sábado, 30 de diciembre de 2023

ORTEGA SMITH Y LA MULA SAJONA

ORTEGA SMITH Y LA MULA SAJONA

Una sociedad plural y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a otros. Reconocer es saber convivir

PACO CANO

Ortega Smith, durante el pleno del Ayuntamiento del 22 de

diciembre. / Ayuntamiento de Madrid

A Perón le gustaba contar la anécdota de aquel mariscal de Sajonia que tenía una mula que, según él mismo, a pesar de haberle acompañado en más de diez campañas, no sabía nada de estrategia. Para el mariscal, muchos generales, que también lo habían acompañado durante ese tiempo, sabían lo mismo que la mula. El presidente argentino completaba la historia diciendo que hay políticos que, por muchos años que lleven ejerciendo, no tienen ni idea de lo que es la política, ni la tendrán.

 

Es lo que le pasa a Ortega Smith. Habrá entrado en política, pero la política no ha entrado en él. Y ya no lo va a hacer. Su terquedad chusquera, su actitud agresiva y su matonismo le convierten en la mula sajona: jamás sabrá de política ni valdrá para ella. Es el momento de que alguien le retire –o de retirarte tú mismo si tuvieras algo de dignidad, Javier–, pero, al igual que los acosadores de patio de colegio, Ortega cuenta con la connivencia de quienes callan y otorgan; Borja Fanjul y Abascal por ese orden. Y, por supuesto, con la de todos aquellos que se identifican con la inclusión de la vida fascista en nuestra cotidianeidad, normalizando y justificando la violencia. Un pensador liberal, antimarxista y antiutópico decía que para construir una sociedad tolerante –aunque suene condescendiente– había que ser intolerante con la intolerancia. La máxima expresión de esa intolerancia es la destrucción o el sometimiento del otro. A eso juega Ortega, pero ni pedirá perdón, ni reconocerá a Rubiños como su igual. Reconoce.

 

La justificación de la violencia y la necesidad del aniquilamiento del otro son los parapetos mentales que ha tenido que construirse Josu Urrutikoetxea para seguir viviendo, según nos muestra el docu-entrevista de Évole. El documental es estupendo y a quienes pusieron el grito en el cielo, porque podía blanquear la figura de Ternera, les da un tapabocas. De hecho, se percibe algo tramposo en el montaje y en la propia concepción de la entrevista para que eso no ocurra.

 

Una sociedad plural y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a otros. Reconocer es saber convivir

 

Ante algunas respuestas, Évole prepara el terreno –y a todos nos brota la siguiente pregunta– para apelar a un sentimiento humanitario, a una defensa de la vida y del diálogo, a una alternativa constructiva o a una oportunidad para el eros, abriéndole a Urrutikoetxea un rendija por la que dejar escapar cierta culpa o un destello de humanidad, pero Évole se autocensura, con intención, y solo permite que aflore la pulsión defensiva de un terrorista que, seguramente, esconde una culpa tan honda y pesada que ha construido un sistema psicológico de trincheras para encapsularla. Cuando desvía responsabilidades, cuando habla de la cúpula de ETA despersonalizándola, cuando justifica errores, cuando culpa a la policía por ineficaz ante sus advertencias e, incluso, cuando sonríe en una foto junto a sus hijos a la salida de la cárcel, se percibe que ha pertrechado su vida de casamatas para no reconocer el sinsentido de su existencia. Reconocer.

 

Isabel Díaz Ayuso también pretende el sometimiento y menoscabo del otro. En su caso, el de las personas trans y del colectivo LGTB+ en general. Madrid nivel Rusia. Ayuso, cual febril Putin, pretende eliminar los derechos adquiridos tras años de lucha, devolver a parte de los madrileños y madrileñas a la sombra legal y médica, regresar a la opresión y proponer terapias de los años de las cavernas. La presidenta mesetaria exhibe su incapacidad para la convivencia, su insuficiencia para lo político y agita a los matones para potenciar el acoso, el señalamiento y la agresión en calles y colegios ¿Qué miedos oculta Ayuso, como si fueran su expediente académico, con estas derogaciones? ¿Qué odios le lleva a subvertir los derechos humanos y a cuestionar la Constitución por no reconocer a quien siente distinto? Reconocer.

 

Construimos nuestra identidad mediante los otros, aunque ello ponga en cuestión nuestras certezas, nuestros centros

 

Reconocer es una palabra mágica, sanadora. Reconocer combina su significante palindrómico (se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda) con la bidireccionalidad de su significado. Reconocer es un ejercicio, formal y semántico, de ida y vuelta. Una palabra que funciona como un doble espejo. Una sociedad plural y democrática se basa en reconocer que nos necesitamos unos a otros. Reconocer es saber convivir, por eso sana.

 

Esto vale para Ortega Smith, para Urrutikoetxea, para Ayuso, para esos periodistas que se levantan cada mañana con la única idea de erosionar la convivencia difamando e insultando, para quien menosprecia a quien friega escaleras o para esos maltratadores que creen que les corresponde más derechos por naturaleza sin reconocer sus carencias y complejos.

 

Lo político es el reconocimiento. Reconocer que la violencia está fuera de juego en una sociedad democrática

 

El reconocimiento lo que propone es evidenciar la intersubjetividad, la fructífera dependencia del colectivo. En la dialéctica del amo y el esclavo, Hegel señala una relación entre iguales, porque ambos se necesitan. El amo necesita al esclavo para ser reconocido como tal y, en esa dependencia, pierde el señorío. Construimos nuestra identidad mediante los otros, aunque ello ponga en cuestión nuestras certezas, nuestros centros. Así se quiebra la base de todo individualismo, que es lo antagónico a lo político.

 

Lo político es el reconocimiento. Reconocer que la violencia está fuera de juego en una sociedad democrática y que, por lo tanto, Ortega Smith debe dimitir y Ternera pagar sus penas en la cárcel. Lo político es reconocer los derechos de los demás. Lo político es reconocer que España es un país plurinacional –aunque la Constitución al hablar de nacionalidades solo quisiera hacer referencia a lo cultural– y respetar esa diversidad. Lo político es reconocer que gana las elecciones quien consigue mayoría a través de consensos y diálogo (España, Pamplona, ¿Barcelona?). Esta utopía viable, todo esto tan político, solo describe un reconocimiento aún imperfecto; para alcanzar un reconocimiento igualitario nos quedan aún muchos capítulos.

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