¿PODEMOS HABLAR DE ABUSOS SEXUALES
POR PARTE DEL ESTADO?
PATRICIA ARANGUREN
Hace unos años salían a la luz varios casos de mujeres en el Reino Unido cuyos maridos, algunos incluso padres de sus hijos, eran policías infiltrados. Ellas, activistas medioambientales. La justicia reconoció que era ilegal y que vulneraba derechos fundamentales que un agente infiltrado mantuviese relaciones sexoafectivas con activistas.
Que los policías se infiltren en nuestras asambleas no es nada nuevo. Sabemos que pasa, pero escogemos ignorarlo. No le prestamos demasiada atención, porque hacer activismo desde la sospecha sería insoportable.
Sabemos que pasa y que no puede
pasar. No puede pasar porque la ley no lo ampara, solo ampara estas prácticas
para casos muy concretos: terrorismo, crimen organizado y tráfico de
estupefacientes. Pero nosotras estamos hablando de activistas ecologistas, de
asambleas de barrio, de sindicatos de estudiantes, de gimnasios, cine fórums y
talleres de bicis autogestionados. Es el Estado controlando toda vida
organizativa con total impunidad.
Esta denuncia vuelve al debate
público gracias a las investigaciones de La Directa. Hace unos meses publicaban
la noticia de que un policía llevaba dos años infiltrado en el movimiento
independentista catalán, en el movimiento por la vivienda y en el movimiento
estudiantil.
Ahora destapan a un nuevo policía
infiltrado, Dani, que ha participado en espacios libertarios, asambleas
antirrepresivas y proyectos autogestionados de Barcelona durante más de tres
años.
Para acceder a estos espacios,
Dani mantuvo relaciones sexoafectivas con hasta ocho activistas. Con una de
ellas, la relación más larga, de un año.
Ocho compañeras estuvieron
saliendo o se acostaron con alguien que no existe, con alguien que el gobierno,
ese que dice proteger a las mujeres, había puesto ahí para algo.
No es como si alguien te engaña
sobre su equipo de fútbol o su estado civil. Realmente la persona con la que te
acuestas no existe y nunca ha existido.
En una relación en la que una
persona no es quien dice ser, el consentimiento y el deseo están viciados.
¿Podemos hablar de abusos
sexuales por parte del Estado? Yo creo que sí.
Es el Estado, con el gobierno más
progresista de la historia, son las instituciones públicas, el Cuerpo Nacional
de Policía, el Ministerio de Interior quienes favorecen esas violaciones.
Es el uso de los cuerpos de las
mujeres, de nuestros deseos y nuestras vidas, de nuestra intimidad y nuestra
vulnerabilidad, de nuestros proyectos y nuestras esperanzas, como mecanismo de
control por parte del Estado. Instrumentalización sentimental y terrorismo
sexual pagados con dinero público.
Y no se puede jugar así con las
vidas de la gente.
Participar en la vida asociativa
de nuestros barrios, creer en un futuro político mejor y organizarnos para
ello, pelear por la justicia social para todas en todas partes no puede
exponernos a este tipo de abusos por parte del Estado.
Cuando participamos en un espacio
político lo hacemos sabiendo que es un lugar de afinidad. En la afinidad caben
los disensos, caben las discusiones, caben el hartazgo, las malas formas y la
reparación. Caben porque se colocan bajo el prisma de la confianza de que todas
estamos ahí por lo mismo: porque queremos cambiar el mundo, porque queremos
cambiar el sistema, porque queremos cambiar todas las relaciones de poder que
generan desigualdad e injusticia.
La confianza y la implicación que
experimentamos en los vínculos que establecemos dentro de las militancias van
más allá de la que podemos establecer en otras relaciones. Compartimos
proyectos a gran escala, ponemos el cuerpo juntas, dependiendo unas de otras,
confrontamos al Estado, al sistema y a lo que haga falta sabiéndonos juntas.
Por eso nos queremos.
Y no es algo que debamos
plantearnos, si es buena idea o no implicarnos a estos niveles con nuestras
compañeras, pues es esa una de nuestras fortalezas.
El miedo a que tu compañero de
asamblea pueda ser un infiltrado destruye esa confianza que necesitamos para
seguir juntándonos con otras. ¿Qué hacemos? ¿Volvemos a la marginalidad, a los
tiempos de hacer política en secreto, a no confiar en quien acaba de llegar? ¿O
seguimos con las asambleas abiertas y las comisiones de bienvenida, celebrando
que cada día somos más, a costa de ser más vulnerables?
¿Cómo generamos las herramientas
para seguir organizadas de manera abierta y horizontal sin que el sistema
pervierta la afinidad y la confianza mutua?
Al Estado: queremos reparación,
queremos saber dónde más está pasando y queremos que cese ahora y para siempre.
A los policías infiltrados: os va
a faltar planeta para esconderos.
A mis compañeras: sigamos
organizadas porque por mucho que lo intenten nunca llegarán a controlar la
digna rabia de quiénes peleamos contra todo lo que está mal.
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