LA PRIMERA GRAN
CRISIS DE REFUGIADOS DIGITALES
Es inevitable
preguntarse si quienes dirigen el juego de CTXT no ven nublado su juicio por el
muy estudiado poder adictivo de X
MIGUEL ESPIGADO
Los desechos de
Twitter. / J. R. Mora
Me
sigue sorprendiendo que gente brillante y con tanta experiencia en Twitter como
Gerardo Tecé escriba, a estas alturas, un artículo como el que
publicó en este medio, a favor de quedarse en X.
Quizás
me columpie, pero es difícil observar al autor como un juez imparcial de esta
disyuntiva cuando el grueso de su influencia parece provenir de esta red
social. Y creo que esta sospecha podría hacerse extensible a la propia CTXT.
¿Puede un medio online permitirse prescindir de un canal que le
pone en contacto con 230.000 seguidores?
Por mucho que creamos en la misión social de CTXT y de Gerardo Tecé, muchos lectores cómplices detectaremos aquí cierto conflicto de intereses. Nos invadirá la incómoda sensación de que quizás la aspiración legítima del periodista de lograr el máximo impacto, la máxima influencia, le está jugando una mala pasada a la hora de aceptar el fin de una era.
Es
inevitable preguntarse si quienes dirigen el juego de CTXT no ven nublado su
juicio por el muy estudiado poder adictivo de X. Los subidones dopaminérgicos
que provoca ver cómo un artículo tuiteado, o un simple tuit, recibe miles y
miles de visitas e interacciones, son muy reales, y han hackeado algunas
de las mentes más brillantes del planeta. Y el bajón que produce verse privado
de este “casito” no es una invención alarmista, sino un hecho científicamente
probado. Puede que quienes se vean más afectados sean, precisamente, quienes
llevan lustros recibiendo cantidades más gargantuescas de esta droga
social.
Los
imperios de internet caen a la misma velocidad con que otros se levantan. Y
cada destrucción inaugura una oportunidad de construir un nuevo edificio
Señalemos
de una vez el elefante –o el pajarraco– de la habitación: ¿están los veteranos tuitstars
en posición de evaluar objetivamente si la mejor estrategia para la izquierda
es seguir en X? ¿O corren el riesgo de convertirse en los Rafa Nadal de las
redes sociales, incapaces de salirse de un circuito que ya no puede darles nada
bueno, por su incapacidad para renunciar a la identidad, a la experiencia, de
formar parte de su aristocracia?
Soy
admirador de Gerardo Tecé, lo que equivale a decir que soy admirador de su
brillante capacidad de análisis. Pero no encuentro la fineza a la que nos tiene
acostumbrados en su defensa para seguir en X. Para empezar, resulta
contradictorio que reconozca que la red se ha convertido en el patio de juegos
de un fascista megalómano, y a la vez la defienda como una plaza pública
adecuada para dar la batalla cultural. En la cancha de Musk el árbitro está
comprado, las cifras de audiencia del partido son falsas, el reglamento
beneficia al equipo local, la grada está llena de robots controlados por el
palco, los goles del visitante son anulados. ¿Y aún así merece la pena jugar el
partido? ¿Merece la pena participar en la liga? ¿Tiene sentido seguir
practicando un deporte en el que tu papel ha sido relegado a servir de muñeco
de sparring para que un jurado comprado corone al oponente una y
otra vez?
No
existen precedentes históricos para entender lo que está ocurriendo en X, de
ahí que todos recurramos a analogías para defender nuestros argumentos. La del
deporte era una y ahí va otra: para mí, el éxodo de X podría entenderse como la
primera gran crisis de refugiados políticos digitales de la historia. Y emigrar
es muy duro. Sobre todo cuando amabas tu comunidad, y tenías allí una identidad
ganada que te hacía sentirte útil para los demás, y te ves forzado por el
empeoramiento sistemático de la convivencia. Es muy duro reconocer que ese
lugar desde el que construiste un mundo mejor ha sido conquistado por fuerzas
antagónicas, que ponen en peligro la integridad de todo aquel disidente que ose
permanecer.
La
buena noticia es que esta analogía tiene las patas muy cortas: X no es un país,
sino un entorno 100% corporativo y online, y por tanto 100%
sustituible. Los imperios de internet caen a la misma velocidad con que otros
se levantan. Y cada destrucción inaugura una oportunidad de construir un nuevo
edificio que corrija en su diseño los fallos estructurales que llevaron al
derribo del anterior. No me estoy dejando llevar por el idealismo: en esa
batalla están implicados actores de todos los ámbitos: legislativos,
corporativos, activistas y personas de a pie que a día de hoy están ya
trabajando para crear las redes sociales del presente y del futuro; las redes
sociales que sí nos merecemos, donde dar la batalla cultural sí tiene sentido.
El
X de Musk parecerá la versión digital del salvaje oeste, un lugar previo a la
civilización, previo al Estado, dominado por el más fuerte y más violento
Sí,
se entiende el escepticismo sobre la capacidad de alternativas como Mastodon,
impulsadas casi solo desde el activismo ciudadano, para convertirse en redes
sociales de masas. Lo que ya parece más torpe es ignorar la batalla legislativa
que se está impulsando a uno y otro lado del atlántico para proteger al estado
–y de paso a la ciudadanía– de volver a dejarse comer la tostada por las big
tech. Hoy Meta, X, TikTok o YouTube ostentan un poder de persuasión pública
capaz de ganarle el pulso a democracias sólidas, y los estados ya están
reaccionando para recuperar el poder perdido. A velocidad de placa tectónica,
pero también con el mismo carácter inexorable.
El
mundo corporativo sabe que quien ponga buenos oídos a la nueva música puede
acabar por imponerse en un mercado que está destinado a reescribir sus reglas
para adaptarse a normativas de seguridad más exigentes, igual que lo han estado
otros sectores, del alimentario a la aviación civil. En unas décadas, el X de
Musk parecerá la versión digital del salvaje oeste, un lugar previo a la civilización,
previo al Estado, dominado por el más fuerte y más violento. Un lugar a dejar
atrás cuanto antes. No hace falta mucha imaginación; ya lo estamos dejando
atrás. Lo que hace falta es superar la fase de negación.
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