lunes, 21 de septiembre de 2020

NI TRUMP, NI BORIS, NI BOLSONARO SE HABRÍAN ATREVIDO

 

NI TRUMP, NI BORIS, NI BOLSONARO 

SE HABRÍAN ATREVIDO

Díaz Ayuso, presidenta aznarista de la Comunidad de Madrid, es la primera política de la nueva derecha –con la excepción tal vez del recién proclamado dictador húngaro Viktor Orbán– que ha osado culpar explícitamente a los inmigrantes por la pandemia

ANDY ROBINSON

El descontrolado repunte del virus en la capital española –bajo la óptica de Ayuso– no es la consecuencia de un número insuficiente de rastreadores y tests –resultado de la privatización del servicio–, ni de una apertura temeraria de la hostelería en Madrid, sino el resultado del “modo de vivir de nuestra inmigración”.   

 

Ni Eduardo Bolsonaro, el más fascista de los Bolsonaro, se atrevería a decir que el crecimiento del virus en Brasil es el resultado del “modo de vida de nossos pretos e índios”

 

Hasta el gurú de la alt right Steve Bannon habría levantado las cejas al ver este comentario de la presidenta madrileña. Los bannonistas utilizan el llamado dog whistle (silbato de perro tan agudo que solo sus seguidores más rabiosos pueden oír) para plantear que la pandemia hace aun más necesario el muro fronterizo con México y que los centros de detención de refugiados pueden ser incubadoras del virus. Pero ni Trump se ha atrevido a tuitear algo así como: “Covid spreads REAL FAST because of Mexican way of life!”. Por supuesto, se esconde una xenofobia racista detrás de la decisión de Trump de calificar al covid como el “china virus”. Pero Trump se quitaría la gorra de béisbol ante la osadía de Ayuso.  

 

Así mismo Bolsonaro, el presidente de ultraderecha de Brasil, ha ninguneado a quienes se preocupan por le impacto de la covid sobre las comunidades indígenas en la Amazonia y la actitud “laissez faire” de este ante la pandemia ha causado más muertos de afrobrasileños en las favelas que blancos en Leblon. Pero ni Eduardo Bolsonaro, el más loco y fascistoide de los hijos, se atrevería a decir que el crecimiento exponencial del virus en Brasil fue el resultado del “modo de vida de nossos pretos e índios”. 

 

Boris Johnson ha calificado a negros como coons y picannines y nadie se olvida de aquello de la “sonrisa de sandía”. Pero ni tan siquiera Boris habría considerado políticamente posible decir que los contagios exponenciales en Inglaterra son el resultado de “our immigrants' way of life” cuando todo el mundo sabe que son el resultado de  la desastrosa gestión de la pandemia tras   el desmantelamiento y venta paulatina del NHS, que ha servido de modelo para el PP madrileño.

 

(Existen muchas similitudes entre Madrid y Londres. En el Reino Unido la multinacional británica Serco, con la ayuda del Tony Prestedge del Banco Santander, ha gestionado la chapuza de los rastreos del coronavirus. En el que también han participado los sospechosos habituales de la economía del outsourcing : Accenture, Deloitte y McKinsey. Mientras que en Madrid fue Centene Corporation, con sede en Saint Louis (Missouri), con la ayuda del Banco Sabadell, dotada de filiales británicas, el responsable del desastre.) 

 

Narendra Modi, tal y como explicó Arundhati Roy, ha reconstruido el sistema racista de castas en la India que ha forzado a millones de migrantes hambrientos en las grandes ciudades a “volver a sus pueblos en el campo para morir”.  Pero ni Modi habría llegado a culpar a los intocables por elegir un “modo de vivir” que propague la pandemia.  

 

Más que un desliz, parece ser una táctica xenófoba sacada de la escuela alt right de transmitir mensajes en clave a la base

 

Solo Orbán ha sido capaz de llegar hasta donde ha llegado Ayuso. “Nuestra experiencia es que la enfermedad llegó principalmente con los extranjeros y que se extiende entre extranjeros”, dijo el húngaro en marzo. Pero eso fue al inicio, cuando se podía decir cualquier cosa. Incluso Orbán quedaría impresionado ante la osadía de una presidenta madrileña que echa la culpa a los inmigrantes después de haber visto que ciudades con mucha más migración –Londres o Nueva York, por ejemplo– han controlado mejor la propagación de la covid que Madrid. 

 

 Muchos dicen que el imperdonable comentario de la presidenta fue una simple metedura de patada como las que suele cometer.  Y efectivamente, cuesta imaginar que un político madrileño pudiera decir eso conscientemente unas semanas después de que España fuese condenado por la Naciones Unidas por las lamentables condiciones en las que viven los inmigrantes temporeros en las huertas agroindustriales de Catalunya y Andalucía. 

 

 

 

Pero la referencia a “nuestra inmigración” difícilmente es un lapsus. La frase “modo de vivir” –que implica una elección, una preferencia por vivir así– no sería la indicada si Ayuso quisiera referirse a las condiciones en las que los inmigrantes, al igual que todos los madrileños con bajos ingresos, se ven forzados a vivir. Invita preguntar: Y ¿por qué no han aprendido el mismo modo de vivir que los españoles? Más que un desliz, parece ser una táctica sacada de la escuela alt right de transmitir mensajes en clave a la base.  Igual que el uso de la palabra ‘panchito’ en un tuit de Ayuso que aparentemente fue una critica a dos jóvenes racistas madrileñas. 

 

Por supuesto, hay una larga tradición de racismo vil en tiempos de pandemia. Desde los pogromos contra catalanes en Sicilia y judíos en Europa central durante la plaga bubónica en el siglo XIV, hasta los ataques contra comunidades chinas durante los brotes de cólera en EE.UU. a principios del siglo XX. Más recientemente, en las elecciones del 2014 en EE.UU., las alertas sobre el ébola –repetidas en los spots de decenas de candidatos republicanos en la campaña– fueron usadas por la derecha pretrumpista para exigir el cierre de la frontera.    

 

En 2009, pude vivir una experiencia del racismo de la pandemia en la frontera entre EE.UU. y México durante el brote de gripe porcina, otro momento de pánico xenófobo desatado por un virus de supuestos orígenes mexicanos. Las personas que cruzaban el puente sobre el Rio Bravo desde Ciudad Juárez se quitaban las mascarillas al llegar a El Paso, en Texas, como si hubieran cruzado un cordón sanitario. Pero eso, al menos, fue un racismo inconsciente. Creo que ni los texanos con sombreros John Wayne y pegatinas del Tea Party en sus 4x4 habrían dicho durante aquel momento que los inmigrantes hispanos propagaban el virus de la peste porcina solo porque no compartían la “american way of life”.


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