EL ÁNGEL MARCELO AL BANQUILLO
DAVID TORRES
Haber tenido a un fanático religioso, y además del Opus Dei, al frente del ministerio del Interior durante varios años es un signo evidente de la perspicacia de Mariano Rajoy, un tipo que daba la impresión de estar caminando hacia atrás cuando marchaba hacia adelante, profetizando el auge del terraplanismo, el movimiento antivacunas y el retorno general a la Edad Media. Fernández Díaz ya había tenido charlas en la intimidad con la Virgen de Fátima y con Marcelo, su ángel de la guarda, con lo que estaba más que preparado para hablar con Villarejo, un ser omnisciente y omnipresente, un enviado de Dios con barba, gorra y micrófonos. Si Villarejo no sale en la Biblia, en los informes de Sodoma y Gomorra, será por algún error de traducción.
Decía Dostoievski,
por boca de Ivan Karamazov, que si Dios no existe, todo está permitido. Sin
embargo, Fernández Díaz demuestra precisamente lo contrario, que si Dios está
de parte de uno, hay barra libre. En una mesa redonda celebrada poco antes del
ataque a las Torres Gemelas, el periodista Dennis Prager le dijo a Christopher
Hitchens que se imaginara que estaba en una ciudad extranjera al anochecer y
que veía acercarse un numeroso grupo de hombres: ¿se sentiría más seguro o
menos seguro si supiera que acababan de cumplir un servicio religioso? Hitchens
replicó que la situación no era extraña para él y que la había sentido, al
menos, en varias ciudades cuyo nombre empezaba por B: Belfast, Belén, Bombay,
Beirut, Belgrado y Bagdad. Evidentemente, Hitchens habría preferido en todos
los casos que se le aproximase una muchedumbre de ateos. No digamos ya si se le
llega a aproximar una muchedumbre de Fernández Díaz.
Al igual que la
guerra de los Balcanes, el 11 de septiembre puso sobre el tapete, entre otras
muchas cosas, el anhelo medieval de enarbolar pendones religiosos ondeando en
tanques, aviones y fusiles. Bin Laden hablaba por boca de Alá y George Bush Jr.
interpretaba los mandatos divinos, de manera que sólo era cuestión de tiempo
que recalara en nuestro ministerio del Interior un aprendiz de Torquemada. Con
un bagaje teológico firmemente anclado en el siglo XVI, Fernández Díaz lo mismo
argumentaba que el matrimonio homosexual va contra la pervivencia de la especie
que la teoría de que el aborto tiene algo que ver con ETA. Cuando la Guardia
Civil provocó una masacre de inmigrantes en la playa del Tarajal, el entonces
ministro ofreció una rueda de prensa en la que explicó que los subsaharianos se
habían ahogado de milagro. Estaba convencido de estas cosas porque tenía
comunicación directa con la Virgen, quien también le aconsejaba el espionaje de
enemigos políticos y la fabricación de noticias falsas contra podemitas e
indepentistas catalanes. Normal que acabara concediéndole una medalla. Sin
pensarlo mucho, con todo el aparato del estado a su servicio, Fernández Díaz y
Cospedal compusieron un homenaje involuntario a los Blues Brothers:
"Estamos en una misión del Señor".
Ahora, cuando lo
sienten en el banquillo, los magistrados se enfrentan a la difícil misión de
juzgar no sólo a Fernández Díaz sino a una banda de criaturas celestiales que
incluye ángeles, vírgenes, santos y también a Villarejo. Las sesiones prometen,
aunque para ser fiel a las declaraciones del ex ministro, la transcripción
debería ir en cuaderna vía y oler a cloaca en estado de descomposición. No
sería raro que llamara en su defensa al ángel Marcelo y menos raro aun que
Marcelo acudiera, a menos que le esté aparcando el coche. A ver si hay suerte y
la Fiscalía se lo afina.
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