PAGUE TRES PERO LE CUESTA SIETE. EL
GRAN DESFALCO ALIMENTARIO
Al salir de un
comercio conocemos lo que marca el ‘ticket’ de la compra, pero a esta cantidad
habría que añadir otros gastos ocultos de tipo sanitario, ambiental y social
GUSTAVO
DUCH
Imagen de
recurso de supermercado. / Pixabay
La administración
española nos dice que, de promedio, gastamos en alimentación casi 1.600 euros
al año por persona. En cambio, Naciones Unidas sostiene que en España esta
cifra asciende a casi 3.800 euros. ¿A qué se debe este desfase? A nivel
mundial, esta diferencia supone cada día unos 35.000 millones de dólares, pero
¿por qué nadie va a la cárcel por este descomunal desfalco?
Las cifras las acaba de publicar la FAO, el organismo de Naciones Unidas encargado de los temas alimentarios, en el informe El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2023. Revelar el verdadero costo de los alimentos para transformar los sistemas agroalimentarios. Como dice el subtítulo, en él se aborda un aspecto clave para quienes cuestionamos el modelo alimentario globalizado: el coste real de los alimentos. Porque, si bien al salir de un comercio conocemos el coste monetario de nuestra compra –lo que marca el ticket–, a éste habría que añadirle otros gastos que, aunque no nos lo parezca, también acabamos pagando y que podemos agrupar en sanitarios, ambientales y sociales.
En este
detalladísimo estudio, los costes ocultos sanitarios se cuantifican a partir de
las pérdidas de productividad laboral que provocan enfermedades derivadas de
malos hábitos alimentarios, como la obesidad, y que a nivel mundial representan
el 73% de toda esta contabilidad enmascarada. En el caso de España, para el año
2022, significa una cantidad aproximada de casi 80.000 millones de euros, que
representaría nada menos que el 6% del PIB nacional. Este porcentaje aumentaría
aún más si se contabilizaran los costes directos de los tratamientos de estas
patologías que se asumen desde la sanidad pública.
Los costes sociales
se calculan a partir de las pérdidas de productividad asociadas con la
desnutrición
Los costes
ambientales que pagamos entre todas, pero que no aparecen en las facturas,
representan según este estudio algo más del 23% del total, y se calculan en
función de las pérdidas agrícolas y de servicios ecosistémicos causadas por las
emisiones de gases de efecto invernadero y nitrógeno, la escasez de agua y los
cambios en el uso del suelo, y en función de las pérdidas de productividad
provocadas por la contaminación del aire, la contaminación del agua y su
escasez. En el caso español, la suma de este capítulo representaría un total
aproximado de 23.800 millones de euros.
Gráfico extraído del informe de FAO.
Por último, los
costes sociales se calculan a partir de las pérdidas de productividad asociadas
con la desnutrición y el coste social de eliminar la pobreza a lo largo de la
cadena de valor alimentaria. Estos costes, lógicamente, son más altos en países
de rentas bajas, donde llegan a alcanzar el 14% de su PIB. En nuestro país, su
valor proporcional es mucho más bajo, pero aún así, crematísticamente
representaría 62 millones de euros en un año.
Decíamos al
principio que, según el Ministerio de Agricultura, en promedio en España
gastamos 1.597 euros por persona al año en la compra de alimentos. Si tenemos
en cuenta la Contabilidad de Costes Reales de la alimentación (CCR), como le
llama la FAO, deberíamos añadirle un total de 2.183,41 euros más, es decir, el
gasto anual per cápita en realidad sería de 3.780 euros. Esto equivaldría a
interiorizar que por cada tres euros que pagamos al salir del mercadona de
turno, tenemos que añadir cuatro euros más de costes invisibles.
Seguramente sin
pretenderlo, el informe de la FAO lleva directamente a señalar a quienes se
debería imputar estos costes, este desfalco astronómico, pero dado que hablamos
de las poderosas corporaciones de la agricultura y la alimentación industrial,
es fácil deducir por qué ni se les nombra, ni se les acusa, ni se les juzga. Y
siguen en libertad.
Y claro, en los
lineales de los supermercados convencionales no encontraremos propaganda que
diga: pague tres pero le cuesta siete. Sus estrategias de marketing no pasan
por decir la verdad. En cambio hay otras agriculturas y otras alimentaciones
que no solo no engañan en el precio, sino que al estar basadas en cuidar la
tierra y multiplicar la biodiversidad, producen beneficios incalculables, ya
que no hay cifras capaces de expresar el valor que tiene proteger la vida en el
planeta.
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