X: SALIR DE LA
POCILGA O QUEDARNOS
Lanzamos con este artículo el debate abierto en la redacción y el consejo
editorial sobre si es mejor seguir en Twitter (ahora, X) o cerrar y mudarse a
otra red con menos eco e influencia
Montaje de la cuenta de X de Anonymus.
Algunos medios y periodistas andamos en pleno debate sobre qué hacer con nuestra presencia en la fosa séptica antes llamada Twitter [353 millones de usuarios activos en 2023, de los cuales 4,3 se encuentran en nuestro país]. En CTXT este debate es intenso. La postura mayoritaria entre compañeros, consejeros y amigos de la revista es que CTXT debería salir de ahí cuanto antes. Los argumentos que ponen sobre la mesa quienes defienden la salida no admiten demasiada discusión: X –o como quiera llamarlo el psicópata que se compró el juguete– es hoy un inmenso altavoz de la ultraderecha en manos de un fascista que difunde bulos contra inmigrantes, amenaza a representantes democráticos y ataca a feministas o personas trans. Si los discursos de odio habían contaminado el Twitter anterior a Musk, la llegada del sudafricano al puesto de mando de la red social ha supuesto no solo la consolidación, sino directamente la promoción de estos discursos desde la propia plataforma. Si el algoritmo te muestra nazis, te habla como un nazi y te invita a razonar como un nazi, es un nazi.
Algunos,
los menos, apostamos por continuar en lo que un día fue un sitio enriquecedor y
hoy es un vertedero. No lo tenemos nada fácil para defender nuestra postura. Es
cierto, como argumentan los partidarios del Vertedexit, que quedarnos sería
formar parte del altavoz de mierda y legitimarlo, pero también lo es que si un
nazi llega dando gritos a una habitación y la gente decente sale de ella, gana
el nazi. Es cierto que Twitter, X o como quiera llamar al juguete este cryptobrocon
claros déficits afectivos no es una habitación cualquiera, sino la propiedad
privada de un multimillonario entregado a la propaganda. Pero también lo son en
España las televisiones generalistas en manos de las familias Berlusconi
–Telecinco y Cuatro– y Lara –Antena3 y La Sexta–, y estaremos de acuerdo en que
nos encantaría que alguien pudiera sentarse en esas tertulias a explicar cómo
manipulan y derechizan a la opinión pública española esas televisiones para
defender según qué intereses. En Twitter aún podemos hacerlo. Podemos quedarnos
a repetir cada día cómo el algoritmo manipula, cómo se promocionan discursos de
odio, cómo su dueño representa lo peor de la derecha reaccionaria mundial. La
ausencia de pluralidad en las teles privadas en manos de la derecha nos ha
enseñado algunas lecciones. Y ninguna de ellas nos habla de las ventajas de no
estar. CTXT tiene una comunidad en Twitter formada por más de 230.000 personas.
No se me ocurre qué ventajas tendría el cierre y el silencio frente a la
posibilidad de seguir manteniendo esa comunidad en terreno ocupado por la
ultraderecha.
En
Twitter, X, o como quiera llamar a su juguete este anarcocapitalista que
acumula millones en subsidios públicos, el debate constructivo es imposible,
argumentan con razón los partidarios de la salida. No tiene sentido permanecer
en un espacio en el que la mentira y el ruido siempre se van a imponer, es una
guerra perdida. ¿No lo es en el supermercado o en el bar? ¿Acaso los argumentos
y los datos le sirven a usted en la cena de nochebuena para convencer al marido
de su prima entregado a los discursos de odio? En ese sentido Twitter, X, o
como quiera llamar a su juguete un tipo que asegura que su hijo fue asesinado
porque reveló que era una mujer, no es un lugar tan diferente al resto de la
sociedad. Las redes sociales son campanas de eco en las que solo escuchamos lo
que queremos oír generando burbujas informativas e ideológicas, nos quejábamos
hace unos años. Bien. Pues la ultraderecha, mediante ingentes cantidades de
dinero, inversión en bots, algoritmos y odio ha pinchado la burbuja de
la izquierda. Y la izquierda que teorizaba sobre campanas de eco se plantea
salir corriendo porque lo que escucha, lógicamente, no le gusta.
Por
supuesto que hay espacios mejores que esta pocilga privada. Cualquiera que no
esté lleno de nazis ni dirigido por uno de ellos. Mastodon [15 millones de
usuarios en todo el mundo], sin ir más lejos, es un oasis de tranquilidad y
además no tiene dueño, no puede caer en manos de un psicópata como Elon Musk.
Esa es su enorme ventaja. Su enorme inconveniente es que nada de lo que allí se
diga o haga en este momento ejerce ninguna influencia en el debate público. No
es una red social masiva a día de hoy. No es un campo de batalla ideológico.
Mi
principal argumento para la permanencia, más allá de lo duro que sería tener
que renunciar a los altavoces que hemos sido capaces de construir en la que un
día fue nuestra casa, no tiene tanto que ver con la estrategia racional sino
con lo visceral: estoy harto. Estoy muy cansado de que la ultraderecha ensucie
lugares de convivencia y salga ganadora de esa estrategia. Quemado de que los
ultras hagan y la izquierda teorice sobre lo que han hecho. Creo que no sólo no
deberíamos irnos de Twitter, X o como quiera llamar a su juguete el tipo que
desde su cuenta personal fomenta disturbios racistas en las calles, sino que
deberíamos, además, ocupar espacios digitales donde la derecha es hegemónica,
donde vive la mar de tranquila. No solo deberíamos quedarnos en Twitter sino
que estamos tardando en entrar al grupo de Telegram de Alvise y espacios
similares para denunciar todos y cada uno de los bulos que son difundidos desde
esos oasis de tranquilidad ultraderechista en los que nadie molesta. Querer salir
de Twitter, X o como quiera llamar a su juguete este hijo del apartheid,es
no haber entendido que la batalla cultural que la ultraderecha plantea no se va
a evitar huyendo. Es no entender que la batalla ya está aquí y que los
reaccionarios tienen clara su fórmula: reventar espacios de debate al tiempo
que construyen oasis ultraderechistas en los que la izquierda no entra. Es
decir, si la plaza pública no es suya, nadie va a estar a gusto en ella. Si
nada de esto les convence, entonces, de acuerdo, vayámonos de Twitter. Pero
tenemos que responder a la siguiente pregunta: qué haremos cuando la
ultraderecha entre a reventar Mastodon o cualquier otro lugar que se convierta
en masivo. ¿También nos iremos?
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