LA MILI PATRIÓTICA DE CÁNDIDO MÉNDEZ
Cándido Méndez. Imagen de archivo.
Marta Fernández / Europa Press
Hacía tanto tiempo que no oía hablar de Cándido Méndez que creía que aún seguía al frente de la UGT. He tenido que consultar fechas un buen rato hasta enterarme de que abandonó el cargo ocho años atrás. Quién iba a sospecharlo, si Méndez estaba tan callado que parecía que siguiera trabajando a destajo, como en los viejos tiempos junto a Toxo. Vete a saber quién lo habrá reemplazado a los mandos del sindicato, lo mismo han puesto un muñeco, un piloto automático hinchable con barba y gafas, al estilo de Aterriza como puedas. Pero resulta que no, que al frente ahora está Pepe Álvarez, que sigue con la curiosa tradición sindical española de levantar la voz poco, molestar menos y hacer huelga todos los días y fiestas de guardar.
Méndez
es noticia esta semana por unas polémicas declaraciones sobre la financiación
de Catalunya y la nostalgia del servicio militar, unas declaraciones que bien
podían haber firmado Santiago Abascal, José María Aznar, Felipe
González, Bertín Osborne, Iker Jiménez o José Manuel Soto.
Bueno, quizá Abascal y Aznar se habrían cortado un pelo en lo de volver al
servicio militar obligatorio, teniendo en cuenta que el primero está haciendo
la mili en cuentagotas por Instagram y el segundo la hizo en una foto en Las
Azores. Méndez, en cambio, sí cumplió con su deber patriótico a comienzos de
los setenta: probablemente fue allí donde descubrió las estrategias sindicales
que luego iba a poner en práctica en la UGT. En la mili -lo digo por
experiencia- uno aprende básicamente a escaquearse, a aburrirse y a no dar ni
chapa. Por lo visto, en las COE, Cándido Méndez también aprendió a dejarse
barba y a esquiar.
La
principal razón para recobrar la mili, según Méndez, es que en España se nos
está deshilachando la identidad nacional.
Un gallego, un murciano, un andaluz o un catalán no saben que son españoles
diga lo que diga el DNI -una reliquia del franquismo puesta en marcha, primero,
para identificar a presos y gentes de mal vivir, y luego, a todos los demás-,
pero en cuanto se vistan el uniforme y empiecen a pegar tripazos y a menear el
mocho van a descubrir las muchas cosas que tienen en común. Yo mismo, por
ejemplo, la misma noche de mi llegada al cuartel del Gobierno Militar de
Burgos, me encontré rodeado de veteranos vascos a punto de licenciarse. Según
formamos en el patio antes de ir a dormir, los bisagras empezaron a vocear en
euskera una canción que le cambió la cara al chaval que tenía a mi lado: un
recién llegado como yo, sólo que de Bilbao. "Joder" me susurró,
"es el Eusko Gudariak". Estaban lo bastante borrachos como para que
uno de ellos se pusiera a mear en posición de firmes y sin dejar de cantar.
Identidad nacional a tope, como se ve.
Nos
va faltando un libro que refleje la experiencia de la mili tal y como era en
realidad, porque el que escribió Muñoz Molina -Ardor guerrero- se queda
bastante corto y habla más bien de sus visitas a la biblioteca, un lugar donde
yo también buscaba refugio siempre que era posible. Estoy esperando que mi
amigo José María Mijangos se lance a la tarea y ponga por escrito las miserias,
holgazanerías, abusos y novatadas sufridas mientras te roban un año entero de
vida: espero reírme tanto como con cualquiera de sus novelas. Al menos, Cándido
Méndez no ha caído también en la payasada de decir que hace falta recuperar el
servicio militar obligatorio para que así los jóvenes se hagan hombres de
verdad. Entre su legado nihilista al frente de la UGT, sus visitas al palco
del Real Madrid y su reciente entrevista en el canal TRECE, cualquier día va a
presentar un anuncio de langostinos.
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