LA
VERDAD, LAS BLASFEMIAS Y LA REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA
Está muy bien
tener un plan. Sería mejor si además se conocieran los detalles. Y sería ya
extraordinario si fuera coherente con las libertades de expresión y sin querer
imponer una única verdad
Periodismo, fake news, hechos alternativos
Pedripol
El
Gobierno tiene un plan. Un plan de regeneración democrática para acabar con los
bulos y proteger la libertad de prensa, nada menos. Acaba de aprobarlo. Incluye
cincuenta medidas. La mayoría son tan genéricas que es difícil estar a favor o
en contra. Aun así, la oposición ya ha anunciado que se opondrá a todas. Por si
las moscas.
Las medidas más concretas, dentro de la indefinición general, están creando cierto debate entre juristas y políticos. La mayoría parecen puros fuegos artificiales sin efecto alguno. Otras suenan bien, como las que buscan aumentar la transparencia sobre la financiación de los medios de comunicación, pero hasta que no se conozca el detalle de lo que se busca es difícil valorar su eficacia.
En
nuestro sistema existe ya el derecho de rectificación y se tramita de la forma
más rápida y urgente posible
Algunas
medidas son directamente imposibles o contraproducentes. Dice el Gobierno que
quiere reformar la ley “para lograr la rectificación de noticias falsas con
indemnizaciones y plazos adecuados”. Así dicho, es una barbaridad. En nuestro
sistema existe ya el derecho de rectificación y se tramita de la forma más
rápida y urgente posible. Sin embargo, no se aplica a noticias falsas ni
incluye indemnizaciones. El derecho de rectificación es la obligación de los
medios de publicar la versión del afectado por sus noticias, sin necesidad de
declarar que estas son verdad o mentira. Y es así porque un procedimiento para
decidir si algo es falso no puede ser rápido. Implica que participe un juez y
que se discutan ante él todo tipo de pruebas, en un proceso necesariamente
lento, laborioso y sometido a recurso. Es imposible decidir en unas semanas la
falsedad o no de una noticia y precisamente por eso nos conformamos con poder
obligar en unos días al medio a que refleje también la versión del
protagonista, dejando la cuestión de si sea la falsa para un momento posterior.
El
gran riesgo de cualquier iniciativa para acabar con los bulos o la
desinformación es la tentación de quien manda de imponernos su verdad como la
única posible. He dicho en alguna ocasión que la verdad no existe. Fuera del
campo de la ciencia (e incluso en él) es prácticamente imposible afirmar
ninguna verdad que no pueda ser contradicha o matizada. La verdad solo existe
como acto de poder o de fuerza, e intentar imponer una verdad es necesariamente
totalitarismo. Es, en gran medida, lo que están haciendo las instituciones
europeas contra la desinformación a propósito de la guerra de Ucrania, al
intentar imponernos la propaganda de guerra de un bando como la única realidad
publicable. Un despropósito.
En
España, quien se atreve a criticar la religión de los jueces sabe que pasará
tiempo perseguido y perderá dinero
En
cambio, sí que existe la falsedad. Y ahí es donde deben centrarse los
esfuerzos. Puede demostrarse que alguien ha inventado deliberadamente una
noticia o un dato falso. Incluso que lo ha difundido a sabiendas. Y eso sí
puede perseguirse, cuando cause un daño a terceros o al interés general. Pero
debe hacerse con un procedimiento lleno de garantías y en manos de los jueces,
no sea que acabemos por prohibir cualquier interpretación de la realidad que no
guste a los que están en el poder. Así que el Gobierno acierta en poner el foco
en las falsedades, pero desbarra al querer hacerlo con prisas y sin suficientes
controles.
El
plan, por último, incluye también medidas largamente necesarias y que están
molestando a lo más granado de nuestra judicatura conservadora. La más
evidente, la reforma del delito contra los sentimientos religiosos. No hay que
ser un jurista experto para concluir que la mera existencia de un delito
formulado en esos términos está siendo instrumentalizada para silenciar
ejercicios legítimos de las libertades de expresión y creación artística. Tan
legítimos que prácticamente nunca dan lugar a condenas firmes. La combinación
de grupos ultracatólicos dedicados a denunciar cualquier acto que les parezca
blasfemo con jueces incapaces de dejar sus propias creencias religiosas fuera
de las salas de juicio ha llevado a que multitud de creadores, periodistas y
activistas pasen meses y años investigados, tengan que gastar dinero en
abogados y pierdan contratos y oportunidades. Lo de menos es que al final
resulten absueltos en primera o segunda instancia. Lo definitorio es que, en
España, quien se atreve a criticar la religión de los jueces sabe que pasará un
tiempo perseguido y perderá dinero. Un efecto disuasorio que compromete
gravemente el ejercicio de la libertad de expresión y con el que hay que
acabar.
Sin
embargo, si el Gobierno quiere ser coherente en su plan, debe ir más allá.
Porque algo parecido sucede con los delitos de injurias específicas contra la
Corona o las altas instituciones del Estado, que imponen penas gravísimas a
quien se atreva a criticar ácidamente al rey, la bandera o la policía. El
Tribunal Europeo de Derechos Humanos ya ha declarado que se trata de delitos
que desincentivan a las personas que querrían realizar en público legítimas
críticas políticas; por eso, deben ser abolidos o profundamente reformados.
Junto a ellos, hay otro que políticamente es una patata caliente, pero es
también uno de los más usados para silenciar ideas disidentes: el
enaltecimiento del terrorismo. El modo ambiguo y amplio en el que está
redactado permite castigar incluso a quien simplemente discrepe de las
políticas penitenciarias que se aplican a los terroristas, y se está usando
para ello.
No
parece que el ejecutivo vaya a atreverse a ir tan lejos. Nuestro Gobierno cree
en la libertad de expresión, pero tampoco tanto.
En
fin, está muy bien tener un plan. Sería mejor si además se conocieran los
detalles del plan. Y sería ya extraordinario si el plan fuera coherente con las
libertades de expresión, sin querer imponer una única verdad y garantizando una
comunicación pública libre de falsedades. Por ahora, es difícil saber más.
Habrá que esperar para ver si el famoso plan realmente sirve para fortalecer la
democracia, es un pronto totalitario o simplemente otro bluf… o un poco de
todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario