UN DISCURSO ANTIGUO, AÑEJO
E INMOVILISTA
JUAN TORTOSA
El rey Felipe VI, durante su discurso de Navidad. - EFE/ Ballesteros
El discurso de
Felipe VI esta Nochebuena fue, un año más, tan previsible como evitable. Ya sé
que para buena parte de la ciudadanía, que el rey entre en nuestras casas cada
24 de diciembre a la hora en que se están ultimando los preparativos de la cena
familiar, le importa un verdadero pimiento. Pero el caso es que entra, aunque
cada vez se le preste menos atención. La institución monárquica lleva ya muchos
años ganándose a pulso que, incluso quienes aún aceptan su existencia, le hayan
acabado perdiendo el respeto.
¿Qué sentido tiene a estas alturas el discurso de Nochebuena del rey? Que un jefe de Estado comparezca públicamente está bien, pero para lo que al final acaba diciendo... ¿no podían hacerlo cualquier otro día y dejarnos cenar en paz los 24 de diciembre?
Si lo que nos contó
no deja de ser una tomadura de pelo, lo elocuente fue lo que calló: ni una
palabra sobre la renovación del Consejo General del Poder Judicial, ni sobre la
amnistía, tampoco la más mínima admonición a los fascistas que enturbian la
convivencia al tiempo que andan por las calles rezando rosarios... Se le llenó la boca con la palabra
Constitución (18 veces cuenta mi compañero Alexis Romero que la pronunció) y
daba la impresión de estar usándola como si se tratara de un conjuro para
exorcizar todos los males.
A mí me pareció que
nos lanzaba el término a la cara, sonaba a amenaza, decía apelar a la concordia
pero eran disparos contra el Gobierno de coalición. El discurso de Nochebuena
explica la expresión avinagrada que Felipe VI le dedicó a Pedro Sánchez el día
de su toma de posesión como presidente del Gobierno. Después de anoche, parecen
quedar pocas dudas de que el monarca estaría mucho más cómodo en estos momentos
con Feijóo y Abascal en la Moncloa. Ni imaginarme quiero cuál hubiera sido el
contenido del discurso en ese caso.
"Son muchas
las cuestiones concretas que me gustaría abordar con vosotros hoy, - dijo
textualmente Felipe VI- si bien esta noche quiero centrarme en otras que
también tienen mucho que ver con el desarrollo de nuestra vida colectiva. Es a
la Constitución y a España a lo que me quiero referir." ¿Habría dicho algo
así con la derecha en el Gobierno?
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Ni la Constitución
es intocable ni la idea de España es solo una, pero el monarca en su discurso
se empeñó en patrimonializar una manera de ver las cosas que buena parte de la
ciudadanía lleva mucho tiempo viendo de otra, tan válida y tan legítima como la
suya. Ya que no se quita la Constitución de la boca, ¿no hay nadie que le
recuerde al rey que la monarquía tiene la obligación de representar a todas las
sensibilidades y no solo a una parte? ¿no hay nadie que le haga ver que en esta
España moderna y viva no tienen cabida ya los inmovilismos ni las
intolerancias?
Sonó antiguo,
añejo, inmovilista. Demasiadas ambigüedades, demasiados lugares comunes,
demasiadas obviedades, ni una mención al momento que vive el mundo, a los
conflictos en Oriente Medio o Ucrania, ninguna alusión al calentamiento global,
ningún guiño a la sensibilidad media, ninguna búsqueda de complicidad:
hieratismo, palabras huecas, ambivalencias...
"...la
libertad, la justicia, la igualdad, el pluralismo político. Esos son los
valores –afirmó el rey- que nos cohesionan, que le dan fortaleza y permanencia
a un sistema democrático como el nuestro. Y así los define y establece nuestra
Constitución". Dicho así, no deja de ser una perogrullada, pero mucho me
temo que se trataba de una admonición en toda regla.
No es de recibo que
a estas alturas se regañe por televisión a la ciudadanía de esa manera. Mucho
menos que se cuestione la gestión de un gobierno democrático, impecablemente
elegido, porque ha decidido buscar fórmulas de entendimiento con los
territorios que hasta ahora no habían sido exploradas. No se puede insinuar –al
menos así lo entendí yo- que lo que está haciendo el Gobierno para buscar
soluciones a los conflictos territoriales pone en peligro la Constitución. Eso,
cuando menos, es una broma de mal gusto.
"Evitar que
nunca el germen de la discordia se instale entre nosotros es un deber moral que
tenemos todos. Porque no nos lo podemos permitir", dijo también, obviando
que aquí la única inestabilidad la está provocando la deriva de una derecha que
insulta, amenaza, provoca y hasta agrede ya físicamente en algún que otro pleno
municipal. No digo que tuviera que citar a Ortega Smith y su embestida al
concejal madrileño Eduardo Rubiño, pero discursos como el de Nochebuena no
ayudan a frenar ese inadmisible tipo de comportamientos.
Vale que Felipe VI
no haya sido votado por nadie, o que se meta en nuestras casas cada Nochebuena
sin pedirnos permiso, pero lo que no es de recibo es que, para echarnos la
bronca por Navidad elija encima hacerlo combinando camisa a rayas, por muy
livianas que sean, y corbata de cuadros. Por ahí sí que no pienso pasar.
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