TIRAR DE LA MANTA
DAVID TORRES
Es muy extraño esto de vivir en un país donde los máximos responsables de todo no se hacen responsables de nada. Felipe González se enteró de la existencia de los GAL gracias los periódicos, una mañana, mientras desayunaba churros con sangre. Fue una conmoción porque unas líneas más abajo otra noticia decía que él seguía siendo presidente del gobierno. A José María Aznar se le colaron un montón de delincuentes en la boda de su hija y no supo distinguirlos porque todos los invitados llevaban trajes caros, corbatas, bigotes y algunos (de los bigotes no: de lo invitados) hasta eran ministros suyos. Con las cosas que ignoraba, no recordaba o no le constaban a Mariano Rajoy en sus declaraciones como testigo en el juicio por Gürtel podría escribirse una enciclopedia del latrocinio, un Cossío en diez tomos sobre cómo llevar la contabilidad en B de un partido político, el funcionamiento y circulación de los sobres en dinero negro y hasta un pequeño apéndice biográfico. Suyo o de M. Rajoy.
Lo más gracioso es
que poco tiempo después de repetir que no se acordaba absolutamente de nada,
Rajoy sacó un libro de memorias que, para ser consecuente, tendría que haber
sido impreso en blanco. El libro se vendió muy bien y tuvo buenas críticas, a
pesar de que todavía faltan conclusiones serias de los especialistas en
alzheimer, demencia senil y amnesia reincidente. Se ha dicho muchas veces que
el trabajo de presidente de un país consiste principalmente en mentir, pero la
verdad es que Rajoy hizo horas extras a diario durante años, algo que debería
avergonzar a quienes aseguraban que no daba ni palo al agua. Una de sus mejores
respuestas, a las que los magistrados todavía le están dando vueltas, es:
"Me pareció legal y honesto decir que la inmensa mayoría de las cosas eran
falsas y que otras podían ser ciertas". Cuando le preguntaron qué quería
decir con aquel famoso SMS que le envió a Bárcenas, dijo que no tenía ningún
significado: "Hacemos lo que podemos significa exactamente lo que
significa: hacemos lo que podemos". Es más, Mariano no sólo hacía lo que
podía: podía lo que hacía. Porque, como dice Cortázar, no basta con que uno
haga lo que puede. No se hace lo que se puede: se puede lo que se hace.
Si el embuste, la
trola y el engaño son las principales ocupaciones de un presidente, cabría
preguntarse hasta dónde puede extenderse la exención de responsabilidades. O
mejor dicho, de irresponsabilidades. Francisco Martínez Vázquez, ex secretario
de Seguridad del ministerio del Interior en tiempos de Fernández Díaz, ha dicho
que él sólo era un mandado en la Operación Kitchen, es decir, que espiaba a
Bárcenas porque las órdenes venían de arriba, de la cúpula de Interior y
concretamente del ministro Fernández Díaz. Fue una suerte que únicamente le
ordenaran espiar a Bárcenas, porque lo mismo le podían haber ordenado que
enviara a casa de su familia a un cura con una pistola, o que le pusiera una
cabeza de caballo entre las sábanas de la cama, o, ya puestos, que se tirase
por un barranco.
Lo del barranco no
habría que descartarlo así, sin más. Ahora que se ve con la mierda al cuello,
Francisco Martínez se lamenta: "Mi grandísimo error fue ser leal a
miserables como Fernández Díaz, Rajoy o Cospedal". La lealtad no suele ser
moneda de cambio recíproca, eso lo saben bien los perros de caza, los
funcionarios estatales y los secretarios de Seguridad del ministerio del
Interior. Ahora Martínez amenaza con tirar de la manta y contarle al juez todo
lo que sabe, un verdadero disparate en un país donde los máximos responsables
lo único que saben es que no saben nada. Eso sin contar con que, al tirar de la
manta de un país, lo que suele pasar es que el país se tapa la cabeza y se le
quedan al descubierto los pies.
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