UNA ESTAFA CON NOMBRE DECENTE
POR
JUAN TORRES LÓPEZ
Fuentes:
Ganas de escribir [Imagen: Larry Finck]
Larry Fink no se encuentra en el top de las personas más ricas del mundo. Ocupa el puesto 2.478 en la lista que todos los años publica la revista Forbes, pues ”sólo” tiene un patrimonio de 1.100 millones de dólares (200 veces menos que el más rico, Bernard Arnault). Sin embargo, Fink es el consejero delegado de Blackrock, el mayor fondo de inversión del mundo que maneja unos 10 billones de dólares, casi tanto como toda la riqueza de América Latina, el doble de la de África, o más de seis veces el PIB de España y sólo superado por el de Estados Unidos y China.
Junto a otros tres o cuatro grandes fondos de inversión, se podría decir que el fondo de Fink es el dueño efectivo en España, como en otros muchos países, de la banca, las compañías de seguros, constructoras, un buen número de grandes empresas industriales, transporte o comerciales, fabricas de armas… y, por supuesto, de los medios de comunicación más influyentes.
Sus inversiones
sólo tienen un objetivo: aumentar continuamente sus beneficios a costa de lo
que sea. Y ese “lo que sea” significa generalmente que lo que menos importa es
mantener viva a medio o largo plazo la actividad de las empresas que adquiere o
controla.
Y si les importa
poco la vida de las empresas que adquieren, mucho menos les afecta lo que pase
con la naturaleza a la hora de ganar dinero.
En 2020, Larry Fink
afirmó que “el riesgo climático es riesgo de inversión” y que, por lo tanto,
Blackrock iba a vigilar el comportamiento ambiental de las empresas en las que
participaba para no invertir en las contaminantes. Pero esa idea no le duró
mucho y pronto volvieron a las andadas, invirtiendo allí donde hubiera
ganancias, con independencia de la contaminación que se produjera.
Blackrock,
Vanguard, State Street y algunos otros fondos más, controlan la principal
cartera de inversiones en combustibles fósiles más contaminantes del mundo y
diversos estudios han mostrado que es habitual que utilicen su influencia en
los consejos de administración en los miles de empresas en donde participan
para evitar que se tomen medidas que podrían frenar el cambio climático.
Por si hacía falta
algo que confirmara su total ausencia de compromiso climático y que tan sólo
buscan el beneficio inmediato, Larry Fink anunció hace unos días que creará un
fondo que incluirá inversiones en criptomonedas.
El destrozo
ambiental que hace la producción de estas últimas es brutal. Según un estudio
reciente de Naciones Unidas, para producir bitcoins que sirven básicamente como
activos para la especulación, ha sido necesario utilizar la energía eléctrica
que gasta un país de 230 millones de personas, como Pakistán. Para compensar la
huella de carbono que generó sería necesario plantar 3.900 millones de árboles,
en una superficie equivalente a la de Países Bajos, Suiza o Dinamarca; y el
gasto de agua realizado con ese exclusivo fin de especular equivale al
necesario para satisfacer las necesidades actuales de agua doméstica de más de
300 millones de personas en las zonas rurales del África subsahariana (di más
datos sobre lo que “cuestan” realmente las criptomonedas y su verdadera
utilidad aquí).
Para hacer todo
eso, incluso recurren al fraude. En 2021
se descubrió que Blackrock y otros fondos encargan la evaluación ambiental de
sus inversiones a auditoras que utilizan métricas engañosas para disimular el
daño climático real que producen.
Los causantes del
extraordinario peligro ambiental al que nos enfrentamos y del destrozo de la
naturaleza tienen nombres y apellidos y se sabe perfectamente cómo lo hacen. Lo
sorprendente es que, en lugar de ponerlos en evidencia y detener a quienes lo
provocan, se les permita controlar los medios de comunicación desde los que nos
quieren hacer creer que sólo gracias a ellos podremos solucionar el problema.
Al capitalismo de
nuestros días, revestido de conceptos como libertad de empresa, competencia,
responsabilidad social, emprendimiento, progreso… se le podría aplicar lo que
decía Ramón Pérez de Ayala sobre las estafas: «cuando ya son enormes, toman
nombre decente».
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