ARGENTINA: GOLPE DE REALIDAD
LA
JORNADA
Los primeros seis días de Javier Milei en el poder presentan una paradoja: ha traicionado prácticamente todas las promesas centrales de su campaña, y aun así se las ha arreglado para hacer tanto daño a Argentina como si las hubiera cumplido. Crítico furibundo de la intervención del Estado en la economía y defensor vociferante de la capacidad autorregulatoria del mercado, se estrenó como presidente estatizando 30 mil millones de dólares de deuda privada, parte de ella perteneciente a la familia de su ministro de Economía, Luis Caputo. Como aspirante a habitar la Casa Rosada, llegó a decir me corto un brazo antes que subir impuestos, pero en su primera semana no sólo los subió, sino que reinstauró uno que fue derogado en los últimos meses del gobierno anterior.
Las propuestas que le ganaron mayores simpatías
entre el electorado fueron la de echar a la casta (como bautizó a toda la clase
política tradicional, tanto la centroizquierda peronista como los macristas
neoliberales ortodoxos), dinamitar el Banco Central y dolarizar la economía,
acabar con la inflación y desregular todos los sectores, en particular en lo
referente a importaciones y exportaciones. Lejos de sacar a la casta, la sumó a
su plataforma, hasta el punto de que su gabinete es un déjà vu de la
administración de Mauricio Macri (2015-2019) y depende del macrismo para
impulsar cualquier medida que requiera aprobación legislativa. También integró
al peronismo de derecha, la más histórica de las castas.
En vez de cumplir el sueño de las clases medias
de dolarizar al país, devaluó el peso en 118 por ciento, con lo que hoy el
dólar se ha vuelto prácticamente inalcanzable para quienes buscan esta moneda
como medio de ahorro, inversión, para protegerse de los choques inflacionarios
o sencillamente para viajar, una verdadera obsesión nacional. En un discurso
que calca el de todos sus antecesores neoliberales, aseguró que la entrada en
una hiperinflación de 3 mil por ciento anual (antes del domingo rondaba 160 por
ciento) era un ajuste necesario y temporal. El hecho es que los precios
aumentan cada hora, con lo que el costo de los alimentos se ha duplicado o
triplicado, y el transporte público (al que se retiraron los subsidios) se ha
vuelto impagable para la clase trabajadora. A partir del 1º de enero las
estrecheces se convertirán en catástrofes con la entrada en vigor del tarifazo,
es decir, el retiro de apoyos gubernamentales en servicios básicos como agua,
electricidad y gas. La desregulación se ha cumplido a medias, para desgracia de
las mayorías. Por ejemplo, se eliminó la contención en los precios de los
alquileres y se decretó su dolarización, por lo que los inquilinos deberán
afrontar incrementos exponenciales en una moneda inaccesible.
Casi todo lo que hoy hace Milei lo hicieron
Macri, Fernando de la Rúa (1999-2001) y Carlos Menem (1989-1999), y terminó
sistemáticamente en desastre, con el pueblo empobrecido, la nación endeudada y
la ciudadanía furiosa. Puede evocarse el desmoronamiento del menemismo (una etapa
de marcados paralelismos con el salinismo mexicano), que se saldó con la peor
crisis económica de toda la historia argentina y con una práctica disolución
institucional durante la cual se sucedieron seis presidentes en año y medio
(cuatro de ellos, en el lapso de dos caóticos meses), e incluso se vivió un
interregno en que buena parte de la población recurrió al trueque como único
modo viable de intercambio de bienes y servicios. Pero no es necesario
remontarse tan lejos en el tiempo para darse cuenta de que el neoliberalismo es
tóxico para Argentina: como sabe cualquier observador que no esté cegado por la
ideología, el actual ciclo de decadencia lo causó Macri, cuyo ministro de
Finanzas, Luis Caputo (el mismo que hoy despacha en la cartera de Economía),
gestionó ante el Fondo Monetario Internacional el préstamo más grande que haya
otorgado el organismo, 45 mil millones de dólares que desaparecieron en manos
de la corrupción y los especuladores. En su primera semana, Milei ya tomó
nuevos créditos usurarios para cubrir los vencimientos ante el FMI, con lo que
la crónica escasez de dólares empeorará de modo inevitable.
En unas horas, millones de argentinos han
pasado del delirio de odio contra el kirchnerismo, inducido por los grandes
medios de comunicación, a la pesadilla neoliberal, con una inflación de un
orden de magnitud superior a la que ya padecían, y despojados de todos los
apoyos estatales que les permitían capear la situación. Anticipando el malestar
social que levantarán todos estos embates contra los trabajadores, el
presidente que cierra todas sus declaraciones al grito de ¡viva la libertad,
carajo! publicó un protocolo digno de las dictaduras a las que es abiertamente
afecto, en el cual se criminaliza toda forma de protesta y se lanzan amenazas a
las que sólo cabe el adjetivo de fascistas, como la de identificar a todos los
participantes en las manifestaciones, así como sus vehículos. El único bien que
podría obtenerse de esta tragedia es que sirva como recordatorio de lo que
significa el programa neoliberal para los electorados de la región y del mundo
que se ven atraídos por el discurso antiestatista de individualismo salvaje.
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