EL SÍNDROME DEL INTESTINO TÍMIDO
QUICOPURRIÑOS
A finales de los ochenta, un grupo español llamado Los Inhumanos, cantaba aquello de ... “qué difícil es hacer el amor en un Simca-1000”. Fue todo un éxito, acaso porque quienes escuchábamos la canción nos vimos identificados con la letra, con la situación que describía sus compases. Cierto , el coche era, sigue siendo, el primer colchón donde estrenarnos en esa aventura de hacer el amor, y aunque incómodo, el recuerdo de la primera vez, independientemente de la marca del vehículo, permanece imborrable en la memoria, ya hubiera estado el buga aparcado en Las Teresitas, Las Mercedes, La Mesa Mota o en el lateral de Los Rodeos, hoy Tenerife-Norte. Hay que ver, me dijo un día la ingenua de mi madre mientras subíamos en la petrolera que entonces teníamos hacia La Esperanza, en un mes de agosto , a las cuatro de la tarde y bajo un Sol de justicia, la afición que tienen los jóvenes de ahora por ver aterrizar a los aviones. Aquellos, sin que mi madre se hubiera enterado, eran picaderos oficiales conocidos por todos los que teníamos la suerte de tener carnet, un coche a disposición y una novia que igualmente disfrutara viendo el aterrizar de los aviones. Y tenían sus normas no escritas, no vayan a creer, esos improvisados parkings del amor a toda prisa, reglas por todos cumplidas. Recordemos: El acceso a la zona rodada se hacía sin superar los 10 kilómetros por hora.
Estaba, terminantemente prohibido el uso del claxon. La música, si tu vehículo
estaba dotado del apreciado radiocasete, era para ser escuchada por los que
ocupaban el coche, no por los que se encontraban debidamente estacionados en
los aparcamientos contiguos, luego se moderaba adecuadamente el volumen a los
decibelios admitidos al objeto de no interferir en las labores que se afanaban
en ejecutar los moradores vecinos. Si la noche había caído, se había de usar
luz de posición o corta, nunca la luz larga. En todos los años en que fui
asiduo (asiduo que no adicto, sirva de aclaración) de tal recurso gratuito,
jamás tuve conocimiento de usuario alguno que infringiera ese reglamento no
escrito con tinta pero cumplido con sangre. Y hoy, escuchando la televisión,
oigo hablar del “síndrome del intestino tímido”, que me hizo recordar a lo del
Simca- 1000 del que hablaba, vaya Vd. a saber por qué, y resulta ser que se
trata de la dificultad que sufren muchos/as conciudadanos/as a la hora de
defecar en wáter ajeno. Como habrá alguno/ a que quizá no entienda lo que con
palabras cultas intento decir, al tratar tema un tanto escatológico como el que
traigo a colación en la tarde de hoy, les aclaro que “el síndrome del intestino
tímido” no es otra cosa, dicho sea en
román paladino, o pa' que lo entiendan, que la dificultad de algunos o algunas
de cagar fuera de casa, sea por reparo a poner el culo en taza ajena, por miedo
a los bichos, sea por timidez o por cualesquiera otros motivos o razones que
para algo doctores tiene la Iglesia. El síndrome en cuestión no es para
tomárselo a risa, debe jeringar y mucho porque, evidentemente, quienes lo
padecen sufren y de lo lindo si a mitad de jornada les viene el apretón y
tienen que aguantarse, con el consiguiente riesgo de su salud, horas y horas
hasta volver a casa y reencontrarse con su querido y añorado señor Roca, ese
sillón de cerámica blanca que se esconde en el interior del cuarto de baño, el
que está saliendo de la cocina a la derecha o a la izquierda, según donde esté
esta en tu casa. En mi caso, y con esto termino, debo decir que nunca tuve
problemas para hacer el amor en un 127 (no tenía Simca-1000, pero por fortuna
si un Seat 127 amarillo) ni tampoco he padecido el “síndrome del intestino
tímido” al tener la dicha, ¡vive Dios!, de no tener tampoco problemas para
poder cagar donde fuera y fuera a la hora que fuera.
quicopurriños
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