PALABRAS VACÍAS Y SILENCIOS CÓMPLICES
ANTE UN GENOCIDIO
MIQUEL RAMOS
El ministro de Asuntos Exteriores,
Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares, en una imagen de archivo.
Alejandro Martínez Vélez / Europa Press
Habían pasado pocos meses desde que Israel finalizó la llamada Operación Plomo Fundido, que segó la vida de millar y medio de palestinos en pocos días, cuando el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero visitó la región. Fue en octubre de 2009, pocos días después de haber estado con Barak Obama en la Casa Blanca. Zapatero visitó a sus homólogos en Ramallah y Tel Aviv. La puesta en escena de la diplomacia suele ser patéticamente previsible. Se habla siempre de plan de paz, de negociación y contención ‘de ambas partes’, de equilibrios y de compromisos que nunca se cumplen. Es un guion ya escrito, una plantilla, una melodía que se repite hasta la saciedad, y que esconde en la trastienda toda la verdad, más fea que la supuesta buena intención de tantos gestos y palabras para los noticieros.
Simon
Peres, primer ministro israelí, agradeció al entonces presidente español «que
no se llevara a los tribunales [españoles] a líderes israelíes, tanto civiles
como militares, que no han hecho sino defender la vida de su pueblo»,
refiriéndose a las medidas que adoptó el Gobierno español de Zapatero, a
petición de Israel, para garantizar su impunidad limitando la aplicación de la
jurisdicción universal en España. La Audiencia Nacional había archivado en
junio de ese año 2009 la causa contra seis soldados israelíes por la muerte de
14 civiles en Gaza, el 22 de julio de 2002. Aunque Israel se negó a parar las
colonias ilegales en Cisjordania, condición previa para volver a los diálogos,
Zapatero aseguró que había disposición para negociar, y evitó responder a las
preguntas sobre el Informe Goldstein de la ONU, que
documentaba y denunciaba los numerosos crímenes de guerra que había cometido el
estado hebreo los meses anteriores.
Pero
lo importante era la foto. La puesta en escena y las palabras grandilocuentes,
como siempre, como bálsamo para la ciudadanía no indolente ante la barbarie,
como estrategia de marketing. Obama y Zapatero pretendían distanciarse de la
mala imagen en política internacional y derechos humanos cosechada por sus
antecesores, José María Aznar y George Bush. Pero entre bastidores, el retrete
geopolítico siempre apesta, porque ninguno de los que pasa por el gobierno tira
de la cadena antes de irse. Obama abandonó el cargo con un premio, además del
Nobel de la Paz: fue el presidente norteamericano que mantuvo a su país en
guerra durante más tiempo. Las intervenciones militares (al
menos las que se reivindicaron) se extendieron a siete países: Afganistán,
Irak, Siria, Libia, Pakistán, Somalia y Yemen. Esto sin contar el indispensable
apoyo militar, logístico, armamentístico y político que brindaba entonces su
país a otros gobiernos, entre ellos al de Israel. Zapatero dejaría otra huella.
Una que hoy vuelve a salir a la luz en plena masacre israelí en el Líbano y
Gaza, y que demuestra que todos los que nos han gobernado, tienen la misma
responsabilidad sobre la situación actual y la impunidad de Israel.
El
periodista Danilo Albin explicaba estos días en Público
la existencia de un "acuerdo relativo a la protección de información
clasificada entre el Reino de España y el Ministerio de Defensa israelí",
resguardado por el Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Un convenio de
confidencialidad que protege los acuerdos armamentísticos entre España e
Israel, que empezó a fraguarse en 2011, durante el gobierno de José Luís
Rodríguez Zapatero, y que fue sellado definitivamente por su sucesor en La
Moncloa, Mariano Rajoy, en 2014. No es ningún secreto el negocio de las armas
que existe entre ambos países, que no ha cesado ni siquiera en pleno genocidio,
como también explicó Albin en Público hace unas semanas.
Y como vienen denunciando organizaciones de derechos humanos desde hace años,
como el Centre Delàs, que recientemente publicó un informe sobre el mercadeo
armamentístico español y la necesidad de un embargo urgente a Israel ante los
sucesivos crímenes que está cometiendo.
España
es, por tanto, patrocinadora y cómplice del genocidio que Israel está
cometiendo en Gaza, por muchos pucheros y lamentos que escenifiquen cada vez
que hay una nueva masacre. De nada sirve que Pedro Sánchez reconozca al Estado
palestino si sigue armando y protegiendo a quien trata de destruirlo y de
exterminar a su población. De nada sirve la preocupación que manifiesta Josep
Borrell, jefe de la diplomacia europea, si en la práctica, la Unión sigue
siendo uno de los mejores aliados y suministradores de armas e impunidad a los
genocidas. Como tampoco sirve ya la legislación internacional, cuando quienes la
esgrimen junto a los derechos humanos para dar lecciones a otros países,
protegen y financian a quien está cometiendo una matanza tras otra.
La
pérdida de legitimidad de Occidente es irrevocable. La burbuja en la que
vivimos, con las noticias comprando el relato de Israel y los discursos vacíos
habituales de nuestros políticos ante este escenario son expuestos en el resto
del mundo como ejemplo del doble rasero, de complicidad y de hipocresía. Más de
quinientos asesinatos en un día de bombardeos en el Líbano, tras los atentados
terroristas que cometió el estado sionista la pasada semana y que dejaron
decenas de muertos y centenares de heridos. Y, aun así, las palabras de la
diplomacia occidental siguen siendo pura charlatanería barata. El ministro de
Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se mostraba ‘consternado’ ante la masacre
en el Líbano (sin mencionar quién la cometió) comentando un tuit del propio ministerio en la red social X, que
atribuía el ataque una ‘respuesta a los ataques de Hezbollah’ comprando así el
argumentario del agresor, del responsable de casi un millar de víctimas en
menos de una semana solo en este país, mientras no cesa el exterminio en Gaza.
Y es que el lenguaje usado, las palabras, también te retratan.
Cada
bombardeo con decenas de murtos pasa como una noticia más en nuestra ajetreada
agenda mediática y política. Para muchos, las disputas partidistas y
otros asuntos de actualidad han dejado de tener casi valor ante la magnitud de
la masacre. Todo parece banal cuando en tu menú diario solo ves muertos,
heridos y bombardeos sabiendo que tu gobierno es cómplice. Que pueden hacer más
y no quieren, aunque se escuden en el eterno pragmatismo que sirve para
justificar cualquier cosa.
Confieso
que estoy agotado, y sé que no soy el único, y que por mucho que nos quejemos
de ello, no vamos a dejar de exponer y denunciar este genocidio. Los seres
humanos somos mucho mejores de lo que estos meses nos está mostrando la
maquinaria colonial, supremacista y genocida en Gaza. Por eso hay que recordar
cada día la responsabilidad que tienen nuestros gobernantes ante ello. Los
presentes y los pasados, y recordarles que la historia, también la suya, se
está escribiendo cada día con la sangre de miles de inocentes. Pueden hacer
más, pero no quieren. Y no nos cansaremos de recordárselo. Pero al menos, que
no nos tomen por idiotas, porque al final, por muchos secretos oficiales que
los protejan, el presente los retrata, y la verdad siempre sale a la luz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario