EL LOBBY PERIODÍSTICO MADRILEÑO
JUAN TORTOSA
Al lobby periodístico madrileño le ocurre lo mismo que a Díaz Ayuso, que andan por la vida convencidos de que ellos y solamente ellos son en sí mismos España entera ("Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?") En los círculos periodísticos madrileños llevan haciéndose favores los unos a los otros desde que, a finales del siglo XVII, salió a la calle el primer número de La Gaceta de Madrid.
Los periodistas que se mueven por los cenáculos políticos, sociales y económicos de la capital tienen desde entonces una característica común: la mayoría no son de Madrid, pero entre todos han conseguido que la vida del país entero gire en torno a lo que sucede en la Puerta del Sol. Y así seguimos a día de hoy. O así parece que quieren que sigamos.
Los cuarenta años
de dictadura contribuyeron a consolidar estas prácticas transportando la
doctrina oficial por las carreteras radiales desde el kilómetro cero hasta el
último rincón del país. Los quioscos de La Coruña, los de Barcelona, Bilbao,
Sevilla o Las Palmas (aquí, claro está, llegaban en avión), ofrecían todos el
mismo producto, los mismos periódicos madrileños a los que, salvo escasas
excepciones, se sumaba un diario local que pertenecía a la llamada Prensa del
Movimiento. Rotativo local que se confeccionaba con los teletipos remitidos por
Efe, Cifra o Pyresa, agencias madrileñas controladas por el franquismo. Las
portadas de los periódicos "de provincias" hablaban más de la guerra
del Vietnam o de las sesiones de la ONU que de la información de la zona, donde
solían ceñirse a las audiencias que concedía el gobernador civil, los sucesos,
deportes, esquelas, cartelera de cine... y la lista con las farmacias de
guardia.
En radio solo se
podía escuchar lo que decidía Madrid, que centralizaba su información para todo
el país a través de los diarios hablados de Radio Nacional de España, de
conexión obligada. Cuando nació la televisión, contaban lo que ocurría en la
calle Alcalá o en Gran Vía sin molestarse en precisar jamás que estaban
hablando de Madrid. ¿Para qué, quién osaba dudarlo?
Poco después de la
muerte de Franco, la casta periodística que se había ganado la vida durante
cuarenta años gestionando esta manera de hacer circular la información,
veteranos con bigote fascista, purito después de comer y petaca de whisky en el
bolsillo del chaleco, fue sustituida por una variada remesa de aguerridos
jovenzuelos con ganas de comerse el mundo en aquella época de transiciones y
componendas varias. Las calvas fascistas fueron sustituidas por barbudos
treintañeros que extraían sus informaciones de sabrosas confraternizaciones con
gentes también jóvenes que a su vez acababan de llegar al mundo de la política,
las finanzas y las conspiraciones.
En aquellos
compadreos hemos de buscar la génesis de la situación que vivimos ahora. Se
recuperó la libertad de prensa, nacieron periódicos y revistas audaces con
temas inéditos para la letra impresa, disfrutábamos titulares llamativos, el
monopolio de Radio Nacional sobre la información pasó a mejor vida, y hasta en
Tve se abrieron algo las ventanas. Una sola cosa continuó como siempre: el
ombligo de España entera seguía siendo Madrid.
Con el paso del
tiempo, aquellos periodistas de los primeros años de democracia se acabaron
creyendo más protagonistas que testigos de la evolución que estaba
experimentando el país. Algunos responsables de medios influyentes empezaron a
perder la perspectiva, se olvidaron de su verdadera función y les dio por jugar
a intentar cambiar gobiernos. Los medios madrileños empezaron a perder
credibilidad y ventas, y las tiradas iban disminuyendo a medida que crecía la
indignación de los ciudadanos "de provincias", hartos ya de verse
obligados a desayunar cada mañana con las conspiraciones y contubernios de
Madrid.
Contra lo que
hubiera cabido imaginar, la instauración de las autonomías no solo no acabó con
el centralismo informativo sino que en cierta manera puede que hasta lo
reforzara. La mayoría de las televisiones autonómicas tienen muy poca fuerza
frente a la invasión por tierra, mar y aire de las cadenas generalistas que
emiten desde Madrid, ya sean públicas o privadas.
Ni siquiera Tve
sabe aprovechar el enorme patrimonio que supone contar con un centro
territorial en cada autonomía y Madrid continúa siendo el ángulo, el foco, el
filtro por el que no queda mas remedio que pasar. Sede de las principales
instituciones del Estado, no hay manera de sacudirse las informaciones sesgadas
e interesadas que nacen a diario de tanto pasillo infestado de periodistas mal
pagados, la mayoría bajo las órdenes de viejos lobos de mar aún al mando de
naves incluso digitales, periodistas de hace cuarenta años convertidos ahora en
manipuladores sin escrúpulos que no tienen ni idea ya de lo que es la España
real de hoy.
Esa España real es
la que refleja el grupo de partidos que hizo posible el actual Gobierno de
coalición, una España que se abre paso a codazos entre las limitaciones de la
Ley D´Hont y la resistencia de los poderes de siempre a que las cosas, como
dejó claro la voluntad de la mayoría, dejen de ser como hasta ahora han sido.
La única España
real, la España real verdadera, es la que aglutina sensibilidades, la que desde
la búsqueda de los derechos y la igualdad quiere sumar y no excluir. El bloque
que apoyó al gobierno de coalición refleja la España libre, plural y diversa
que defiende la mayoría, una España que nada tiene que ver con quienes se
empeñan en patrimonializar de manera excluyente una bandera que es de todos,
con quienes se llenan la boca de términos como Dios, Patria y Rey para defender
sus privilegios sin más poso ideológico que el odio y la confrontación.
Pero ya la España
real poco tiene que ver con todo eso, por mucho que nostálgicos desubicados se
empeñen en madrileñizar y encanallar la información usando para ello a jóvenes,
y no tan jóvenes, mercenarios sin escrúpulos dispuestos a venderse por un
mísero plato de lentejas.
J.T.
No hay comentarios:
Publicar un comentario