LAS “NUEVAS” ULTRADERECHAS
LATINOAMERICANAS
EDUARDO
GARCÍA GRANADO
Milei, Kast,
Bolsonaro, Bukele o Verástegui son las formas nacionales que ha tomado en cada
caso la “ola” de derechas radicales que está alterando los equilibrios
políticos en América Latina. ¿Por qué ahora? ¿Cuáles son sus puntos en común y
sus diferencias?
América Latina no está siendo ajena al auge generalizado de las derechas radicales en buena parte del -ambiguamente definido como- espacio político occidental. Como en la mayoría de estados europeos, en Israel y en Norteamérica, en América Latina se están consolidando a velocidades distintas las expresiones nacionales del incipiente eje ultraderechista. En algunos casos, ya han asaltado los Ejecutivos de sus estados; en otros, son todavía fuerzas emergentes, cuando no el principal espacio de la oposición. En algunos casos, la estrategia de intervención política ha pasado por la cooptación de antiguos partidos y coaliciones de la derecha en el país; en otros, se agruparon en torno a organizaciones nuevas o previamente marginales. En algunos casos, han desplazado a los antiguos enclaves del conservadurismo liberal; en otros, han forjado alianzas de gobierno convenientes para ambos. En algunos casos, han puesto el foco en aspectos fiscales o económicos; en otros, en cuestiones identitarias, religiosas o ideológicas.
Por lo general, la
práctica totalidad de países en la región han visto a gobiernos de corte
neoliberal fracasar en sus pretensiones económicas, políticas y de seguridad.
El gobierno de Macri en Argentina, el de Peña Nieto en México o los de ARENA en
El Salvador no lograron hacer efectivas promesas como la del desendeudamiento,
el mejoramiento de los salarios medidos en dólares, la agilización de la
administración pública, la lucha contra el crimen organizado o la superación de
la polarización política por la cual los estados latinoamericanos oscilan entre
gobiernos de corte derechista-neoliberal y gobiernos de corte
industrialista-antiimperialista, dejando por norma general inconclusos los
procesos de refundación nacional que a menudo ambos bloques plantean. Por lo
general, los gobiernos de la “derecha tradicional” latinoamericana no solo no
lograron consolidar un bloque identitario de corte reaccionario que alcanzase
en representatividad a las izquierdas antiimperialistas regionales, sino que
decepcionaron a importantes sectores de las clases medias y trabajadoras
ideológicamente derechistas a las que pretendieron convocar.
Por otro lado, los
gobiernos de las izquierdas antiimperialistas estuvieron atravesados por
procesos de lawfare y por intensas campañas mediáticas que desprestigiaron
liderazgos antaño lo suficientemente ensanchados como para ganar elecciones por
sí mismos y que criminalizaron las militancias populares, sindicales y
progresistas. Prueba de ello dan los casi dos años de prisión del presidente
brasileño Lula da Silva, el hostigamiento mediática contra el presidente
ecuatoriano Rafael Correa y la mediatización de conceptos criminalizantes del
movimiento obrero y popular organizado en Argentina —términos como “gerentes de
la pobreza” o “planeros” son ya cotidianos en la discusión pública—. A este
cóctel contra las izquierdas deben sumarse otros factores como el inmediatismo
electoral que acompaña a los regímenes liberales de partidos, que consolida la
inestabilidad del proyecto nacional e imposibilita las lentas y necesarias
transformaciones sobre las estructuras productivas de las economías nacionales
latinoamericanas y sobre la posición de América Latina en el sistema-mundo
capitalista.
Los nombres propios
de la nueva ola de derechas radicales en América Latina son muchos y se
renuevan a medida que la tendencia regional se asienta en las sociedades
políticas nacionales. Aunque Jair Bolsonaro fue quizá la primera gran
experiencia de la ultraderecha latinoamericana de nuevo cuño, otros nombres
están hoy asentados: López Aliaga en Perú, Nayib Bukele en El Salvador, Eduardo
Verástegui en México, José Antonio Kast en Chile, Javier Milei en Argentina…
Los números, en ese sentido, son claros en los comicios recientes: Javier Milei
ganó el balotaje presidencial en Argentina con catorce millones y medio de
votos, Kast alcanzó la segunda vuelta en Chile y consolidó tres millones y
medio de apoyos, mientras que Bolsonaro se quedó a las puertas de revalidar su
mandato tras cosechar algo más de cincuenta y ocho millones de votos (más del
49%) en el desempate contra Lula da Silva. El bloque en su conjunto se dispone
a recibir su victoria más contundente el 4 de febrero, fecha en la que El
Salvador elegirá su presidente para los próximos cinco años, con todas las
encuestas pronosticando una victoria escandalosamente arrolladora de Nayib
Bukele (algunas incluso contemplan que el mandatario superará el 80% de los
apoyos).
Pero ¿de qué se
habla cuando se plantea que las nuevas derechas radicales están en auge en la
región? ¿Puede hablarse de una suerte de “marea ultra” en oposición a la “marea
rosa” que protagonizaron los gobiernos desarrollistas, antiimperialistas y
progresistas durante las dos primeras décadas del siglo XXI? Parcialmente, sí.
Entre las diversas expresiones del fenómeno hay importantes concordancias: el
anticomunismo/antiizquierdismo, el antifeminismo y la retórica punitivista les
atraviesa por igual. Pese a sus similitudes, que son suficientes para hablar en
los términos de “bloque”, existen diferencias notables en dónde ponen el foco y
en aspectos notables -aunque no decisivos- de sus programas económicos. En este
sentido, hay una distinción primaria que hacer para comprender las variantes de
la ola de derecha radical en América Latina: la centralidad retórica. En
algunos casos, el foco se coloca en la economía; en otros, en la seguridad; en
el resto, en lo identitario/religioso/ideológico. Javier Milei es el paradigma
del primer grupo.
En este sentido,
Milei y La Libertad Avanza encontraron en el discurso económico-mesiánico de un
líder que “sabía cómo terminar con la inflación” y cómo crecer “con y sin
dinero” la clave para agrupar en torno a sí el rechazo a la gestión de Alberto
Fernández. Bukele, por su parte, ha centrado —casi exclusivamente— su
propaganda en la seguridad. El “método Bukele”, consistente en última instancia
en lógicas “de mano dura” existentes con anterioridad en la región combinadas
con una asfixiante política de comunicación, consolidó su liderazgo en El
Salvador. Bolsonaro, al mismo tiempo, hizo del relato conservador, religioso,
anticomunista y antifeminista el eje de su proyecto nacional. “O Mito”
profundizó las grietas identitarias existentes en el país y dicotomizó la
discusión pública… “por el bien de Brasil”. Verástegui en México, a pesar de su
todavía incipiente campaña política, se proyecta de cara al ciclo electoral del
año 2024 como un fundamentalista católico que libraría al país de las garras
del comunismo representado en cierta medida tanto por MORENA como por la
alianza opositora.
Milei, Bolsonaro,
Bukele o Kast son dirigentes “superadores” de la derecha tradicional en sus
países. Comparten no solo el desprecio —en algunos casos, el odio— por las
expresiones locales de la izquierda y el progresismo, sino la crítica orgánica
a la “tibieza” de anteriores experiencias de gobierno neoliberal y
antiizquierdista. En el caso de Argentina, el repetido “modelo de la casta” fue
la válvula de escape por la que Javier Milei se separó retóricamente de la
derecha de Juntos por el Cambio. En el caso de El Salvador, la dialéctica
ARENA-FMLN que operó desde el año 1989 fue superada por un Nayib Bukele que
planteó una suerte de “tercera posición” desde el punitivismo y el discurso
antipolítica.
Con todo, estas
nuevas derechas radicales comparten dos elementos cruciales. En todo caso,
defienden proyectos nacionales que —por desidia o por empuje— consolidan la
posición periférica de América Latina. En ningún caso aportan una agenda
desarrollista que impulse la industria nacional, proteja las economías locales,
nacionales y regionales y pretenda “escalar” en las lógicas del capitalismo
internacional. Las privatizaciones y la primarización de las economías nacionales
son comunes entre estas “nuevas” expresiones de la derecha continental. De
hecho, a menudo las clases privilegiadas por sus gobiernos son aquellas que se
nutren de una posición periférica contraria al desarrollo del capitalismo
nacional, pero favorable a sus intereses inmediatos. En este sentido, el
“decretazo” de Javier Milei privilegiando a los exportadores primarios y
desprotegiendo a los industriales es paradigmático. El proyecto nacional de las
derechas radicales latinoamericanas es clasista, pero en un modo específico; no
es un proyecto del grueso de las clases capitalistas, sino de sectores
concretos de las mismas, a menudo aquellos que mayores beneficios inmediatos
obtienen cuanto mayor es la pauperización de la fuerza laboral y cuando menor
es la competitividad de los capitalistas industriales nacionales.
A su vez, estas
nuevas derechas radicales comparten la dimensión comunicativa. La asfixiante
propaganda en redes sociales, a menudo coordinada por un séquito de influencers
y creadores de contenido con expertise en los nuevos formatos de comunicación
política -Youtube Shorts, Tiktok, etc. Aunque Nayib Bukele encarna en sí mismo
esta lógica, la campaña de Javier Milei en Argentina no se entiende si no es a
través de su vertiente digital. La creación y difusión de noticias falsas,
refuerzo imprescindible de los discursos de odio, protagonizó la última campaña
presidencial de Jair Bolsonaro. Por supuesto, no parecen querer renunciar a
esta herramienta los recién llegados, como ilustra el perfil de Twitter de
Eduardo Verástegui. Las nuevas derechas radicales latinoamericanas son ya una
fuerza central de los sistemas políticos de la región. Como gobierno, como
líderes de la oposición o como fuerzas incipientes, lo innegable es que se han
asentado a través de decididas campañas de propaganda digital que normalizan su
discurso, ensanchan los límites de la discusión pública y complejizan en mayor
medida el puzle continental.
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