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ALQUIMIA DE FÍSICA POÉTICA
AGUSTÍN GAJATE
BARAHONA (*)
Cuando un lector abre las páginas de un libro siempre espera salir enriquecido con la experiencia: vivir situaciones que no va a poder disfrutar o padecer en el mundo real o acceder a conocimientos que pueden resultar necesarios o sorprendentes. Pero a un libro de poesía contemporánea se le debe exigir más. No se le pide, como en otras épocas, que sea música para nuestros oídos o imágenes plácidas para nuestras mentes. Se le reclama, pero también se le ruega e implora, que conmueva y transforme al lector: su manera de pensar, de sentir, de experimentar el entorno que cree que le rodea, de comprenderse como una parte ínfima e insignificante de un universo limitado, de abrir su mente a nuevas dimensiones por las que el ser humano debe transitar como si fluyera en forma de energía, pero por donde no puede viajar con un cuerpo de imperfecta materia. Este es el caso, en mi modesta opinión, de “Autogeografía”, el nuevo poemario de Julio Gil-Roldán Rodríguez, publicado de forma conjunta por las editoriales Aguere e Idea.
Todo en este
libro es excepcional, pero no casual. La primera singularidad es que nace en
“El azar de una calle cualquiera” (y viceversa), la primera obra impresa de
este autor y cuya difusión tuvo lugar cinco años atrás, en 2016. Este primer
libro físico de prosa poética el escritor ya advierte de sus propósitos desde
el primer texto: “Itinerario emocional por mis abismos. Y fronteras, (…) Migas
de pan dispersas por los rincones de mi memoria. (...)” Desde la palabra
inicial (“Mañana...”) el autor convierte el tiempo en materia, que en ojos
ajenos puede parecer incomprensible: “Puede pasar que, tras intentarlo una y
otra vez, tu paisaje no se adapte a mis nubes, o que mi silencio no sepa bailar
tu música (...)”. En este viaje sin pertrechos siente que “Me bailan furias en
el pecho, me abriga una manta de hielo. (…) Hoy he roto todas las reglas con
que mido las palabras (…).” Y también avisa: “No puedes luchar contra el tiempo
porque estás hecho de él, no puedes luchar contra ti porque llegado el momento
te dejarás ganar.”
Más adelante,
después de observarse desde su interior a través de sus emociones, lanza una
mirada a su alrededor y escribe: “No entiendo esa obsesión por elegir tu mejor
libro, la mujer que más quisiste, la canción que te marca... ¿Qué hago yo con
solo una pieza de un puzle inmenso? Nunca sabré cómo sabía lo que no supe
nunca. (…) Recuerda que las palabras son disfraces más o menos fieles de
inquietudes, pesares, euforias y universos que nunca conquistará el
diccionario. (…) Para los ojos vendados, la desnudez no existe. El pasado es
una pieza del futuro. Y no siempre encaja. No siempre a lo aprendido le llega
el momento de descubrirse, no siempre lo que perdiste se perdió del todo.”
El tiempo,
aparentemente invisible pero siempre implacable, va palabra a palabra modelando
los textos de Julio Gil-Roldán Rodríguez como una gota de agua persistente pule
con dulzura a la piedra más densa, dura y rígida: “Contarte, por ejemplo, que
estamos solos al nacer, y solos al morir, aunque estemos rodeados. ¿Conoces esa
nostalgia de las cosas que aún están aquí, al echarlas de menos sin que se
hayan ido?” Luego, ¿aclara o confunde el autor al contrastar emociones con
imágenes o recuerdos de la realidad? “Colgaste de las paredes fotografías que
luego apenas mirarías. Y sin embargo notabas su hueco apenas faltaban, como si
entre respirar y respirar te faltara un latido, como todo lo que no percibes
estar pero cuya ausencia se nota al instante.” Al final, las leyes
espacio-temporales de la física acaban por imponerse en la realidad, pero en un
poemario todo puede ser diferente: “No habremos eliminado el tiempo, pero lo
habremos engañado, distraído al menos un poco. Porque siempre que leas esto, lo
estarás leyendo en este instante”.
Cinco años
después, el tiempo ya no es aquel “Mañana”, sino papel, “...un cuerpo libre de
huesos y piel”. Y el tiempo se puede oler, escuchar y tocar: “Hay aromas que se
aferran a las paredes y que solo se desprenden con aromas más fuertes. Hay
sonidos que, como fantasmas, reverberan hasta que cambias la música (…). Tu
hogar no es un sitio, sino un estado con el que viajas dentro. Como tu cabeza
que llevas siempre, y que no cambia porque la cambies de lugar.”
Los
aforismos emergen entre las páginas de “Autogeografía” como las señales de
tráfico y los carteles indicativos en una carretera (“Hay señales que no vemos
y que solo reconocemos/
como tal
cuando ya ha pasado el tiempo en que no/supimos que lo eran.”) o las ecuaciones
matemáticas con las que tratamos de entender las leyes de la física (“De la
nada hacemos mundos y convertimos el mundo en nada.”).
La
formulación magistral del alquimista de la palabra contiene un extenso y
sugerente recetario: “Rara vez nos vemos. Casi siempre nos interpretamos. (…)
No hay mejor arma que el humor, aunque a veces los escudos aguanten la risa.
(…) Hay cosas que te cambian y cambios que te cosen. (…) Carecer de inquietudes
acelera envejecer. (…) El tiempo no tiene antónimo. Su ausencia es imposible.
(…) Los recuerdos no avisan a llegar. Ni se despiden al irse. (…) El aprendizaje
es una poción cuyo sabor no percibes mientras bebes, sino tiempo después. (…)
No se aprende nada sin equivocarse algo. (…) Si escuchásemos en la misma medida
que hablamos veríamos mejor. (…) Las puertas que se cierran hacen ruido una
vez. Pero las que quedan entreabiertas no terminan de callarse. (…) Nadie te
enseña a luchar. Y sin embargo luchar enseña. (…) Solo se salvan de un final
las cosas que nunca empiezan.”
Otros dos
aforismos funcionan a modo de combinaciones de letras que configuran sendas
contraseñas para abrir el cofre de las esencias del poeta. Uno lo sitúa cercano
a ambos polos magnéticos del libro, no son iguales y están muy distantes, pero
aparentan decir lo mismo, como si abriera y cerrara la puerta de todo un
planeta emocional: “Nuestro cuerpo es (somos) la porción de espacio que
ocupamos en el tiempo.” El otro lo coloca en los trópicos, como si se tratara
de un olvido o una especie de 'déjà vu', pero nada es lo que parece en estas
páginas: “La solidez de las corazas está hilada con la costura de las
debilidades.”
El ecuador
de la obra contiene una sorpresa inimaginable para el lector, una invitación a
convertir la experiencia en única e inolvidable, a participar en la
construcción de este proyecto y donde, para mí, cabe también la voz del propio
autor: “Hay lugares que sólo existen en el pensamiento./Y el recuerdo es
solo.../el eco en el viento.../de un susurro que se lleva el tiempo”. Aquí “El
corazón es un estado de la mente. (…) El alma es una melodía de la mente
emocional.”
Dentro de
este paréntesis que abre el poeta cabe todo, pero es mejor entrar desnudos:
“Atesoramos una enorme cantidad de materia alimento de la nada. (…) Promesas
cuya eternidad naufragó en un mar demasiado ancho como para unir dos orillas.
(…) Y compruebas que tarde o temprano los fantasmas pueden vivir reconciliados
con las alegrías.” Y todo es relativo: “En aquel reducido espacio sin tiempo,
éramos ínfimos e infinitos./Tan ínfimos que el reloj nos pasaba de largo./Tan
infinitos, que cansado de contar tanto, el tiempo volvió a empezar de nuevo.”
El futuro es
pasado: “Anoche arreglamos el mundo. (…) Despejamos toda duda. (…) Prometimos
lo improbable./Porque lo imposible no debe prometerse. (…) Resolvimos las
incógnitas de toda ecuación no resuelta.” Lo lejano está cerca: “En torpe
equilibrio hacemos funambulismo sobre la disyuntiva de si mejor lejos solos o
cerca distantes. (…) La noche es corta y lenta./La vida es larga y veloz.” Los
tamaños son sugerencias: “Lo pequeño puede causar un olvido gigante en tus recuerdos./Y
lo inmenso puede ser una gota en el tiempo. (…) Lo invisible puede dejar
huellas a la vista./Lo que ves puede pasar sin que lo mires. (…) Venimos del silencio./Hacia el silencio
vamos./En el camino haz ruido./Mucho ruido.” Pero la voz aquí no emite sonidos:
“Escribir es hablar callado, y leer que me escuches de manera que el silencio
te deje verme mejor.”
Entonces, la
incógnita de la ecuación cuántica se despeja: “Estamos, siempre ahora, siendo
un tránsito entre antes y después. (…) El horizonte está a la vez donde lo ves
y detrás de sí mismo./El roce es la frontera exacta entre tocarse y no tocarse
del todo./Cuando leas, tú estarás en el presente aunque ahora en tu antes yo
escriba en futuro, y estas líneas sean el mismo punto en común de dos tiempos
distintos.”
Aunque nunca
se produce un resultado exacto, ni aproximado: “Me abruma sentir la totalidad
de lo incompleto./Los matices indecisos entre un color y otro./Las palabras
insuficientes y los silencios excesivos./Lo que parece y no termina de ser./Lo
que es y no termina de estar. (…) Me dejan mudo, los oídos ciegos./Los ojos que
quitan la mirada para no escuchar.” Y si nada es perfecto, nadie tampoco: “Y es
fácil perderse, ir dejando que lo realmente importante se pueda postergar por
lo obligatorio, y quizás pensar con esto que deberíamos tomarnos como
obligatorio, lo realmente importante.”
Llegado a
este punto el lector podría haberse extraviado: “Piensa... Si acaso no
estaremos viviendo al revés. Sumando en la práctica la importancia de las cosas
[que en teoría sabemos que debemos restar. (…) Piensa... Si no estamos
alimentando la antítesis de que madurar sea endurecerse.” Y como parte de la
reflexión, el autor propone parar una efímera eternidad: “Cuesta andar derecho
cuando todo se vuelve del revés. Y a lo mejor, tan solo se trata de voltear
efectos y causas, de revestir las dudas como guía de las certezas, de asimilar
que es el espejo el que te mira a ti, y en ti se ve la imagen que lo puebla.”
Pero no
existe guía para seguir adelante o atrás, para un lado u otro. No siempre
existe camino al andar: “Aquello que al suceder discute lo que crees saber,
mostrándote que siempre, siempre, siempre, es menos lo que sabes que lo que aún
puedes aprender.” Sin embargo, después de todo lo recorrido sin movernos,
conforta reconocer la debilidad y limitaciones humanas ante cualquier situación
de complejidad personal o universal: “No podrás, aunque quieras, entenderlo
todo. Piensa, que incluso lo mismo parece otra cosa si el momento en que ocurre
es otro.”
(*)
Periodista y escritor
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