LA MASCARILLA PATRIÓTICA
DAVID TORRES
Era un dato que desconocíamos pero, por lo visto, el patriotismo se mide en la cantidad de banderas que un español es capaz de transportar encima o de almacenar en su casa. Los hay que la cuelgan en el balcón, a la vista de todo el mundo, y los hay que la reservan para momentos más íntimos, estampada en los calzoncillos o tatuada directamente en el escroto. Sin embargo, también están los ejemplares mixtos, los que presumen de españolismo hasta durmiendo y llevan la bandera incorporada en diversos tamaños y en cualquier aparejo disponible: pintada en la almohada, impresa en el capó del coche, esmaltada en la pulsera del reloj, a guisa de brazalete, de collar, de llavero, de posavasos, de taza de café y de goma para el pelo. Cuando Santiago Segura imaginó a José Luis Torrente no sabía que en realidad estaba haciendo una profecía en futuro imperfecto.
Ayer, en el
Congreso, Abascal estrenó un modelo de mascarilla con cuatro banderas y dos
insignias paracaidistas tan abigarrado que en un primer momento parecía que una
larva de Alien se le había pegado a la cara. O que Bane, el villano de Batman,
había dejado de ir al gimnasio. Da un poco de lástima el empeño de este hombre
por posar marcialmente en las fotos, ponerse firmes, abrazar mucho a soldados y
alicatarse de símbolos militares, cuando en el momento en que tuvo ocasión de
servir a la patria fue pidiendo una prórroga detrás de otra hasta que se le
pasó el arroz. A fuerza de rodearse de legionarios cachas y barbudos, no se
sabe si está refundando a los Village People o haciendo la mili en porciones.
El trauma
guerrillero de Abascal me hizo recordar que en el instituto Simancas, allá a
comienzos de los ochenta, había un alumno entusiasmado por las fuerzas armadas
que a menudo venía a clase disfrazado de marinero. Con la excusa de que estaba
cumpliendo el servicio militar durante las horas libres, unos días llegaba
tarde, otros días salía más pronto, se cambiaba de uniforme en el baño y no era
raro que aprovechase para cumplirlo durante el recreo. La mayoría de alumnos y
profesores pensábamos que estaba mal de la cabeza, pero no podíamos sospechar
que su chaladura iba a desembocar en un programa político.
Convencido de que
el hábito hace al monje, Abascal invocó de nuevo el fantasma del franquismo al
declarar que el gobierno de Sánchez era el peor en ochenta años, una afirmación
en la que algunos ingenuos creyeron detectar un fallo aritmético. Dijo ochenta
lo mismo que podía haber dicho cuatro mil años, poniendo a Sánchez por debajo
de Pepe Botella, Viriato y el Califato de Córdoba, pero los ingenuos no
contaban con el período infausto de la Segunda República. La caída en picado de
la economía y la destrucción de desempleo en los últimos meses son culpa del contubernio
socialista-podemita, aliado con un virus de laboratorio criado en la China
comunista y propagado a base de manifestaciones feministas.
Los líderes de Vox
son proclives a soltar estas burradas y otras parecidas, a veces dos el mismo
día, porque ayer Ortega Smith aconsejó a la policía que dispare a matar cuando
se encuentre con delincuentes. Olvidaba no sólo la orden de detención dictada
contra él por la justicia británica, sino los diversos y escandalosos tropiezos
con la ley de varios dirigentes del partido y el hecho de que Vox se financió
con dinero de un grupo terrorista iraní. Por suerte, las banderas lo tapan
todo, incluso la boca.
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