EL ULTIMO OTOÑO
DUNIA SÁNCHEZ
Iba de mi
mano. Juro que iba de mi mano, paseamos entretenidas en las vivencias del
mercado de los domingos. La música folclórica tintineaba a nuestro rededor y
nos quedamos embelesadas. Así, como imantadas por las secuencias de esos
sonidos de la isla en su ánimo, en su motivación de una sonrisa decaída hacia
unos días. De repente, al paso de minutos. No sé u horas, fui a decirle algo y
ya no estaba solo, su perfume…su perfume de frescas lavandas. Miré a la
muchedumbre y entre ella y se había perdido de mis ojos y mis sentidos
masticaron que quizás, que tal vez lo hacia queriendo. Quedando su paso por mi
vida en la nada. Pero estábamos en la isla. Muy lejos no podría ir, la
encontraría. Esos instantes en que la soledad me invadió sentí como se
resquebraja los pilares formados en este amor , que no es amor sino una
costumbre de años, una dejadez que nos suelta en medio de un prado y no saber
ser independiente. Ese fue mi temor, que fuera una corta despedida en silencio.
Los músicos terminaron y ese ruedo grupal se abrió. Ella no estaba. Mis
pensamientos se mezclaron con el abandono, los puestos seguían su ritmo. Este
era el fin. Me senté en un banco, cerca donde tocaban el grupo folclórico.
Estuve hasta que la luna beso mis ojos cansados, hasta que un gato famélico se
restregó en mis pies, hasta que los borrachos vagaban a voces no se que locura,
hasta que me quedé dormida como una más en la intemperie de una noche de otoño.
Alguien toco mi hombro, era un policía. Intente explicarme hasta que ese
discurso mío termino en el vacío. Volví a casa andando, abrí cuidadosamente la
puerta y allí estaba , la carta del adiós. Una lagrima no quiso retorcer mis
mejillas, era norma, el cansancio había durado demasiado, mucho más de lo que
esperaba. Sin embargo, esa casa olía a ella. El piano comenzó con un leve
sonido, aquella melodía triste que tocaba cuando el abatimiento nos ataba, nos
unía. Y comprendí, todo ha de fluir, no hay que depender de cada aprobación o
negación del que está a tu lado, tenemos que decirnos por nosotros míos, aunque
no valga, aunque sea tarde, aunque sea erróneo. Y nuestro error fueron todos
estos años absurdos desnutridos de vivencias, de deseos. Me senté en el sillón,
escuchaba las teclas de un piano tocado por su aroma y la he pensado, un deje de
pena me alcanza y otra vez agotado he caído en el letargo. Y los sueños me
hablaron. Y los sueños me abrazaron. Y los sueños me dibujaron de un mañana. Y
los sueños se despidieron. Ella iba de mi mano y ahora no….mi memoria es
aliento de ese tormento del ayer y despierto, y la paz sacude mis ganas en una
taza de café, sola
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