¿CÓMO RESPONDERÁ LA OTAN A SU
DERROTA EN
UCRANIA?
En Moscú saben
que, gane quien gane en Washington en noviembre, si Estados Unidos no acepta
que ha perdido, la perspectiva de una guerra mayor está servida
Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski. / Luis Grañena
La
derrota militar de Ucrania está servida, pero lo más peligroso es que también,
y sobre todo, será una derrota de la OTAN contra Rusia “por procuración”,
cargada de consecuencias para el liderazgo global occidental, dentro y fuera de
Europa. Así que, tratándose de eso, la pregunta del momento es ¿cómo responderá
la OTAN a su derrota en Ucrania?
“Es el momento de restablecer la diplomacia y volver a las negociaciones, aunque llevará algún tiempo invertir la propaganda de la última década y preparar al público para una nueva narrativa. Como vimos en Afganistán, las élites político-mediáticas nos asegurarán que estamos ganando, hasta que huyamos de forma desorganizada con gente cayendo de los aviones”, dice el analista noruego Glenn Diesen.
Mucho
dependerá de las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos.
Rusia deberá moderar las exigencias de su “victoria”, sea cual sea el
significado y contenido real de tal palabra, pues la guerra también pasa allá
una dura factura, seguramente con más de 200.000 muertos e inválidos. Además,
la ocupación de territorio ucraniano puede ser una fuente de problemas, como apuntábamos hace más de un año.
Pero ¿qué pasa si la OTAN no acepta su derrota, es decir si Estados Unidos
persevera en su voluntad de desangrar a Rusia a costa de una guerra mayor? ¿Se
dará rienda suelta a la histeria de bálticos y polacos sobre una “amenaza
(ofensiva/ invasora) rusa” contra Europa que, además de inexistente, ha
mostrado, precisamente, sus limitaciones militares en Ucrania? En ese caso, las
cosas están en los términos ya conocidos: si es objeto del ataque de una fuerza
militar superior como es la OTAN, el grupo dirigente ruso declarará un “peligro
existencial” para Rusia, lo que según su doctrina, que está siendo corregida
para hacerla más flexible, significa la posibilidad del uso del arma nuclear.
En
Moscú hay razones sobradas para la preocupación. El secretario de Estado
Blinken ha estado esta semana en Kiev para dar lo que parece una luz verde al
uso de misiles occidentales de largo alcance contra territorio ruso, algo que
precisa de la información de la inteligencia y los satélites militares
americanos y de la participación directa de militares de la OTAN. Putin
advirtió el jueves que tal decisión “cambiaría la misma naturaleza del
conflicto”. “Significará que los países de la OTAN, EEUU y los países europeos,
combaten contra Rusia” por lo que Moscú tomará “las decisiones (militares) correspondientes”,
dijo. El presidente de la Duma, Viacheslav Volodin, ha afirmado que Rusia
tendrá que utilizar “armas más potentes y destructivas en la defensa de sus
ciudadanos”, y entre los expertos se especula con escenarios como ataques de
respuesta a infraestructuras occidentales o con la destrucción de los puentes
del Dnieper, que hasta ahora Rusia ha respetado, y que cortarían la
comunicación terrestre y ferroviaria de Ucrania por la mitad.
Los
programas de la tele rusa transmiten cierto cansancio por el estancamiento de
la prometida “inevitable victoria”. Los militares parecen conscientes de que
sin una movilización nacional en toda regla, cosa a la que el presidente Putin
no quiere arriesgarse, no hay capacidad militar para extender aún más la conquista
de territorio ucraniano hacia Nikolayev y Odesa, privando por completo a
Ucrania de salida al mar, que es lo que redondearía una victoria militar
estratégica. Seguramente no interesa que el frente ucraniano colapse antes de
las elecciones estadounidenses, pero, gane quien gane en Washington en
noviembre, en Moscú saben que si Estados Unidos/OTAN no acepta su derrota, la perspectiva de una guerra mayor estará
servida.
El
presidente Zelenski lleva la derrota impresa en el rostro. Ya no es aquel
dinámico y voluntarioso personaje que protagonizaba portadas en los principales
semanarios europeos y americanos. Ahora se le ve cansado, preocupado y
excitado. Zelenski ha perdido buena parte del favor de sus padrinos –hasta le
señalan, falsamente, como autor del atentado americano contra el oleoducto Nord
Stream–, que no entienden su última remodelación de gobierno, ni la ofensiva
militar contra la región rusa de Kursk, un desesperado gesto de imagen por el
que pagará un alto precio militar, le dicen desde la prensa occidental más
intervencionista. Los occidentales le instaron a romper las negociaciones
entabladas en Minsk y Estambul en el mismo inicio de la guerra, y ahora no son
consecuentes con la intensidad de la ayuda que entonces le prometieron. Es la
hora de los reproches y los agravios. Zelenski tiene motivos para la
preocupación.
“Superado en número y armamento, el
ejército ucraniano se enfrenta a una moral baja y a la deserción”, titula la
CNN en un exhaustivo informe impensable en
nuestros lamentables medios. Cinco son los puntos de la quiebra militar
ucraniana: las posiciones estratégicas de los soldados son más débiles, faltan
recursos, las cadenas de suministro no están suficientemente defendidas, las
comunicaciones suelen fallar y la moral se desploma, explica Diesen. Una vez
que comienza, el colapso suele adoptar un efecto de alud, dice.
Compañías
militares al completo se retiran de sus posiciones sin permiso, lo que
desbarata cualquier planteamiento defensivo. Que uno de los nuevos F-16
suministrados por la OTAN y pilotado por uno de los mejores oficiales de la
aviación ucraniana fuera derribado en su estreno, hace dos semanas, por el
“fuego amigo” de una batería Patriot es síntoma de graves problemas de
coordinación. Respecto a la retaguardia, unos 800.000 hombres ucranianos en
edad militar han “pasado a la clandestinidad”, cambiando de domicilio y
trabajando en negro para no dejar registro laboral y eludir la movilización,
informaba el 4 de agosto el Financial Times, citando al jefe de la
comisión de desarrollo económico del parlamento ucraniano, Dmitri Nataluji.
Los
efectos de la carnicería que está sufriendo Ucrania son inconmensurables. El
78% de los ciudadanos declara tener parientes próximos y amigos que han
resultado muertos o heridos en la guerra, según una encuesta telefónica
realizada en mayo/junio del año pasado. Veremos qué factura arroja para el
futuro todo ese bárbaro e injusto sufrimiento humano. El resentimiento contra
Rusia de toda una generación de tantos ucranianos va para largo. Los videos
sobre las razzias callejeras del ejército para apresar a quienes eluden
el servicio han crecido exponencialmente en las redes sociales. También parece
haber mejorado la información militar rusa sobre objetivos, como ilustra la
destrucción de un centro militar aparentemente con gran concentración de
técnicos militares de la OTAN en Poltava el 3 de septiembre. Y las perspectivas
son aún más sombrías para Kiev, pues Rusia, especialmente después de la
incursión militar ucraniana en Kursk, se está ensañando aún más con las
infraestructuras energéticas del país. Habiendo perdido ya la quinta parte de
su territorio nacional y la tercera parte de su población, la perspectiva de un
invierno con severos cortes de luz y calefacción anuncia un nuevo éxodo de
centenares de miles de ucranianos hacia la Unión Europea este otoño/invierno.
No estamos tan lejos de un colapso militar ucraniano que quizás sea cuestión de
algunos meses.
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