SÁNCHEZ Y LA TUNA DE SALAMANCA
La sesión de control ha dejado
poco más que lo de siempre, que es cada vez menos lo de siempre. Cuando el
punto de partida es la destrucción de España, cada acto de normalidad
institucional debilita ese punto de partida
GERARDO
TECÉ
El presidente del Gobierno,
Pedro Sánchez, informa del balance de la Presidencia española del Consejo de la
UE en el Congreso. / Congreso de los Diputados
Sesión de control al Gobierno. El presidente Pedro Sánchez acude al Congreso para hacer balance del semestre de presidencia española al frente de la Unión Europea. Lo de hoy será el primer intercambio de golpes dialécticos de la legislatura con Alberto Núñez Feijóo, ese señor cuyo mote parlamentario acabará siendo don Récord Guiness, ya que sigue asegurando ser el primer político de la historia en renunciar a ser presidente pudiendo serlo. Tal y como marca la agenda del día –balance de la presidencia semestral española de la UE– Sánchez sube a la tribuna y se dedica a hacer balance de la presidencia semestral española de la UE. En tiempos de incertidumbre, que a veces suceda lo que se anuncia que va a suceder está muy bien. Imaginen que son ustedes invitados al baile de navidad al colegio de su sobrina y, al llegar, se encuentran con una reunión de tunas de la Universidad de Salamanca y ni rastro de sobrinas.
El balance de
Sánchez es, como de costumbre, triunfalista. Si hacemos caso de su discurso
podríamos decir que, tras seis meses al mando europeo, el mundo nos debe la
próxima entrada de Ucrania a la Unión, un acuerdo histórico –¿?– en la cumbre
por el clima y la primera ley de Inteligencia Artificial. De nada, mundo.
Inmerso en el análisis internacional, dejó Sánchez un titular que, dicho en el
Congreso, gana peso, perdón por el pareado. La cámara de representación de los
españoles, más temprano que tarde, deberá apoyar la creación de un Estado
palestino, aseguró el presidente, arrancando los aplausos de la mayoría de los
partidos que apoyaron su investidura. A ver si es verdad. Tras Sánchez, turno
para Feijóo vestido de tuno de la Universidad de Salamanca. Sus primeras
críticas de la presidencia semestral española al frente de la UE tienen que ver
con Bildu, las segundas con Puigdemont y las terceras con Bildu otra vez. Tras
corear la bancada de la derecha clavelitos de mi corazón, éxito de ayer, hoy y
siempre, encontró Feijóo un rato para analizar la presidencia europea de
Sánchez: un desastre. El caos. No ha roto Europa y parte de la placa tectónica
euroasiática porque no le han dejado una semana más al mando. Sobre el debate
parlamentario sobrevuela la próxima reunión entre el presidente y quien decidió
no ser presidente. Cuando todo indicaba que Feijóo apuntalaría su brillante
carrera por el Guiness convirtiéndose también en el primer líder de la
oposición que deja plantado al presidente cuando éste lo invita a reunirse en
Moncloa, parece que el gallego recula en su negativa de compartir espacio
físico con el monstruo que ha permitido que Bildu organice los Sanfermines de
Pamplona el próximo verano. Finalmente acudirá a la cita. Eso sí, las
condiciones las pone él. Generará cierto ruido que quien ganó las elecciones se
reúna con quien gobierna el país de la mano de ETA, así que, para minimizar el
impacto mediático, la reunión tendrá que ser el viernes 22, día copado por el
sorteo de la lotería de navidad. Sánchez acepta la fecha y, aunque no lo dice
en la tribuna, recuerda para sus adentros que le ha tocado el Gordo con esta
oposición. No es la única condición. El orden del día lo pondrá Feijóo y la
reunión será en el propio Congreso y no en La Moncloa. Como dicen los libros de
autoayuda, cuando un hombre quiere cumplir sus sueños –y los de Feijóo son no
pisar en su vida La Moncloa– nada ni nadie podrá detenerlo.
Turno para Abascal
en lo que era, tal vez, el momento más incómodo del bolo parlamentario. La
imagen del jefe de Vox escuchando desde su escaño las intervenciones de un
golpista, de algún modo, lo hacen cómplice de la dictadura sanchista. ¿Esto es
lo que nos queda de la España de bien? ¿Nos dan un golpe de Estado en nuestra
puñetera cara, el golpista nos convoca para hablarnos de la presidencia
semestral europea y allá que vamos a esperar nuestro turno de intervención
sentaditos en nuestro escaño? En fin. La intervención de Abascal, al contrario
que la de Feijóo, sí contuvo trazas de baile de navidad de la sobrina. Culpó a
Sánchez de que nos comen los moros, en Europa nos comen los moros. Y, la
verdad, se agradece que, sumiso a los dictados de la dictadura socialcomunista,
don Santiago se ciñera al orden del día, que era hablar de Europa. En ese
sentido, el líder de la ultraderecha española, que carece del peinado
espectacular necesario para optar al poder como Trump, Milei o el holandés
Wilders –qué fantasía capilar–, hizo oposición constructiva a nivel europeo,
recordándole al presidente español que es amigo de los terroristas de Hamás y
que, después de su presidencia, ha destrozado tanto a España que ni los guiris
quieren ya saltar desde nuestros balcones. En su reflexión más polémica, quien
comparase durante la sesión de investidura a Pedro Sánchez con Adolf Hitler ha
acusado al presidente de banalizar el nazismo. Se refería don Santiago Pelo
Simple al rifirrafe mantenido en Estrasburgo, sede del Parlamento Europeo,
entre Sánchez y el alemán Weber, líder del Partido Popular Europeo. Ese momento
en el que Sánchez, explicando los pactos entre Feijóo y la ultraderecha hizo un
símil: ¿se imagina usted pactar en Alemania con quienes quieren que las calles
lleven los nombres de los dirigentes del Tercer Reich? Hace bien Abascal en
indignarse con la comparación. Y hace mucho mejor no consultando entre los
militantes de Vox si estarían a favor o en contra de homenajear en nuestro
callejero a los compañeros alemanes.
La sesión de
control de hoy ha dejado poco más que lo de siempre, que a su vez es cada vez
menos lo de siempre. Me explico. Cuando el punto de partida es la destrucción
de España a manos de una tiranía amiga de terroristas, cada nuevo acto de
normalidad institucional debilita y agota ese punto de partida. A Sánchez le
basta con hablar de necesidad de diálogo y de futuro. En la agenda de la
derecha sólo cabe seguir gritando por las perdidas elecciones pasadas. Que el
reloj de la política nunca jamás se detenga es el mejor cómplice de Sánchez y
el peor enemigo de una España de bien, incapaz de salir del grito ETA-Cataluña
en el que lleva atrapada desde la victoria de Zapatero. Cada día con menos
éxito.
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