NAZIS POR LA CALLE Y EL GOBIERNO
NO TE PROTEGE
STÉPHANE M. GRUESO
Comienzo estas reflexiones con algo muy poco propio de estos espacios de opinión: reconocer qué no sé cómo hay que manejar una situación como la que vivimos en la manifestación neonazi del pasado sábado.
La cosa tiene su miga, sí. Pero vamos por partes. Hay varias cosas en las que estaremos de acuerdo, espero:
Nadie que sale a la calle a protestar lo hace por gusto o afición. Lo hace porque cree que hay que hacerlo, y muchas veces en defensa de los derechos de otros. Seguro que todas y cada una de esas personas preferirían estar con sus seres queridos o jugando a la consola, da igual. A veces, se sale para dañar a gente. Eso sucede.
También estaremos
de acuerdo, o por lo menos la Constitución lo está, en que el derecho de
reunión y de manifestación son sagrados. De hecho, el Artículo 21 dice que sólo
se puede prohibir manifestaciones en las que se porten armas o haya violencia.
También dice que no hay que pedir permiso para ejercer este derecho, sólo
comunicarlo. Espero también que coincidamos en que en general es muy mala idea
prohibir manifestaciones, como tan bien expuso Ana Pardo de Vera en estas
mismas páginas.
Más cosas en las
que estar de acuerdo: estos derechos fundamentales los tenemos todos. Sí, ellos
también, por mucho que nos disguste su pensamiento.
Coincidirá conmigo
el lector igualmente en que no hay derecho a estar en tu casa o tu barrio y que
unas personas aparezcan (algunos con palos o un puño americano) gritando cosas
como: "¡Fuera maricas de nuestros barrios!" "¡Fuera sidosos de Madrid!",
palabras que parecen que están sacadas de los ejemplos que vendrían anexos al
artículo 510 del código penal, sí, el que tipifica el delito de odio. Si gritar
eso no es delito de odio, no sé qué lo es.
¿Qué hacemos
entonces en una situación así? ¿Cómo se tienen que comportar las fuerzas del
orden? Os puedo contar lo que se ha hecho en otras ocasiones en multitud de
situaciones bastante menos violentas, por cierto.
En los diez últimos
años, que coinciden con mi presencia en las calles de Madrid como un
manifestante más, he visto muchas cosas. Muchas. No he llegado a ver ‘naves de
ataque en llamas más allá del hombro de Orión o rayos-C brillar en la oscuridad
cerca de la Puerta de Tannhäuser’, pero sí que he visto a mujeres, niños,
personas mayores y discapacitados siendo arrollados y golpeados por la Policía
en desahucios, a trabajadores vestidos de muñecos de dibujos animados (de los
que se hacen fotos en Sol) corriendo despavoridos, a personas cuya forma de
protesta era sentarse en el suelo en una vía pública barridos a hostiazos,
pelotazos de goma a tutiplén lanzadas desde una furgoneta en movimiento, o a un
grupo de jóvenes skaters que esperaban en un cine en Callao a entrar en un evento
y se encontró con una carga policial que les barrió de la faz de la tierra.
¿Significa esto que
la Policía debería haber pegado a los nazis el pasado sábado? Pues no, claro.
¿Deberían haber hecho algo más contundente que nada? Sin duda.
Pero, sobre todo,
¿sabéis lo que nunca he visto o, mejor dicho, nunca he oído? Pues declaraciones
como las de la Señora Delegada del Gobierno en Madrid, Doña María de las
Mercedes González Fernández, de la que hoy hemos escuchado frases cómo
"Ahí había mayores y niños, disolverla implicaba cargar contra ellos,
generar una batalla campal o un problema donde no lo había". Justificando
la inacción policial ante una teórica protección del viandante, que
prácticamente nunca antes se ha tenido en cuenta. No voy a entrar en las
cuestionables declaraciones (ya desmontadas por algún medio) de que los
organizadores "la engañaron" y se hicieron pasar por una organización
vecinal.
La Policía; la
Delegación del Gobierno, que les manda; y el Gobierno, es decir, los que te
tienen que proteger a ti y a mí, se borraron. Se quitaron de en medio.
¿Por qué lo hacen?
¿Por qué ante una manifestación fascista se ponen de perfil? Porque la derecha
democrática, esa que en el parlamento europeo se distancia de la ultraderecha
como si tuvieran la peste, esa que es capaz de votar a Macron para que no gane
LePen, esa que es aislada por Merkel, aquí, en el Madrid de la libertad se va
de cañas con ella. Ya no ocultan su odio y su xenofobia porque esa derecha de
la gaviota, perdón, del charrán, no muestra ningún pudor en mostrar su cercanía
con la ultraderecha de Abascal. Hace poco el propio Santiago decía en una
entrevista que era cercano a las ideas de Ayuso. Y no pasa nada. Gobiernan con
ellos en comunidades sin despeinarse. Ninguno dudamos que si son necesarios los
votos de Vox para gobernar los usarán sin ningún pudor e intercambiarán pines
parentales o supresión del aborto con tal de agarrar el poder. Todos los
políticos que coquetean con la ultraderecha, les dan espacio y voz, los
legitiman y son cómplices. Porque esos cavernícolas usan su derecho fundamental
a manifestarse para reclamar que les quiten derechos a otros, sin esconderse
porque saben que desde las instituciones los apoyan.
El odio se expresa
cuando no hay miedo a la represalia, porque la ultraderecha es cobarde hasta
que le dan espacios donde les aplauden y les dicen que son la voz de la mayoría
silenciosa.
Empezaba esta pieza
diciendo que yo no sé bien cómo manejar esta situación. Pero si eres delegada
del Gobierno en un sitio como Madrid, a lo mejor sí que tienes que saberlo,
tienes que saber que eres la delegada de todos los ciudadanos, de los
homosexuales y de los extranjeros también. Que evaporarte y desaparecer entre
excusas lamentables es legitimar el odio.
En este lamentable
caso, la Sra delegada es responsable. Si no lo es por sus acciones, lo es por
sus omisiones, pero sobre todo por sus discursos, la Señora delegada del
Gobierno -a mi entender- ha demostrado que no está a la altura y no sirve para
ese puesto. Que se vaya a su casa y deje sitio a otra persona capaz de
garantizar sus, tus, mis derechos fundamentales.
Y en cuanto a ti y
a mí, si nuestros gobiernos dimiten de su función de protegernos, si nos dejan
solos ante el innegable resurgimiento del fascismo, pues habrá que organizarse
y contestarlo. A mí me da miedo, pero estaré ahí.
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