INVIERNO VOLCÁNICO
JUAN LOSA
Una mujer fotografía el volcán de La Palma,
Aumenta la explosividad. Eso dicen los diarios y eso les reporto por aquí. Nuevas bocas de lava, el cono que anda maltrecho, profusión de piroclastos y un ligero tremor, que viene a ser como un tembleque minúsculo previo a la eyección. Eso dicen los vulcanólogos a expensas de que todo cambie. Que podría hacerlo. O no. Los que saben de movidas telúricas no descartan que mañana el volcán despierte sin fulgor en su cumbre ni tremor en su vientre. Dormido e impredecible. Convertido de nuevo en funesto augurio. Quién sabe. De momento ruge. De momento se alzó el telón y la cumbre flamea. De momento cámaras térmicas, drones y geólogos en prime time. De momento Pedro Piqueras junto a una lengua de lava. De momento especulación y subida de los alquileres ante la crisis habitacional.
El caso es que
chapoteando en primero de vulcanología me topé con el verano que nunca fue,
epígrafe que da título a un episodio ocurrido hace más de 200 años. En concreto
en 1816, cuando una brutal erupción en un islote indonesio llamado Sumbawa
generó el caos allende los mares. Un caos promovido por la ingente cantidad de
material volcánico lanzado a la atmósfera en forma de polvillo y ceniza que
derivó en lo que se conoce como invierno volcánico, o lo que es lo mismo, un
descenso de las temperaturas que arruinó cosechas y causó hambrunas en tierras
remotas. También afectó, aunque de aquella manera, a un grupito de ingleses de
buena familia que se encontraba veraneando en Ginebra. Pero lo que se antojaba
como una estadía plácida a orillas del lago Lemán terminó cerca de una
chimenea. Las lluvias intensas y el frío convirtieron en desapacibles aquellas
vacaciones, incluso para una expedición curtida en la pérfida Albión.
El esparcimiento no
era posible. De modo que cavilaron actividades indoor y dieron con la tecla; un
concurso literario. Debían concebir una criatura terrorífica. Ganó una tal Mary
Shelley con un tal Frankenstein. Quedó segundo un tal Byron con un vampiro
sediento de sangre. Cuentan los antropólogos que cada volcán entraña su
leyenda, un relato que nos habla de ascensiones y castigos, de devastación y
belleza. Como si su latido perverso escondiera el mal de un tiempo, lo
condensara y nos lo devolviera. En directo. Al minuto.
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