ARGENTINA VERSUS LOS ZOMBIS
Cada día que pasa, el Gobierno de
Milei ratifica con fuerza el método con el que planea regir los próximos años;
ajuste, represión social, depresión productiva. Todo sostenido en la mitología
liberal
EMILIANO GULLO
Protestas frente al Congreso argentino por el decreto
anunciado por el presidente Milei. / Télam (Youtube)
“Ole
ole,
ole
ola
como
a los nazis,
les
va a pasar
a
donde vayan
los
iremos a buscar”
-Canción
popular de las manifestaciones argentinas
1. La ausencia del Estado se parece mucho a una película de zombis. La película de Javier Milei acaba de empezar. En un solo día –a diez de su asunción– impuso un protocolo antiprotestas para impedir una marcha en conmemoración del estallido social de 2001. Habilitó a las fuerzas federales para que, entre otras cosas, detuvieran a personas que viajaban en transporte público bajo la presunción de ser manifestantes, una nueva y ocurrente carátula delincuencial. Más tarde, a las 21:00 horas, anunció por cadena nacional el envío de un decreto de necesidad y urgencia que contiene su plan maestro: derogar y modificar unas 300 leyes, pilares de la sociedad argentina en materia de derecho laboral, penal, comercial, y administrativo. En términos prácticos, un proyecto que retira al Estado de todos los sectores. En términos políticos, Milei se apropia de la potestad para crear y modificar las leyes a su gusto; una gestión de monarca.
En términos políticos, Milei se apropia de la potestad
para crear y modificar las leyes a su gusto; una gestión de monarca
La
reacción popular fue inmediata. El ruido de las cacerolas empezó a bajar desde
los edificios antes de que el discurso –grabado– llegara a su fin. El sonido
metálico lanzado al cielo, la batiseñal de la clase media, convocaba a la
calle. Las esquinas de las avenidas más importantes de todos los barrios, de
las principales ciudades del país, se taponaron de gente. En Buenos Aires
marcharon sin órdenes ni dirección. Una reacción explosiva, la confianza en las
masas. El destino implícito, obvio, anclado en la historia de una sociedad que
defiende sus derecho con el cuerpo, orientaba –silencioso– el punto de
encuentro. En estas circunstancias no hay un grito que ponga orden o induzca el
camino. En la calle, en estas calles, simplemente se va. O a la Plaza de Mayo o
al Congreso. Esta vez fue al Congreso, donde el Gobierno deberá pasar con éxito
su DNU si quiere seguir en pie. O no. Y en el Congreso, colgados de las rejas,
rodeándolo, permanecieron hasta la madrugada miles y miles de personas que
gritaron muchas canciones en contra de Milei, en contra de sus políticas. Todas
con un sólo objetivo: no pasarán.
2. Salud y educación públicas y gratuitas; derecho
a la protesta; leyes laborales, empresas estatales. ¿Cuánto será el precio a
pagar por haber desafiado el destino pactado entre las bambalinas celestiales
del mercado? La población –ahora–, abandonada a la metafísica de la libre
empresa. En una catástrofe ambiental como el tornado que esta semana dejó 13
muertos y 14 heridos graves en Bahía Blanca, adonde el presidente se acercó y
dijo: “Arréglense con sus propios recursos”. Podría ser un cura diciendo
“hermanos, confíen, dios proveerá”. O en el mundano acto de alimentarse, donde
el azote de la devaluación y la inminente hiperinflación generaron una
desesperación preapocalíptica. La incertidumbre de una pandemia. ¿Cuánto puede
durar el encierro? ¿Cuánto puede durar el aumento de precios? ¿15 días, 6
meses?
Esta semana un tornado dejó 13 muertos y 14 heridos
graves en Bahía Blanca, adonde el presidente se acercó y dijo: “Arréglense con
sus propios recursos”
Cada
día que pasa, el Gobierno de Milei ratifica con fuerza el método con el que
planea regir los próximos años; ajuste, represión social, depresión productiva.
Todo sostenido en la mitología liberal. Los dioses lucharán por el bien de la
humanidad. Habrá que rezar, soportar la crueldad divina, hacer las ofrendas
necesarias. Quizá una vida. Quizá muchas. La inflación no avanza pareja,
homogénea. Lo hace como un virus, que contagia en zonas pero de manera
aleatoria, arbitraria, sin sentido.
Hoy
es sábado al mediodía. La fila del supermercado llega hasta la puerta y dobla
unos metros por la vereda. Es un bazar chino, de esos que en Buenos Aires
aparecen en muchas calles, en cualquier avenida, en todos los barrios. El
producto que en un chino está a un precio, en el chino de la vuelta puede estar
un 20 por ciento más caro. O un 40 por ciento. O un 5 por ciento.
Los
chinos tienen dos atributos que los suelen hacer imbatibles: el mejor precio,
el horario más extendido. La devaluación del presidente Milei arrasó con el
primero. La última semana –la primera de este gobierno– los chinos dejaron de
reponer mercadería para reponer precios. Una celeridad de aumentos hace
desvanecer los productos de las manos. Parece que lo estás comprando. Ya casi
lo tenés, pero no. La angustia de no poder comprar las mismas cosas que el mes
anterior y, aún así, saber que será peor el próximo mes, genera una aceleración
desesperante que lleva –en el mejor de los casos– a acumular mercadería como si
la bomba estuviese a punto de caer. Y caerá.
Mientras
tanto, en este supermercado chino del barrio de Almagro, un repositor se
solidariza y susurra:
–Apurate,
hoy a las cuatro remarcan todos los precios.
Pienso
en agarrar dos botellas de vino. Un aceite de oliva. Un queso. Un paquete de
pistachos. Pero me arrepiento. No tiene sentido. Tengo que planificar para
ganarle al tiempo. Estamos en una pandemia inflacionaria. Cualquier cosa que
toque, en unos días, va a valer el doble. O el triple. Vuelvo a mi casa.
Rápido, desesperado. Con miedo a que justo en esos 10 minutos, el chino se de cuenta
y remarque todo a una velocidad, justamente, inflacionaria. Agarro una mochila,
plata en efectivo –toda la que tengo– y regreso al supermercado. No se me va el
miedo hasta que vuelvo a ver que los precios son los mismos. Lleno la mochila
con muchas botellas de vino, varios quesos, varias cajas de pistachos, un par
de botellas de oliva, papel higiénico, tabaco. Pago y me voy con una sensación
de perseguido. ¿Se darán cuenta que pagué menos que en otros chinos? ¿Me quedé
corto, debería haber comprado más? ¿Cuántos días voy a resistir con esta
compra? Paso el dato a otros amigos con la clave del repositor.
–Vayan
al chino de Hipólito Yrigoyen, todavía no aumentó. Pero vayan ya mismo.
Hoy a las cuatro de la tarde aumentan.
En
pocas horas, mis amigos me mandan la foto de la góndola de vinos vacía.
Ahora
me siento en una calma pero es extraña, ficticia, incómoda. Ya está. Pueden
tirar la bomba.
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