CARRERO BLANCO: 50 AÑOS DEL
VUELO MÁS ALTO
SARA
SERRANO
Uno de los escoltas
del coche de vigilancia transmite por radio un mensaje desesperado: “No veo el
coche del presidente”. 100 kilos de Goma 2 habían elevado el coche oficial más
de 30 metros de altura
El 20 de diciembre de 1973, como cada mañana, el almirante Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno de España, abandonaba su casa, situada en el barrio Salamanca de Madrid, para dirigirse a la iglesia de los Jesuitas de la calle Serrano. Al finalizar su comunión diaria, se sube en un Dodge Dart negro sin blindar, al que sigue otro coche de vigilancia. El coche inicia su recorrido y en el número 104 de la calle Claudio Coello se produce una gran explosión y el vehículo salta por los aires. La confusión era total. Uno de los escoltas del coche de vigilancia transmite por radio un mensaje desesperado: “No veo el coche del presidente”. 100 kilos de Goma 2, estratégicamente colocados, habían elevado el coche oficial más de 30 metros de altura, que acabó cayendo en la terraza interior de un patio de colegio. La explosión dejó un cráter de 19 metros en el asfalto y tres muertos: Carrero; su chófer, José Luis Pérez; y su escolta, Juan Antonio Bueno. Eran las 9, 28 minutos y 30 segundos, según marcó el reloj del coche destrozado.
Los explosivos los
hicieron detonar José Miguel Beñarán y Jesús Zugarramurdi vestidos de
electricistas con un mono azul de trabajo. Después, mientras gritaban “¡gas,
gas!”, corrieron hacia un Seat 124, donde les esperaba Javier Larreategi.
Formaban parte del comando Txikia, y eran los responsables de la conocida como
Operación Ogro, una acción que comenzó como una tentativa de secuestro, pero
que, valoradas las dificultades logísticas después de que Carrero fuera
nombrado presidente del Gobierno, se transformó en un atentado terrorista.
La posibilidad de
un atentado terrorista era tan inconcebible para la policía que la primera
hipótesis que manejaron, y que el ministro de Gobernación Arias Navarro también
sostuvo, fue que se trató de una explosión de gas. Una vez descartada la
hipótesis de la explosión de gas, se valoró la opción de que se tratase de un
ataque comunista, ya que a la misma hora que se produjo el atentado se estaba
juzgando a varios miembros de Comisiones Obreras en Madrid, el juicio contra
los diez de Carabanchel. Y más adelante, también se barajó la posibilidad de
que los autores hubieran sido militantes del FRAP.
Hubo también
especulaciones sobre la implicación de la CIA en el atentado: la embajada
norteamericana estaba cerca del lugar en el que se produjo la explosión y Henry
Kissinger había viajado a España para reunirse con Franco, el entonces príncipe
Juan Carlos de Borbón y Carrero Blanco.
Ante las dudas, a
las once de la noche de ese mismo día, ETA emitió un comunicado a través de
Radio París, en su informativo en castellano. En él reivindicaba la autoría del
atentado contra Carrero Blanco y lo calificaba de «justa respuesta
revolucionaria» a las muertes de nueve miembros de la organización a manos de
la Guardia Civil. A continuación, añadía que la acción constituía «un avance en
la lucha contra la opresión nacional, por el socialismo en Euskadi y por la
libertad de todos los explotados y oprimidos dentro del Estado español». El
último año la represión en Euskal Herria había sido especialmente dura. Las
fuerzas policiales habían matado a siete militantes de ETA, a tres civiles en
controles de carretera y a un detenido como consecuencia de las torturas. La
declaración de ETA reivindicaba la acción, en primer lugar, como respuesta a la
muerte de sus militantes, pero añadía también que “Luis Carrero Blanco era la
pieza clave para garantizar la estabilidad y la continuidad del sistema
franquista. Es indudable –añadía– que sin él, se avivarán peligrosamente las
tensiones en el seno del poder”.
En comunicaciones
posteriores ETA reveló la razón de la elección de la víctima: «porque era el
segundo de a bordo del régimen franquista». Cuando Torcuato Fernández-Miranda,
presidente en funciones, acudió al Pardo para informar a Franco del atentado
terrorista contra Carrero, el generalísimo dijo únicamente: «Miranda, se nos
mueve la tierra bajo los pies». A las ocho de la mañana del día siguiente
Franco le dice a su ayudante, el capitán Antonio Urcelay: «Me han cortado el
último hilo que me unía al mundo».
Carrero Blanco era
la piedra angular del “franquismo sin Franco”, es decir de la continuidad del
régimen tras la muerte del dictador. Destacó por sus muestras de desmesurada
adulación al dictador al que se refería como «caudillo, Monarca, Príncipe y
Señor de los Ejércitos». A ambos les unía el profundo respeto a la jerarquía
castrense y una visión ultracatólica, anticomunista y antimasónica del mundo.
La visión del mundo de Carrero era muy simple: “Hay tres internacionales que,
cada una por su cuenta y con fines propios, pretenden dominar el mundo y
ejercer un totalitarismo universal: la comunista, la socialista y la masónica”.
Ante ello, “España quiere implantar el bien, y las fuerzas del mal, desatadas
por el mundo, tratan de impedírselo”, señalaba.
Para Franco, el
almirante Carrero era más que un hombre de máxima confianza, era un estratega.
Y bajo su consejo tomó muchas de las decisiones clave para la supervivencia del
régimen. Franco y Carrero se conocían desde 1925, pero el peso político del
almirante empezó a consolidarse en 1941, cuando un informe suyo convenció al
dictador de que no debía involucrarse en la Segunda Guerra Mundial. Carrero se
enfrentaba a la posición de los falangistas, con el germanófilo Serrano Suñer a
la cabeza, que apostaban por apoyar al Triple Eje.
Carrero desarrolla
cuatro logros fundamentales para la dictadura: los contactos iniciales con
Estados Unidos y el Vaticano que pondrían fin al aislamiento internacional de
España; la designación del entonces príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor
de Franco; el paso a un modelo capitalista dirigido por los tecnócratas del
Opus Dei; y la Ley Orgánica del Estado de 1967, que dotó a la dictadura de un
sistema administrativo institucionalizado. Por aquel entonces el Régimen se
dividía en dos bloques: los tecnócratas del Opus de Carrero que se decantaban
por la monarquía, por un lado, y la Falange que hizo suyo el lema «no queremos
príncipes tontos que no saben gobernar», por otro. El asesinato de Carrero Blanco,
fortaleció la corriente más inmovilista del franquismo, el denominado búnker,
que nombró a uno de los suyos, Carlos Arias Navarro, como presidente del
gobierno.
El asesinato de
Carrero aceleró la crisis interna del régimen y también la represión. Después
del atentado, las fuerzas policiales iniciaron una cacería contra cualquiera
que fuera sospechoso de algún tipo de relación con la izquierda vasca, entre
ellos estudiantes y jóvenes que realizaban el servicio militar en Madrid. Un
ejemplo, fue el asesinato de Pedro Barrios, un joven de 19 años que fue
confundido por la policía con, cito textualmente, “uno de los jefes militares
de ETA”, que había sido herido en la explosión del coche de Carrero. Seis años
más tarde, la madre de la víctima tuvo que ser indemnizada por el Estado.
Pero este no fue el
único caso, en Euskal Herria decenas de personas fueron detenidas y muchos de
ellos acabaron en prisión. Además, tal y como cuenta Iñaki Egaña en Gara, con
el que luego contaremos aquí en La Base, muchos de los sospechosos de haber
participado en el atentado contra Carrero Blanco acabaron siendo víctimas de
actividades paramilitares: atentados mortales, secuestros, incendios de sus
viviendas familiares, desapariciones forzosas, la represión de los GAL, o heridos
en agresiones paramilitares. No hubo juicio, porque la Ley de Amnistía de 1977
cerró el caso, pero la sombra del Estado es alargada.
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