MANU TENORIO, UN
OKUPA EN NUESTRO CORAZÓN
La inmolación
por perseverancia consiste en salir a la plaza pública, decir una gilipollez
con el convencimiento de que es una genialidad y, una vez comprobado que no lo
es, seguir insistiendo
Manu Tenorio en el programa Herrera en COPE. /
COPE
Uno de mis placeres culpables es el de observar inmolaciones públicas. Esa disciplina artística en la que un famoso decide detonar un cinturón de explosivos atado a su cuerpo haciendo saltar por los aires su reputación sin que nadie se lo haya pedido. Dentro de esta disciplina, que ojalá acabe siendo olímpica, hay una modalidad reina: la inmolación por perseverancia. Consiste en salir a la plaza pública, decir la gilipollez de turno con el convencimiento de que se trataba de una genialidad y, una vez comprobado que no lo era, seguir insistiendo hasta la extenuación o hasta que un youtuber antivacunas te invite a su canal. Hay grandes ejemplos de exitosos maduros que un buen día decidieron colocarse frente a una cámara, carraspear, ajustarse la corbata e iluminar con sofisticadas reflexiones a una sociedad de la cual esperaban una cerrada ovación: yo creo que no hay que ser ni machista ni feminista. Cuando la cosa sale mal, el famoso, indignado por la ausencia del aplauso unánime, acaba con un cuchillo entre los dientes y aparcando su carrera profesional para dedicarse íntegramente a insultar a las feminazis y denunciar, de plató en plató, que vivimos en una dictadura en la que no se puede decir nada. Es una auténtica gozada.
El
último famosete altruista dispuesto a llenar de alegría los corazones de las
malas personas que disfrutamos de este tipo de inmolaciones tiene nombre y
apellidos y se dio a conocer encarnando el papel de la pura elegancia masculina
en la primera edición de Operación Triunfo: Don Manu Tenorio. En un acto de
generosidad que se ve poco, el Manu que debería estar vistiendo traje y
anunciando su nueva colonia con una sonrisa de oreja a oreja, desfila por los
canales de televisión y podcast más inesperados dando gritos y golpes sobre las
mesas. Un buen día, siempre arranca todo un buen día, Manu se dijo a sí mismo:
estos no saben con quién están tratando, y se fue a buscar a los medios de
comunicación para compartir públicamente la denuncia de un problema que asola
al país y a él mismo: tenía okupas en una de sus viviendas. Con un 0,06% de
viviendas ocupadas, todas ellas abandonadas y la inmensa mayoría propiedad de
bancos, el apoyo será unánime, pensó el cantante mientras se dirigía a España,
porque España es el interlocutor favorito de los famosos de verdad. Poco
después de la denuncia de Manu –no he podido disfrutar este verano de mi piso
en la playa– se supo que los okupas eran, en realidad, inquilinos que sí que
pagaban el alquiler, pero no a Manu, sino a Hacienda por un embargo que pesa
sobre el cantante. Y ese es el preciso instante. El momento en el que
cualquiera hubiera recogido los bártulos y se hubiera ido de vuelta a anunciar
colonias, intentando hacer olvidar el traspié. El momento mágico en el que los
grandes de esta disciplina, y Manu es ya uno de ellos, deciden que no, que toca
quedarse a vivir en la fantasía, que toca ponerse una gorra, golpear mesas y
acuñar conceptos nuevos como inquiokupas.
Y
empieza el espectáculo. Que si están mintiendo, que si tengo los papeles que me
dan la razón, que no los voy a sacar porque sería ceder ante esta dictadura
–ese concepto siempre acaba apareciendo–, que si gritos, que si vídeo de
madrugada, que si borro el vídeo, que si le reviento la cabeza a una periodista
que me puso en duda, que si perdóname, que si enseñaré los papeles, que si otra
vez no los enseñaré, que me deben 10.000 pavos tío, que si golpe en la mesa,
que te calles, que si quiero que dimita una tía que hay en Podemos, que yo soy
la víctima, que lo donaré todo a una asociación de gente buena como yo, que si
más golpes sobre la mesa, qué gozada. Cuándo acabará nadie lo sabe y quizá ya
no acabe nunca. Miren a Miguel Bosé o a Nacho Cano. Ese piso y esta historia ya
no son ni de Hacienda, ni de los inquilinos, ni del cantante. Es, como a Manu
le gusta decir, de España. Manu ha ocupado nuestros corazones y nadie debería
querer desalojarlo de ahí hasta que él no quiera irse. En un mundo en el que el
discurso feminista se impone, en el que cada vez somos más conscientes de los
enormes sacrificios que supone ser mujer, quizá estemos en deuda con estos
hombres de mediana o avanzada edad entregados a esta disciplina artística que
deciden sacrificarlo todo para hacer mejor nuestro día a día a cambio de nada.
Gracias por tanto.
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