CASADO MENDIGA LIDERAZGO
DAVID BOLLERO
El
líder del PP, Pablo Casado. - EFE/J.J. Guillén
Del 27 de septiembre al 3 de octubre se celebrará la convención nacional del Partido Popular (PP) y Pablo Casado busca reafirmar, una vez más, su liderazgo. Hacía años, desde los inicios de Mariano Rajoy tras haber sido puesto a dedo por José Mª Aznar, que los de Génova no andaban tan descabezados. La irrupción de Isabel Díaz Ayuso en Madrid, a cuyo triunfo se ha tenido que aferrar Casado como parte de su respiración asistida, le dejan ese sabor agridulce de haber vendido el alma al diablo... y el diablo siempre cobra sus facturas.
El PP ha iniciado
fuerte el nuevo curso político, al menos internamente, puesto que las aguas en
las altas esferas vuelven a estar revueltas. Se precipitaba Ayuso con el
anuncio de su candidatura para liderar el PP madrileño -el congreso para ello
no tendrá lugar hasta el año que viene-, sin cosulta previa a su jefe como
demuestra que desde la dirección del partido no obtuviera su apoyo incondicional.
De hecho, Casado no tardó en mover ficha para tratar de desactivar ese frente,
achuchando al alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, que muy de perfil
se postuló como alternativa a Ayuso, poniendo además en valor a los actuales
gestores.
Si nos centramos en
la convención nacional del PP, ésta destila la naturaleza de los populares por
los cuatro costados, evidenciando una vez más que todo vale con tal de mantener
el poder. El secretario general del PP, Teodoro García Egea, confirmó ayer la
participación de Aznar y Rajoy en los actos del partido. Todo es poco con tal
de arropar a Casado, de vestirlo como el líder que en realidad no es.
Sin embargo, la
senda que recorre Casado con este movimiento puede llevarlo a un destino
indeseado. Después de haber renegado del legado de Rajoy hasta el punto de
poner en venta la sede de Génova, el presidente del PP confía su futuro al
expresidente del Gobierno; un cambio de postura, no exento de bilis
atragantada, que llega justo cuando la fiscalía vuelve a apuntar la
responsabilidad de Rajoy en la Operación Kitchen.
El de Casado no es
el único cambio de opinión: Aznar también está dispuesto a sacrificar de nuevo
su credibilidad con tal de darse un baño de multitudes que le ayude a seguir
estando en escena para soltar sus exabruptos disfrazados de análisis políticos.
Asumido que, en realidad, ya sólo es creíble para sus secuaces que le profesan
fe ciega, Aznar olvida los tiempos en los que tachaba a Casado de "líder
débil". El licenciado de Aravaca, por su parte, se encuentra en una
situación de autoridad tan endeble que haría sesiones de güija para buscar el
apoyo del mismísmo Manuel Fraga. Una lección de cómo mendigar liderazgo.
La pregunta es obvia: si Casado
no es capaz de gobernar su propio partido, ¿cómo aspira a llevar las riendas de
un país? La respuesta también es obvia: lo haría como lidera la oposición, de
manera muy precaria.
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