LA FIESTA DE LA
POBREZA Y LA REPRESIÓN
Javier Milei se estrena como
presidente rodeado de mandatarios extranjeros y con un discurso en el que
promete desmantelar el Estado
EMILIANO GULLO
Javier Milei regalando una menorá al presidente
Zelenski tras su jura como presidente de Argentina. / Télam
“Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y
al fin andar sin pensamiento.
Perfume
de naranjo en flor,
promesas
vanas de un amor
que
se escaparon en el viento”.
Naranjo
en flor, letra Homero Expósito, composición
Virgilio Expósito (1944)
Un meme recorre los teléfonos argentinos. Las fotos son distintas, los montajes también, pero el texto es siempre el mismo: “¡Que comiencen los juegos del hambre!”. Es un meme, pero podría ser un comunicado oficial de la cuenta de X de la Oficina del presidente Javier Milei, abierta cuando ganó las elecciones por balotaje a imagen y semejanza del Gobierno de Estados Unidos. Una imagen y semejanza de ropa usada, un outlet del poder. El único consumo que promete el nuevo Gobierno es simbólico: barato, barato, como en Miami pero en casa.
Las
ofertas de segunda mano aparecieron temprano. La tradición nacional marca que
la jura y el primer discurso sean dentro del Congreso. Apenas terminó de jurar
como presidente, Milei habló afuera, sobre un escenario montado en la explanada
del Congreso. Como en esos juegos visuales donde hay que mirar fijo una imagen
durante unos segundos para que después aparezca la cara sublimada de un famoso,
si se miraba un rato la escena Milei parecía estar hablando no desde el
Congreso argentino sino desde el Capitolio en Washington: rodeado de decenas de
sus funcionarios, dirigentes propios y ajenos. Custodiado por agentes del
Servicio Secreto. Abrigado con una bufanda y un sobretodo largo. De frente a
miles de personas que agitan, fervorosas, sus banderitas rojas, blancas y
azules con estrellas. Pero el truco visual dura poco. La realidad porteña se
impuso de golpe. Los nuevos colores del país liberal, amarillo y negro,
flotaban junto a las banderas celestes y blancas en una Plaza de los Congresos
semivacía. Los que rodeaban al nuevo presidente no eran los propios ni los
ajenos sino los extranjeros. Sentados de un lado y del otro aparecieron, entre
otros, el rey Felipe VI de España, el primer ministro de Hungría, Víktor Orbán,
el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el de Uruguay, Luis Lacalle Pou,
el brasileño Jair Bolsonaro. Y el presidente chileno, Gabriel Boric.
Desde
ese lugar, Milei dio inicio a la nueva temporada de los juegos.
“No
hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock. Naturalmente,
eso impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los
salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes”.
Los
manifestantes respondieron eufóricos.
“¡No-hay-plata!
¡No-hay-plata! ¡No-hay-plata!”.
El hit de
la campaña tronó cuando el texto confirmó el recorte en el sector
público.
“Un
ajuste fiscal en el sector público nacional de cinco puntos del PBI, que a
diferencia del pasado, caerá casi totalmente sobre el Estado y no sobre el
sector privado”.
“¡Mo-to-sierra!
¡Mo-to-sierra! ¡Mo-to-sierra!”, devolvió el tercio de la plaza ocupada.
El
discurso, que duró media hora, se estructuró en base a números y porcentajes de
la herencia económica que recibió y de lo que pasaría si su plan de ajuste no
se llega a concretar. Eligió un número bien grande, como para que no haya dudas
del camino a seguir. “Esta es la herencia que nos dejan: una inflación plantada
de 15.000% anual, la cual vamos a luchar contra uñas y dientes para
terminarla”.
Sólo son dos años de extrema pobreza,
más inflación, estancamiento, desmantelamiento del Estado. Hay que bancar.
Primero sufrir, después qué importa el después
“¡No-hay-plata!
¡No-hay-plata! ¡No-hay-plata!”, devolvía la multitud en agradecimiento.
Pero
a no temer. “Hay luz al final del túnel”, tranquilizó. Sólo son dos años de
extrema pobreza, más inflación, estancamiento, desmantelamiento del Estado. Hay
que bancar. Primero sufrir, después qué importa el después. Mientras tanto,
seguridad para asegurar el plan. “Nuestras fuerzas de seguridad han sido humilladas
durante décadas, han sido abandonadas por una clase política que le ha dado la
espalda a quienes nos cuidan. La anomia es tal que solo el 3% de los delitos
son condenados. Se acabó con el siga-siga de los delincuentes”.
“¡Po-li-cía!
¡Po-li-cía! ¡Po-li-cía!”, el amor entre el jefe de Estado y la plaza ya era
total.
El
festejo por la pobreza y la represión se veía venir desde hacía tiempo. Más
precisamente, desde las primeras palabras del Milei victorioso allá lejos en el
tiempo, aquel 19 de noviembre cuando el país celebró el balotaje. “No hay
plata”, fue la frase que más repitió desde entonces. El merchandising popular
recibió el mensaje. Así, en la plaza del Congreso primero y en la Plaza de Mayo
apareció el negocio del día. Como el estribillo popular de un grupo de rock o
la frase de algún pastor evangélico, los comerciantes callejeros vendían una
nueva remera (camiseta) sensación con la inscripción soñada: “No hay plata”. El
precio, en dólares. A cuatro las remeras, a dos el sanguche de milanesa. El
cartel en dólares, la transacción en pesos. El dólar símbolo, claro, por que
dólares no hay. O sí, convertido en pancartas gigantescas con la cara del nuevo
presidente. Y en souvenires tamaño real para tener de amuleto
de la suerte en la billetera.
Y
ahí se subió al Mercedes Benz descapotable el nuevo presidente junto a la
todopoderosa asesora, consejera, cerebro, estratega, mandamás, contenedora,
amiga, compañera, astróloga, numeróloga, y vendedora de tortas. El jefe –así,
en masculino–, su hermana Karina. La primera dama, Fátima Florez –conocida por
imitar a Cristina Fernández en programas de entretenimiento–, se perdió en la
nube de asesores y funcionarios.
Su única reunión bilateral se la reservó
a Zelenski, a quien le regaló una Menorá –candelabro judío– y le presentó a su
hermana. “She is the boss”
Los
hermanos Milei recorrieron toda la avenida de Mayo para llegar a la Casa Rosada
mientras promediaba la tarde preveraniega en la ciudad de Buenos Aires. La
multitud lo vitoreó todo el camino. Ellos se acercaron un par de veces aunque
el que recibió la mayor atención de los Milei fue un golden retriever que
se coló entre la seguridad. Ya en La Rosada, el presidente firmó el primer
decreto para rediagramar el mapa de ministerios; reducirlos de 18 a 9. Su única
reunión bilateral se la reservó a Zelenski, a quien le regaló una Menorá
–candelabro judío– y le presentó a su hermana. “She is the boss”.
La
clásica jura de ministros de la nación se convirtió en un celoso cumpleaños de
15. “Queremos una ceremonia íntima”, decían mientras sacaban a todos los
periodistas de la sala. Ni prensa ni transmisión oficial. Se supone, entonces,
que el nuevo inquilino tomó juramento a su Gabinete. Luego recorrió las
instalaciones que –avisó– no usará porque trabajará desde la Quinta de Olivos.
Será el primer presidente argentino en hacer una gestión home office.
Habían
pasado algunas horas desde que Cristina Fernández le tomó juramento junto a la
nueva vice, Victoria Villarruel, y desde que Alberto Fernández le entregó el
bastón y la banda presidenciales. Mientras las cámaras derrochaban los flashes
sobre el nuevo protagonista, Cristina le hizo una seña a Milei para que le
mostrara el bastón. Él, sonriente, con el cabello mucho más reducido que en su
época de opinador televisivo, ya no tan eléctrico pero con las patillas
crecidas como Carlos Menem, se lo mostró con el orgullo de un padre satisfecho.
La empuñadura, de plata, lleva grabadas las cinco caras de sus perros, Conan, el
muerto, y sus cuatro clonados en Estados Unidos, Murray (Rothbard), Milton
(Friedman), Robert y Lucas (desagregado de Robert Lucas Jr.).
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