EL CURSO MÁS DIFÍCIL
PARA LA IZQUIERDA
La escalada bélica, la crisis
climática y la desafección política ponen a prueba la capacidad de los partidos
progresistas para salir de la inercia institucional
PABLO CASTAÑO
Pedro Sánchez y Yolanda Díaz
firmando el acuerdo de gobierno entre PSOE y Sumar en octubre de 2023. / X @Yolanda_Diaz_
La ‘vuelta al cole’ política trae un panorama sombrío para la izquierda. La última encuesta de 40dB para la Cadena Ser y El País confirmaba la caída de Sumar, que apenas supera el 6% de intención de voto, mientras que Podemos sigue al borde de la extinción con menos del 3%. El PP, y hasta cierto punto el PSOE, han abrazado el discurso xenófobo de la ultraderecha, colocando el debate público en un lugar complicado para la izquierda. Las perspectivas de Podemos y Sumar para el nuevo curso tampoco hacen soñar: el partido de Irene Montero se conformará con no desaparecer y el que lideraba hasta hace poco Yolanda Díaz corre el riesgo de sumergirse en la enésima ronda de batallas intestinas, con la supervivencia del gobierno de coalición con el PSOE como su gran prioridad –a pesar de frustraciones como la parálisis en materia de vivienda, que se ha convertido en uno de los grandes problemas sociales de nuestro país–.
Ante
este panorama desolador, vale la pena mirar más allá de nuestras fronteras para
entender los factores globales que le están poniendo las cosas tan difíciles a
las izquierdas, más allá de los errores de sus líderes. Tres de estos factores
son la escalada bélica en Europa, la contradictoria politización de la crisis
climática y –relacionado con los anteriores– un ambiente social de desafección
política y conservadurismo, con la xenofobia y el racismo como eje central.
Robles
es un ejemplo de cómo la socialdemocracia europea está asumiendo las posturas
belicistas de la derecha
Tambores
de guerra
La
invasión rusa de Ucrania inauguró en Europa una época de militarismo desbocado
que se ha traducido en un incremento inédito del gasto militar –también en España– y la normalización de discursos
belicistas delirantes, que presentan una guerra entre la OTAN y Rusia como una
posibilidad realista o incluso deseable. En nuestro país, Margarita Robles es
una de las principales representantes de esta corriente. Robles es un ejemplo
de cómo la socialdemocracia europea está asumiendo las posturas belicistas de
la derecha, que se ve beneficiada por la atmósfera de miedo. Con su agresión
contra Ucrania, el gobierno ultranacionalista de Vladímir Putin proporcionó a
los conservadores occidentales un enemigo contra el que construir un ambiente
de unión patriótica, ocupando el lugar que tuvo el yihadismo en años
anteriores. El genocidio cometido por Israel en Gaza no ha hecho más que
agravar la sensación de que la guerra generalizada ya no es una opción remota.
Los
partidos a la izquierda del PSOE no tienen más opción que formular una
propuesta firme de paz, con la defensa de la autodeterminación de los pueblos y
la oposición al imperialismo como principios comunes que permitan articular una
postura coherente respecto a Ucrania, Palestina y otros conflictos que arrasan
regiones del Sur global como Sudán o el Sahel, lejos de los focos mediáticos.
La izquierda necesita una posición propia en relaciones internacionales, más
allá de repetir el mantra de “la Europa de la defensa” (que obvia el carácter
imperialista de la Unión Europea). Más bien hace falta una propuesta
postcolonial que mire a África y América Latina, inspirada en el tercermundismo
que consiguió construir un bloque geopolítico alternativo a las dos
superpotencias durante la Guerra Fría.
Política
climática
El
otro gran palo en las ruedas de la izquierda es la manera en que se está
politizando la crisis climática. Al menos desde los años sesenta se percibió el
ecologismo como un movimiento intrínsecamente progresista. El rápido
crecimiento de la conciencia social sobre la crisis climática gracias a figuras
como Greta Thumberg, movimientos como Fridays for Future y el Acuerdo de París
de 2018 parecía una buena noticia para la izquierda, que tradicionalmente había
abanderado las políticas verdes. Sin embargo, el retroceso del negacionismo
climático explícito y el incremento de la preocupación ciudadana por las
cuestiones ambientales no se ha traducido en más votos a la izquierda; más bien
al contrario. Las últimas secuencias electorales, tanto en Europa como en
España, muestran el éxito de las falsas soluciones tecno-optimistas y
económicamente continuistas de los primeros esbozos de ecofascismo.
El
otro gran palo en las ruedas de la izquierda es la manera en que se está
politizando la crisis climática
El
pasado mes de marzo, una encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió
(CEO) de la Generalitat de Cataluña mostraba que el cambio climático y la
sequía eran la primera preocupación de los catalanes. Dos meses después, el PSC
y Junts fueron los partidos más votados, a pesar de su defensa de la ampliación del aeropuerto del Prat y la
construcción de más autovías, demostrando que la crisis climática por ahora no
es un factor importante de movilización del voto a la izquierda transformadora.
Ese mismo mes de mayo, la extrema derecha experimentaba una subida espectacular
en las elecciones europeas en Francia y Alemania, dos de los países con mayor
conciencia ambiental. La preocupación por la crisis climática no está
impidiendo el crecimiento de las fuerzas reaccionarias (de hecho, la
politización de la oposición social a algunas políticas verdes percibidas como
perjudiciales en ámbitos rurales es uno de los motivos del éxito de los
partidos ultras). Además, fuerzas políticas como el Agrupamiento Nacional
francés están transitando del negacionismo climático a un conservacionismo
xenófobo y ya se han producido experimentos políticos que compatibilizan agenda
verde y xenofobia: en Austria, conservadores y ecologistas formaron en 2020 una
coalición de gobierno para “proteger el clima y las fronteras”.
Sería
un error que la izquierda abrazase acríticamente el Pacto Verde europeo. Las
actuales políticas ambientales de la UE son económicamente continuistas y
tecnooptimistas: pretenden descarbonizar Europa sin salir de la lógica de
acumulación infinita del capitalismo, con una mera sustitución tecnológica (de
energías fósiles a renovables). Un ejemplo de esta orientación ‘ecoliberal’ se
produjo la pasada primavera: en respuesta a las protestas de agricultores y
ganaderos, la Comisión Europea suavizó los límites previstos al uso de
pesticidas, pero mantuvo intacta su defensa de los tratados de libre comercio,
que amenazan la agricultura europea y promueven un modelo agroindustrial
globalizado y altamente contaminante. Si quiere ser útil políticamente y
atractiva electoralmente, la izquierda necesita construir una propuesta
autónoma de transición socioecológica, que la distancie claramente del
ecoliberalismo europeo. El programa del Nuevo Frente Popular francés
o las políticas de Gustavo Petro en Colombia son
inspiradoras.
Desafección
política y conservadurismo
El
tercer eje del actual contexto hostil para la izquierda –relacionado con los
dos anteriores– es el clima social de desafección política y creciente
conservadurismo. Durante la pandemia, los Estados europeos demostraron que eran
viables políticas de intervención estatal que antes parecían impensables. Pero
pronto se vio que la emergencia sanitaria fue un paréntesis y desde entonces
los gobiernos han vuelto a renunciar a luchar de manera efectiva contra las
desigualdades y la pobreza. Ni siquiera el ejecutivo de coalición español –que
ha aprobado medidas importantes a favor de la mayoría social, sobre todo en el
ámbito laboral– ha hecho frente de manera efectiva a la inflación de los
productos básicos o la subida desenfrenada del precio de la vivienda.
El
primer Podemos –en un contexto muy distinto– consiguió capitalizar la
desafección política de millones de personas, hoy la izquierda institucional es
percibida como parte del problema: al participar en el gobierno de Pedro
Sánchez, Sumar se hace corresponsable de sus promesas incumplidas y de la frustración
que provocan –mientras que Podemos no es una alternativa creíble en solitario–.
La creciente desconfianza ciudadana hacia el sistema político se entremezcla
con un giro sociológico conservador. Esto, junto a una izquierda débil, hace
que la ultraderecha esté bien posicionada para capitalizar el descontento.
Algunos
factores globales que explican este crecimiento de los posicionamientos
conservadores son la reacción al movimiento feminista, el éxito del trabajo
político de la ultraderecha para normalizar el racismo y la xenofobia y un
clima de incertidumbre (guerras, una crisis climática descontrolada, el temor a
cambios tecnológicos como el desarrollo de la inteligencia artificial y, por
todo ello, una sensación difusa de falta de certezas). El movimiento de las
sociedades europeas hacia posiciones más conservadoras es terreno abonado para
la ultraderecha, que a su vez fomenta esta derechización social.
Se
puede debatir hasta qué punto los factores explicados son los más importantes
para entender la situación de la izquierda española (seguro que faltan muchos
más) o qué parte se debe a motivos locales, como los errores de sus dirigentes
o la buena salud del PSOE de Pedro Sánchez. Sin embargo, es evidente que este
campo político atraviesa un momento difícil. La estrategia de centrar la
actividad política en el gobierno, intentando arrastrar al PSOE a posturas más
transformadoras ha mostrado sus límites: Pedro Sánchez incumple continuamente
sus promesas, frustrando al conjunto del electorado progresista, y, cuando
aprueba políticas de izquierdas, acapara el rédito político en solitario.
Parece que el ‘gobierno progresista’ es el objetivo de Sumar y no un medio para
aplicar su programa, una estrategia cada vez más incomprensible.
La
relación entre Díaz y Sánchez parece tan armoniosa que a menudo no se percibe
la influencia de Sumar en la toma de decisiones del ejecutivo
Cuando
Pablo Iglesias era vicepresidente, muchos se cansaron del ambiente de
enfrentamiento permanente dentro del gobierno de coalición. Ahora la sensación
es la opuesta; la relación entre Díaz y Sánchez parece tan armoniosa que a
menudo no se percibe la influencia de Sumar en la toma de decisiones del
ejecutivo. La alternativa está en algún lugar entre los dos extremos: redefinir
un proyecto político autónomo. Algunos ámbitos programáticos en los que Sumar
(o como se llame la nueva reencarnación de la izquierda) podría distinguirse
del PSOE son: una propuesta sólida de transición socioecológica – en la que la
descarbonización de la economía se convierta en un proyecto de superación del
neoliberalismo –, una política de socialización de la vivienda, la apuesta por
la paz y el control democrático de la tecnología. No se trata solo de escribir
un buen programa sino de tener una estrategia para hacerlo visible en la acción
política diaria, sin supeditarse a la agenda marcada por el PSOE.
La
buena noticia es que hay algunos ejemplos de procesos exitosos de
reconstrucción de la izquierda política, como los del BNG y Bildu. Por otro
lado, algunas formaciones ecosocialistas nórdicas obtuvieron muy buenos
resultados en las elecciones europeas y el Nuevo Frente Popular (NFP) francés
ganó las elecciones con un programa más radical que el de Sumar, en un país tan
derechizado como Francia. Nadie tiene la receta mágica y no se pueden copiar
modelos sin tener en cuenta las diferencias de contexto (como algunos sugerían
con el NFP). Pero una mirada más allá de nuestras fronteras arroja motivos para
la esperanza, siempre que los partidos tengan la audacia de salirse de la
inercia institucional y pensar más allá de los próximos dos años.
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