sábado, 4 de septiembre de 2021

REGISTRO DE LA HISTORIA

 

REGISTRO DE LA HISTORIA

Eduardo Sanguinetti, filósofo y poeta.

Imposible narrar la historia como una secuencia lógica, por ser incomprensible y por ende no narratizable, el texto deberá acudir a un metalenguaje que le permita acceder a la narratividad de lo histórico, pero desde el revés de la trama.

Desde lo que oculta quién construye la historia oficial, tan degradada en su fin de eliminar toda significación y significación en los actos llevados a cabo por quienes sostienen los principios éticos de liberación y de igualdad, de dignidad y de verdad, conectada con la necesidad de encontrar respuestas legítimas a una historia presente conflictiva y confusa ante la fatal penetración de la información en formato “fake news”, a la que se abandonan las masas hipnotizadas, sin oponer la menor resistencia ante la concreción totalitaria del proceso escatológico del que son víctimas: el sueño de una conductividad absolutamente excremencial.

 

Hasta finales del pasado siglo, parecía existir una suerte de consenso en cuanto a que a esta relación era directa: la historiografía podía dar cuenta de lo real mediante el relato objetivo de los hechos desnudos, en antípodas a la historia triunfalista e incuestionable, que de inmediato debería ser desplazada por una historia cargada de fracasos, mentiras y traiciones, ocultados y eliminados por los adalides del fraude y lo falaz, una descolonización de lo social, servidumbre voluntaria a escala mundial, en relación con la existencia de un totalitarismo de extrema derecha, que lo ha tomado todo.

 

Pero en los últimos decenios la historiografía misma se ha encargado de poner en duda este acuerdo denunciando la "ilusión referencial" y generando otros modos de hacer historia, desde la periferia, evadiendo el núcleo que convocaría al interés de construir historia, deviene un peligro para las democracias occidentales, en franco proceso de desaparición, ante la presencia de una ultraderecha de tintes neo-nazis, que pretende representar valores profundos, pero por simple tradición, jamás por decreto moral e histórico de la razón.

 

En esa arbitrariedad es donde la derecha, incluso cuando apela simuladamente a los valores morales, encuentra la inmoralidad al pretender gobernar, obstaculizando el ejercicio del poder: una hipocresía tradicional, aspiracionista a lo moral, absolutamente inmoral.

 

En consecuencia, el juego entre ficción e historia, entre la voz y la escritura que trata de registrar una "realidad", tendría como finalidad brindar otra versión de la historia y poner de manifiesto las diversas lecturas e interpretaciones a las que puede ser sometida, sea por la violencia o por la infiltración de repertorios.

 

El conocimiento sobre el pasado, incluso reciente, que no puede ser independiente de las configuraciones del presente, implica por una parte, reconocer que toda narración histórica es siempre selección, y esta es siempre histórica, es decir, determinada por la sociedad y la época desde la cual narra, y también aceptar que el presente de la narración histórica es siempre posterior y omnisciente con respecto a los hechos narrados, que impide proponer al lector la "otra" historia, la de los vencidos, la de los sometidos, la de los silenciados o ¿ha existido alguna razón para que estos 'mártires' del sentido no hayan elegido la libertad?

 

Lo narrado implica la constitución de un campo historiográfico en el cual se libran luchas simbólicas por la legitimidad de las visiones y divisiones del mundo social. Así, cualquiera sea el régimen de enunciabilidad propuesto y sostenido en el momento en que se narra.

 

Las lecturas del pasado tenderán a construir tradiciones, ya que todo movimiento renovador empieza en una revisión de la historia como construcción de una genealogía, en este tiempo de opresión consentida, tanto por determinación política y paradoja del poder dictatorial, donde se incuban sin dudas, sociedades a temperatura cálida, a falta de libertad, de libertinaje sexual y cívico.

 

De este último punto - el conocimiento del pasado -, se desprende el segundo aspecto que me interesa plantear: la relación entre el saber y lo real.

 

En este caso el lenguaje se constituye en el problema eje. Si se toma el lenguaje como tamiz, no sólo el saber histórico, sino todo el saber en general, pero sobre todo las ciencias sociales y humanas cambian el estatuto de su relación con lo real.

 

El lenguaje aparece ya no sólo como medio de comunicación, sino como determinante en la construcción de tal relación, e incluso como constituyente mismo de la subjetividad, eliminada hoy por el poder neoliberal, frío y razonado para terminar de una vez por todas con todo tipo de disidencia.

 

Nietzsche sostiene que el ser humano es tal en la medida en que puede usar el pasado para el presente y llama "hombre histórico" a aquel cuya visión del pasado lo conduce al futuro, lo alienta a perseverar en la vida y le da esperanzas en la justicia por venir.

 

Ese "hombre histórico" creía que el significado de la existencia sería más claro en el curso de su evolución, mirando hacia atrás sólo para comprender el presente y estimular su anhelo por el futuro.

 

El ser humano debía interrogar el pasado sin remordimientos, juzgarlo y condenarlo, en la medida en que la injusticia haya privado... debía tener la fuerza para romper el pasado, pero también aplicarlo para vivir... desgraciadamente esa libertad, pronto terminará bajo todas sus formas... vivir dependerá de una sumisión absoluta a reglas y disposiciones rigurosas que no será posible transgredir, a menos que disciplinariamente el hombre decida romper con este presente, sin dar margen a ninguna ventaja simbólica y hacerse de los beneficios clandestinos de los que nos despojaron... y? Sólo la paradoja puede terminar con las ortodoxias del milenio, sólo la ironía puede terminar con el paraíso.

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