un montón de tuiteros y raperos de sus celdas. Pero eso es
imposible. Se inquietarían los mercados, ese nuevo ente divino que nos obliga,
como Jehová a Abraham, a subirnos a un monte y sacrificar a nuestro hijo en
aras de la estabilidad financiera.
Con la prudencia
que caracteriza a El País cuando se trata de asuntos de dinero (no olvidéis que
el dueño del grupo es desde hace tiempo el fondo buitre Liberty Acquisition
Holding con el 57%), también se añade que «es preciso un cambio en las
relaciones laborales» para que nuestros jóvenes dejen de tener que
empastillarse como viejas actrices histéricas de Billy Wilder. No se trata de
cambiar las relaciones laborales, sino las relaciones de vasallaje que las
sucesivas reformas de toda laya, tanto populares como socialistas, nos han ido
imponiendo. Hoy no es el día de los inocentes. El día de los inocentes, para
los trabajadores y para los jóvenes, se celebra todos los días en bellísimos
palacios que nunca nos dejarán pisar. Salvo que volvamos a parafrasear a
Diderot y nos convenzamos de que «el hombre solo será libre cuando el último
rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote”. Pero no podemos
parafrasearlo, que se desestabilizarían los mercados y tal.
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