COACCIÓN EN LA
EMBAJADA
JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN
El opositor venezolano Edmundo González.
Nuestro embajador en Venezuela se limitó
a ofrecer a los asistentes una botella de whisky como detalle de cortesía. Aquí
se acaba la historia. El guion no da para más. Las piezas no le encajan al PP
Edmundo González deja al PP sin
argumentos: “No he sido coaccionado por el Gobierno de España ni por el
embajador”
A partir de este momento se desatan los acontecimientos que son seguidos con atención y preocupación por la comunidad internacional. Estados Unidos, varios países americanos (Brasil, Chile y México), la Unión europea y, por supuesto, el Gobierno español exigen que se presenten las actas para aceptar el resultado. Con la única intención de provocar un conflicto echando gasolina al fuego, la derecha extrema y la extrema derecha consiguen convocar un Pleno del Congreso de los Diputados, celebrado el 11 de septiembre, en el que, con la sorprendente alianza de del PNV, se decide reconocer a Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela.
El Gobierno de Venezuela reacciona con
varias medidas de manual. Retirada de embajadores y llamada a consulta. Como la
reacción pudiera resultar desmesurada, detiene el día 14 a dos españoles a los
que acusa de haber entrado en Venezuela con el propósito de realizar actos
terroristas. En una de sus comparecencias habituales en la televisión, realiza
unas manifestaciones delirantes que solo se pueden explicar por la pérdida de
control de sus facultades intelectivas. Acusa al CNI español, que depende del
Ministerio de Defensa y, en última instancia, de la Presidencia del Gobierno,
de organizar un plan para asesinarle. Por favor, señor, Madura recupere el
sentido y reconozca que lo dijo en un momento de arrebato.
Pero es hora de volver al verdadero protagonista de la historia,
Edmundo González Urrutia, y de los sucesivos pasos que da hasta refugiarse en
la Embajada de los Países Bajos. Nicolas Maduro vuelve a la carga para atacar a
su contrincante electoral. El tono no sé si le beneficia en Venezuela, pero sí
que causa una mala impresión en los que le escuchamos. Le llamó cobarde y le
retó a que saliese de su madriguera. Sabía, como es lógico, que se había
refugiado en la Embajada de los Países Bajos porque, según los usos diplomáticos,
había informado al Gobierno del acogimiento. En sus dependencias permaneció,
según las informaciones, durante casi un mes.
No hace falta ser Sherlock Holmes para deducir que, desde su
asilo, tuvo tiempo para meditar e incluso consultar cual era la decisión que
debía tomar. Me imagino la tensión emocional que debió vivir, en medio de la
tormenta que le rodeaba. Entregarse, sabiendo lo que le esperaba, o asilarse en
España, país en la que ya viven alguno de sus predecesores. Esta duda hamletiana
le debió asaltar durante días y quizá en las noches de insomnio. No creo
que nadie se puede creer dotado de una superioridad ética que le permita juzgar
su decisión, sin perjuicio de sus valoraciones políticas. Sin embargo, el Sr.
González Pons saltó como un resorte con afirmaciones de grueso calibre. En su
primer mensaje vierte un velado reproche a Edmundo González por haber aceptado
el exilio y carga contra el Gobierno pero sin mencionar la existencia de
coacciones. Cuando se conocen las fotografías de la firma del documento en la
residencia del Embajador de España, los dirigentes del PP, que parecen haber
visto un holograma en lugar de las imágenes que nos han ofrecido las
televisiones, construyen la disparatada teoría de la cooperación necesaria del
Gobierno de España. Saben que cuentan con el apoyo de la numerosa batería
mediática que repican la misma versión, seguros de que una gran parte de la
población terminará admitiéndola como una verdad revelada.
Las piezas no encajan y son difícilmente digeribles. Con sus
burdos razonamientos sostienen que el Gobierno de España ha dado un golpe de
Estado contra la oposición sin tener en cuenta que su cabeza visible se refugia
en el país que ha cooperado en la trama. Todo muy lógico y racional. Edmundo
González ha desmentido las coacciones al llegar a España. Me permito informarle
que ha venido a un país en el que el lema de muchos medios de comunicación es:
no dejes que la realidad te estropee un buen titular o construir una noticia a
sabiendas de su falsedad.
La coacción indudablemente ha existido y solo puede imputarse al
Gobierno de Venezuela. Ante la presión ejercida sobre su persona, Edmundo
González escoge España como lugar de asilo. El Ministerio de Asuntos Exteriores
acepta la petición y decide poner la residencia del Embajador como recinto en
el que se escenifica la firma de una decisión que ya se había tomado por su
protagonista. Desde allí salió con un salvoconducto hacia el aeropuerto, donde
tenía que recogerlo un avión de las Fuerzas aéreas españolas tal como se había
convenido.
En la escena final que hemos visto y oído, nuestro embajador no
utilizó ningún instrumento coactivo, se limitó a ofrecer a los asistentes una
botella de whisky como detalle de cortesía. Aquí se acaba la historia. El guion
no da para más. Después de la palabra 'Fin', solo cabe añadir: Esta película se
inspira en hechos reales. Invito a los amables lectores a poner, según su
criterio, lo que en los usos cinematográficos se denominan: títulos de crédito.
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