UN GOBIERNO DE IZQUIERDAS EN EUSKADI
CANAL RED -- EDITORIAL
Habiéndose dado una
gran cantidad de pasos en la rehabilitación de EH Bildu como un actor político
tan legítimo como cualquier otro, sería absolutamente incomprensible que el
PSOE siguiera manteniendo el veto a pactar con Bildu tras las próximas
elecciones vascas
En las elecciones autonómicas vascas, cada territorio histórico —Araba, Bizkaia y Gipuzkoa— pone 25 diputados independientemente de su tamaño poblacional. En el Parlamento Vasco, la mayoría absoluta que es capaz al mismo tiempo de investir a un lehendakari y garantizar la gobernabilidad durante la legislatura es, así, de 38 escaños. En estos momentos, en el Parlamento Vasco salido de las elecciones del 12 de julio de 2020 —en plena pandemia—, EH Bildu, el PSE y Elkarrekin Podemos suman 37 escaños. Con la correlación de fuerzas actual, no es posible un gobierno de izquierdas en Euskadi. Sin embargo, según el último Sociómetro del propio gobierno vasco, en pocos meses, eso podría cambiar. Según la encuesta pública, con una muestra de 3000 personas, la suma de EH Bildu, PSE y Elkarrekin Podemos arrojaría para los próximos comicios —previstos en la primavera de 2024— una mayoría absoluta de 39 escaños. Aunque los morados sufrirían una fuerte caída —a la espera de lo que decida hacer Sumar, sin apenas implantación territorial en Euskadi, pero con la voluntad de presentarse—, los tres escaños que les pronostica el Sociómetro les conferirían una importante posición táctica, al ser indispensables para la gobernabilidad.
Si estos
pronósticos se cumplen aproximadamente, si el bloque de izquierdas —lo llamamos
de «izquierdas» y no «progresista» porque el PSE es minoritario allí— consigue
en efecto una mayoría para gobernar, entonces el PSOE se tendrá que enfrentar a
una decisión parecida a la que ha tenido que tomar en estos días en el
Ayuntamiento de Pamplona.
Aunque las últimas
elecciones municipales de mayo de este mismo año sí arrojaron una mayoría de
izquierdas en el consistorio de la capital navarra —con 14 ediles entre EH
Bildu, el PSN y Contigo Zurekin sobre un total de 27 asientos—, con la campaña
de las elecciones generales del 23 de julio en ciernes y la ofensiva que había
llevado a cabo la derecha por la inclusión de ex miembros de ETA en las listas
de los abertzales, los socialistas no se atrevieron a hacer alcalde a Joseba
Asiron de EH Bildu y decidieron, en cambio, abstenerse para dejar paso a
Cristina Ibarrola de UPN. En los últimos días, sin embargo, y con Pedro Sánchez
ya sólidamente investido en la Moncloa, se ha hecho público un acuerdo entre el
PSE y EH Bildu para respetar los resultados emanados de las urnas y hacer
alcalde de Pamplona a Asiron el próximo 28 de diciembre mediante una moción de
censura.
La movilización de
la derecha y la extrema derecha detonada este domingo en la capital foral a
causa de este anuncio, en la que García Gallardo (VOX) ha dicho que «va a
gobernar ETA en Pamplona» y Feijóo ha suscrito sus palabras hablando de «pacto
encapuchado», dibuja exactamente cuál es el núcleo político de la cuestión. A
pesar de que la banda terrorista dejó de existir hace ya una década, las
derechas han intentado establecer en los últimos años, mediante la potencia de
sus cañones mediáticos —y la debilidad ideológica de los medios de la
progresía—, un cordón sanitario que impidiese los acuerdos entre el PSOE y
Bildu a todos los niveles. Tony Soprano restaba carga emocional a su actividad
diciendo que «son solo negocios» y podemos afirmar de forma análoga que, a
pesar de las intensas apelaciones a sentidos principios morales, para la
derecha y la extrema derecha esto «es solo aritmética». Como es obvio, si tú
consigues que esté políticamente prohibido pactar con los concejales, diputados
autonómicos o diputados estatales de ciertos partidos de izquierdas, tú
adquieres la capacidad de sabotear determinadas mayorías democráticas y puedes
llegar a gobernar aunque la ciudadanía te haya colocado en minoría en las
urnas. Es así como funciona un cordón sanitario más allá de las banderas morales
que se enarbolen para justificarlo.
El director de El
Mundo era clarísimo en un artículo reciente cuando utilizaba los más elevados
principios para restar escaños a las mayorías parlamentarias de sus adversarios
En este sentido, el
director de El Mundo era clarísimo en un artículo reciente cuando utilizaba los
más elevados principios para restar escaños a las mayorías parlamentarias de
sus adversarios. Joaquín Manso escribía que «la renuncia a cerrar acuerdos
políticos con el proyecto nacionalista radical que todavía justifica los
centenares de asesinatos de ETA formaba parte de la fibra moral que cohesionaba
una idea compartida de España y de la libertad». Pero, de nuevo, hay que
desdramatizar. Al fin y al cabo, cuando el PSOE y la progresía mediática apelan
constantemente a una supuesta moderación del PP que quedaría manchada por sus
pactos con VOX, están intentando hacer exactamente lo mismo del otro lado del
parteaguas: restarle concejales, diputados autonómicos o diputados estatales a
las mayorías que pueda armar Feijóo. Por mucho que Sánchez mente al Tercer
Reich en la cara de Manfred Weber, son solo negocios. Es solo aritmética.
Aclarados los
objetivos operativos de lo que se ha dado en llamar «cordón sanitario», y
habiéndose dado además una gran cantidad de pasos en la rehabilitación de EH
Bildu como un actor político tan legítimo como cualquier otro —desde su
inclusión en la mayoría que dio soporte al Gobierno en la pasada legislatura,
hasta la moción de censura en el Ayuntamiento de Pamplona, pasando por la foto
que aceptó hacerse Sánchez con la portavoz de la formación abertzale en el
Congreso, Mertxe Aizpurúa—, sería absolutamente incomprensible que el PSOE
siguiera manteniendo el veto a pactar con Bildu tras las próximas elecciones
vascas, suponiendo que se dé una mayoría de izquierdas. Es verdad que Pedro
Sánchez necesita también los cinco votos del PNV en el Congreso para que la
legislatura no acabe estrangulada, y es verdad también que el fomento de los
discursos de exclusión de los posibles socios opera, en ocasiones, como palanca
negociadora de la que el PSOE se puede aprovechar —como hizo en 2019 para
intentar dejar a Podemos fuera del Gobierno—, pero la creciente
ultraderechización del bloque de derechas y su apuesta por la confrontación
frontal —tanto parlamentaria, como judicial, como mediática— contra el
Ejecutivo recomienda, por un lado, no comprar ni siquiera parcialmente los
marcos reaccionarios —y el veto a los pactos con Bildu sin duda es uno de
ellos— y, por otro lado, bascular la acción política en todos los ámbitos sobre
el flanco izquierdo, para así conseguir el mayor poder institucional que
permita los mayores avances sociales como única vacuna contra los Mileis en
ambas orillas del Atlántico.
Si las próximas
elecciones vascas arrojan la mayoría suficiente como para situar a un
lehendakari de izquierdas en Ajuria Enea, el PSOE tendrá que elegir entre
pactar con el PNV y seguir concediendo así victorias ideológicas al bloque
reaccionario o respetar el mandato de las urnas aunque la derecha y la
progresía mediáticas desaten las siete plagas de Egipto (hasta que se
acostumbren, se cansen o la actualidad les obligue a cambiar de tema).
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