ORTEGA SMITH Y LA MULA SAJONA
Una
sociedad plural y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a
otros. Reconocer es saber convivir
PACO
CANO
Ortega Smith, durante el pleno del Ayuntamiento del 22 de
diciembre. / Ayuntamiento de Madrid
A Perón le gustaba contar la anécdota de aquel mariscal de Sajonia que tenía una mula que, según él mismo, a pesar de haberle acompañado en más de diez campañas, no sabía nada de estrategia. Para el mariscal, muchos generales, que también lo habían acompañado durante ese tiempo, sabían lo mismo que la mula. El presidente argentino completaba la historia diciendo que hay políticos que, por muchos años que lleven ejerciendo, no tienen ni idea de lo que es la política, ni la tendrán.
Es lo que le pasa a
Ortega Smith. Habrá entrado en política, pero la política no ha entrado en él.
Y ya no lo va a hacer. Su terquedad chusquera, su actitud agresiva y su
matonismo le convierten en la mula sajona: jamás sabrá de política ni valdrá
para ella. Es el momento de que alguien le retire –o de retirarte tú mismo si
tuvieras algo de dignidad, Javier–, pero, al igual que los acosadores de patio
de colegio, Ortega cuenta con la connivencia de quienes callan y otorgan; Borja
Fanjul y Abascal por ese orden. Y, por supuesto, con la de todos aquellos que
se identifican con la inclusión de la vida fascista en nuestra cotidianeidad,
normalizando y justificando la violencia. Un pensador liberal, antimarxista y
antiutópico decía que para construir una sociedad tolerante –aunque suene
condescendiente– había que ser intolerante con la intolerancia. La máxima
expresión de esa intolerancia es la destrucción o el sometimiento del otro. A
eso juega Ortega, pero ni pedirá perdón, ni reconocerá a Rubiños como su igual.
Reconoce.
La justificación de
la violencia y la necesidad del aniquilamiento del otro son los parapetos
mentales que ha tenido que construirse Josu Urrutikoetxea para seguir viviendo,
según nos muestra el docu-entrevista de Évole. El documental es estupendo y a
quienes pusieron el grito en el cielo, porque podía blanquear la figura de
Ternera, les da un tapabocas. De hecho, se percibe algo tramposo en el montaje
y en la propia concepción de la entrevista para que eso no ocurra.
Una sociedad plural
y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a otros. Reconocer
es saber convivir
Ante algunas
respuestas, Évole prepara el terreno –y a todos nos brota la siguiente
pregunta– para apelar a un sentimiento humanitario, a una defensa de la vida y
del diálogo, a una alternativa constructiva o a una oportunidad para el eros,
abriéndole a Urrutikoetxea un rendija por la que dejar escapar cierta culpa o
un destello de humanidad, pero Évole se autocensura, con intención, y solo
permite que aflore la pulsión defensiva de un terrorista que, seguramente,
esconde una culpa tan honda y pesada que ha construido un sistema psicológico
de trincheras para encapsularla. Cuando desvía responsabilidades, cuando habla
de la cúpula de ETA despersonalizándola, cuando justifica errores, cuando culpa
a la policía por ineficaz ante sus advertencias e, incluso, cuando sonríe en
una foto junto a sus hijos a la salida de la cárcel, se percibe que ha
pertrechado su vida de casamatas para no reconocer el sinsentido de su
existencia. Reconocer.
Isabel Díaz Ayuso
también pretende el sometimiento y menoscabo del otro. En su caso, el de las
personas trans y del colectivo LGTB+ en general. Madrid nivel Rusia. Ayuso,
cual febril Putin, pretende eliminar los derechos adquiridos tras años de
lucha, devolver a parte de los madrileños y madrileñas a la sombra legal y
médica, regresar a la opresión y proponer terapias de los años de las cavernas.
La presidenta mesetaria exhibe su incapacidad para la convivencia, su
insuficiencia para lo político y agita a los matones para potenciar el acoso,
el señalamiento y la agresión en calles y colegios ¿Qué miedos oculta Ayuso,
como si fueran su expediente académico, con estas derogaciones? ¿Qué odios le
lleva a subvertir los derechos humanos y a cuestionar la Constitución por no
reconocer a quien siente distinto? Reconocer.
Construimos nuestra
identidad mediante los otros, aunque ello ponga en cuestión nuestras certezas,
nuestros centros
Reconocer es una
palabra mágica, sanadora. Reconocer combina su significante palindrómico (se
lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda) con la
bidireccionalidad de su significado. Reconocer es un ejercicio, formal y
semántico, de ida y vuelta. Una palabra que funciona como un doble espejo. Una
sociedad plural y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a
otros. Reconocer es saber convivir, por eso sana.
Esto vale para
Ortega Smith, para Urrutikoetxea, para Ayuso, para esos periodistas que se
levantan cada mañana con la única idea de erosionar la convivencia difamando e
insultando, para quien menosprecia a quien friega escaleras o para esos
maltratadores que creen que les corresponde más derechos por naturaleza sin
reconocer sus carencias y complejos.
Lo político es el
reconocimiento. Reconocer que la violencia está fuera de juego en una sociedad
democrática
El reconocimiento
lo que propone es evidenciar la intersubjetividad, la fructífera dependencia
del colectivo. En la dialéctica del amo y el esclavo, Hegel señala una relación
entre iguales, porque ambos se necesitan. El amo necesita al esclavo para ser
reconocido como tal y, en esa dependencia, pierde el señorío. Construimos
nuestra identidad mediante los otros, aunque ello ponga en cuestión nuestras
certezas, nuestros centros. Así se quiebra la base de todo individualismo, que
es lo antagónico a lo político.
Lo político es el
reconocimiento. Reconocer que la violencia está fuera de juego en una sociedad
democrática y que, por lo tanto, Ortega Smith debe dimitir y Ternera pagar sus
penas en la cárcel. Lo político es reconocer los derechos de los demás. Lo político
es reconocer que España es un país plurinacional –aunque la Constitución al
hablar de nacionalidades solo quisiera hacer referencia a lo cultural– y
respetar esa diversidad. Lo político es reconocer que gana las elecciones quien
consigue mayoría a través de consensos y diálogo (España, Pamplona,
¿Barcelona?). Esta utopía viable, todo esto tan político, solo describe un
reconocimiento aún imperfecto; para alcanzar un reconocimiento igualitario nos
quedan aún muchos capítulos.
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