UN CHOMSKY “PARA TODOS LOS PÚBLICOS”
Los medios que
determinan la agenda informativa, como ‘The New York Times’ o ‘El País’, se han
hecho un cierto eco de la ausencia del pensador, uno no muy diferente del que
se hicieron de su presencia
ASIER ARIAS
El filósofo estadounidense Noam
Chomsky. / Luis Grañena
Hace más de un año que nos falta la voz de Noam Chomsky. No hay manera de poner en un par de frases las dimensiones de esa ausencia. Muchos la sentimos pronto, porque era raro que Chomsky tardara más de 24 horas en responder a un correo electrónico. Antes de internet, a principios de los noventa, dedicaba unas veinte horas semanales a responder cartas. Es más que probable que la rápida extensión del uso del correo electrónico presionara al alza esa cifra (y a la baja el nivel de reflexión que mostraban los mensajes, sugirió Chomsky en alguna ocasión). Con frecuencia se me escapa una sonrisa perpleja al pensar en la magnitud de la obra científica, filosófica y política que ha legado un hombre que dedicó la mayor parte de su tiempo a recorrer su país dando charlas y que no dejó de responder a una sola de las docenas de personas que le contactaban a diario.
Los
medios de comunicación se han hecho un cierto eco de su ausencia, aunque no uno
muy diferente del que se hicieron de su presencia. “El más importante de los
intelectuales vivos”, según The New York Times, era esencialmente
invisible para The New York Times –por mucho que algunos sigan pretendiendo lo contrario–.
En
una de las escasas reverberaciones nacionales de ese eco, Sergio Fanjul
publicaba una valiosa pieza en
el suplemento dominical de El País. Debe agradecerse su contribución a
la difusión del pensamiento de Chomsky, pero añadiendo a continuación que no
hubiera estado de más que hubiera incluido al menos una tímida aproximación a
sus temas centrales: la crítica del capitalismo, del imperialismo y de la
propaganda. La omisión, como veremos, no puede atribuirse a la concisión
impuesta por el formato periodístico.
La
crítica del capitalismo, base misma de la tradición política en
la que se inscriben la práctica y el pensamiento de Chomsky, siquiera aparece
mencionada en el texto de Fanjul. Hubiera bastado con un par de citas glosadas.
Probemos.
El
capitalismo es, en palabras de Chomsky, un sistema socioeconómico en el que
enormes “tiranías privadas” dominan la vida económica y ejercen un amplio
control sobre las instituciones políticas y culturales. ¿“Tiranías privadas”?
“Una corporación privada es el ejemplo más perfecto de tiranía que haya
destilado la historia”: desde la cúspide de la pirámide se envían hacia abajo
las órdenes y en la base de la misma puedes elegir entre obedecer al último
eslabón de la cadena de mando o morirte de hambre. En tiempos menos obtusos a
esto se le llamaba “esclavitud salarial: subordinación a un amo, igual que en
la esclavitud, sólo que temporal”. Desde luego, tras estas frases llamativas
debieran venir los detalles, pero con ellas basta para un artículo
periodístico. Hemos empleado apenas cien palabras. Fanjul dispuso de más de
1.500.
En
cuanto a la segunda omisión, los medios de comunicación que determinan la
agenda informativa, como The New York Times –o El País, en el
Reino de España–, “son grandes corporaciones que forman parte de conglomerados
aún mayores. Como cualquier corporación, tienen un producto que venden en un
mercado. El mercado son los anunciantes, es decir, otras corporaciones (…), y
el producto, audiencias relativamente privilegiadas”. Grandes corporaciones que
venden audiencias privilegiadas a otras grandes corporaciones: “¿Qué imagen del
mundo esperarías que surgiera de ahí?”. Nuevamente, ni cien palabras.
En
cuanto al imperialismo, no estamos ya ante una omisión: se le dedica toda una
frase de una docena larga de palabras. Anotemos al margen que se distorsiona su
legado en este ámbito si, en lugar de señalar que documentó “la doctrina de la
mafia” –el Padrino atlántico no tolera la desobediencia– con una minuciosidad que
nadie ha logrado desafiar, se nos dice que “el enfoque de Chomsky consiste en
centrarse en principios generales relacionados con los derechos humanos o
civiles y llamar la atención sobre aquellos grupos o regímenes que sufren
opresión”. No es que sea mentira, sino sólo una generalidad que nada dice del
tratamiento de Chomsky de los sucesivos ajustes de cuentas. Desde luego, se
pasa de puntillas –con escrupulosa tibieza y críptica asepsia– por el tema que
más ocupó a Chomsky durante los últimos años en este terreno: la política
atlantista de confrontación con Rusia y China –como señaló en alguna ocasión,
los medios europeos han sido en este punto incluso más serviles que los
estadounidenses–.
Para
cerrar, Fanjul recopila algunas de las críticas que ha recibido Chomsky. Se nos
dice en este apartado que “para Chomsky la política estadounidense estaba en el
germen de los atentados contra las Torres Gemelas”. Como no se detiene a
comentar nada al respecto, no puede explicarnos que se trata de un juicio histórico
difícilmente cuestionable, tal y como admiten los propios arquitectos de
aquella política (Brzezinski, en particular). Se nos dice también que “se
consideró que minimizó la magnitud de los crímenes de los Jemeres Rojos en el
genocidio de Camboya”. Nuevamente, Fanjul no encuentra espacio para explicarnos
que se trata de una acusación absurda, pero muy elocuente. En colaboración con
Edward Herman, Chomsky analizó el tratamiento mediático de dos masacres
simultáneas: Timor Oriental y Camboya. Hubo una diferencia crucial entre ambas:
la primera a) se cometió con apoyo y armas occidentales, de forma que b)
hubiera sido muy sencillo detenerla, mientras que en la segunda no concurrían
la circunstancia a) ni la b). El análisis de la documentación disponible arrojó
un resultado incontrovertible: la prensa obvió o negó los crímenes en Timor y
publicó torrentes de mentiras sobre los crímenes en Camboya. El trabajo de
Chomsky y Herman sobre Timor no suscitó comentario alguno. “Lo que escribimos
sobre Camboya, en cambio, provocó una enorme indignación y una oleada de
mentiras (…): es muy importante suprimir nuestros propios crímenes y defender
el derecho a mentir a voluntad sobre los crímenes de los enemigos. Estas son
tareas importantes de las clases educadas. Es raro que un estudio no contenga
errores, pero nuestro trabajo sobre Camboya parece ser una excepción. A pesar
de un esfuerzo masivo, nadie ha encontrado ni una coma fuera de lugar”.
Faltan
pues sus temas centrales y sobra la reiteración de calumnias absurdas. Un
Chomsky, en fin, “para todos los públicos”: el pensador político de cabecera
tanto del subcomandante Marcos como de la activista Ana Patricia Botín.
Hay
homenajes que es mejor ahorrarse
La
semblanza de Chomsky que nos regala el suplemento dominical de El País
se completa con una columna de
Joaquín Estefanía. Se trata, nuevamente, de un texto con segmentos valiosos (en
una fracción del espacio que dedica Fanjul a su biografía poplítica nos
presenta Estefanía a un Chomsky con más puntos de contacto con el original). No
obstante, cuesta evitar la impresión de que la columna en cuestión no es otra
cosa que un escolio a la intersección entre la solapa de un libro de Chomsky y
el título de la traducción castellana de otro –un escolio según el cual Chomsky
no habría dicho nada nuevo después de esos dos textos de juventud publicados
con sesenta años–.
Hay
homenajes que es mejor ahorrarse.
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